Paulo Miyada: “La Argentina ha sido un espacio privilegiado de pensamiento crítico”
De visita en Buenos Aires, el flamante curador adjunto para América Latina en el Centro Pompidou asegura que nuestro país fue “una puerta fundamental para el arte del último siglo”
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Tras varios segundos de silencio, responde con un sincero “no sé”. El brasileño Paulo Miyada, curador jefe del Instituto Tomie Ohtake de San Pablo, estrenó además hace ocho meses el puesto de curador adjunto para América Latina en el Centro Pompidou, donde se inaugurará en abril una muestra dedicada a León Ferrari. Tiene dudas, sin embargo, de que eso implique un terreno ganado para el arte de la región en la escena global.
“Hemos pasado por tantas cuestiones políticas, económicas… y eso deja una marca”, dijo a LA NACION ayer en el Malba, minutos antes de ofrecer una charla pública sobre su desempeño como curador adjunto de la 34ª Bienal de San Paulo. Invitado por el Comité Internacional de Fundación arteba, con apoyo de la Embajada de Francia y del Comité de Adquisiciones de Arte Latinoamericano del Pompidou, Miyada se reunirá esta semana con artistas argentinos como Magdalena Jitrik, Nicanor Aráoz, Marta Minujín, Diego Bianchi, Osías Yanov y Ana Gallardo. Revisará también el legado de Santiago García Sáenz, que lo sorprendió en la reciente edición de la feria madrileña ARCO, donde Eduardo Costantini compró una de sus pinturas.
-¿Qué te gustó de las pinturas de García Sáenz?
-La manera en que se actualiza la historia del arte. Cosas que han sido vistas en una clave, se pueden ver de otra forma. Me parece que eso es lo que está pasando con Santiago: tuvo un tipo de reconocimiento, de mirada y clasificación, y con las investigaciones más recientes se ha percibido otra clave desde la sensualidad de los cuerpos, la idea de cuidado, de afecto que está involucrada en la obra, la manera en que lo religioso no reside solo en la religión… Es una metáfora de la vida, la escena urbana, cultural… De otras maneras de vivir en sociedad, en la ciudad. Cuando se mira otra vez la pintura de Santiago, se revela todo otro universo. Y tal vez aspectos que han sido poco percibidos se llenan de sentido. También la muestra que se está haciendo ahora de Yente y Del Prete en Malba, es una investigación que nos permite mirar otra vez las obras de esos artistas. Lo que cambia son las preguntas que hacemos en relación con las obras. Conforme se transforman el arte, la sociedad, la historia, cambiamos las preguntas y eso permite ver otra cosa.
-¿Cuánto conocés la escena artística argentina y qué opinás sobre su relevancia a nivel global?
-Conozco de algunas visitas, y espero que esta sea un link para seguir viniendo. La historia del arte del siglo XX tiene tantos momentos clave en la Argentina… No solo en Buenos Aires, sino también en Tucumán, Rosario… Es parte de la historia de Latinoamérica, de América del Sur, de la modernidad y del Sur Global, como se dice hoy. Siempre ha sido un sitio de pensamiento muy inquieto. Un sitio desde donde se plantearon teorías, modos de organización, de colaboración entre artistas que han influenciado toda la región. Tuvo impacto en París, en Nueva York… Históricamente ha sido un espacio privilegiado de pensamiento crítico, una puerta fundamental para el arte del último siglo.
-¿Desde cuándo sos curador adjunto en el Pompidou y cuál es tu rol?
-Hace ocho meses se creó esta posición de curador adjunto con especial enfoque en Latinoamérica, que está conectada con la curaduría del museo y también con los amigos del Círculo Internacional Latinoamericano. Lo mismo se creó para Europa central y para Asia, y se planea para otras partes. Es una manera de crear una posición de alguien que viva en la región, circulando por el contexto. Comparto con los investigadores, los curadores y los artistas para presentar al museo hipótesis de compra y de donación para sus colecciones. Eso nunca ha existido antes.
-¿Qué lugar ocupa el arte latinoamericano en la colección del museo?
-El Centro Pompidou partió de colecciones existentes en Francia, y desde entonces hay obras de artistas latinoamericanos. El 19 de abril se inaugurará una muestra dedicada a León Ferrari que incluye una donación importante de la familia; es la que ha viajado al Museo Reina Sofía y al Van Abbemuseum de Eindhoven, con otro montaje.
-¿Por qué creés que el arte de la región se ganó ese lugar en el Pompidou? ¿Considerás que está ganando terreno en la escena global?
-[Piensa varios segundos] No, no sé si es lo mismo. Creo que lo del Pompidou es una etapa de maduración institucional, un poco impulsada por tener ese círculo de patronos de distintas partes del mundo para traer otro tipo de conocimiento, de conexión. Sobre Latinoamérica como parte del mundo… [Piensa de nuevo, varios segundos] No sé. Hemos pasado por tantas cuestiones políticas, económicas… y eso deja una marca. Para todo: cómo las viajan las obras, las personas, y además la pandemia… Creo que es un momento de valorar los artistas, las investigaciones que nos ofrecen otras miradas, consolidar conocimiento y ofrecer apoyo a trayectorias, más que pensar en tendencias o modas.
-¿Están preparando alguna gran muestra de arte latinoamericano en el Pompidou, más allá de la de Ferrari?
-Mi papel es estar involucrado con las colecciones, más que con las exposiciones. Pero la dirección y la presidencia del museo se han renovado hace pocos meses, y creo que todo está en discusión. Es un poco temprano para decir.
-¿Cómo fue la experiencia de ser curador adjunto de la Bienal de San Pablo en plena pandemia?
-Esta bienal se empezó a crear a principios de 2019. En un momento político brutal de Brasil, una época en que todo tipo de institucionalidad está muy débil… Todos los derechos, las normativas, los pactos sociales están muy frágiles. Creo que hacer esta bienal ha sido una forma de vivir en ese momento, con ese momento y para ese momento. Pensar cómo desde una institución que tiene 70 años y que se hace cíclica, se puede plantear un espacio de encuentro de diferencias, de debate, de investigación, que va a movilizar desde lo poético hacia lo ético, la historia, las urgencias, la memoria y los deseos. Nos parecía algo fundamental en un momento en que se vive con la idea de peligro, de combate, de enfrentamiento. El arte, y un evento institucional de esta escala, podría ser como un laboratorio para ofrecer este tipo de experiencia que quedó menos accesible como parte de lo cotidiano. Y claro, cuando nos alcanzó la pandemia en Brasil, todo eso se volvió aún más dramático, más urgente. La idea misma de un espacio de encuentro se tornó como un oasis, y aún más con el deseo que sea un espacio de cambio, de encuentro, de negociación de diferencias. Hasta treinta días antes de abrir la bienal, no se sabía si las personas iban a poder o querer ir… Para todo había que tener plan a, plan b, plan c…
-Y al final se pudo.
-Se pudo. Tuvimos suerte. Abrió un año más tarde de lo previsto, en un momento de baja de los números de la pandemia en Brasil. Tuvimos muchos menos visitantes extranjeros y menos grupos de escuelas, pero los visitantes espontáneos fueron 400.000. Lo esperable sin pandemia.
-Esta edición fue importante porque se cumplieron los 70 años. ¿Cuál es el balance que hacés?
-Creo que lo que ha tocado a mucha gente es que fue posible traer aspectos de memoria, de historia cultural y política. Creo que este gesto de buscar en la memoria en este momento de incertidumbre es importante, porque nos ofrece una herramienta para pensar críticamente lo que estamos viviendo. Y por otra parte, un impacto que ha sido muy fuerte fue la tentativa de traer múltiples identidades: los indígenas, los afrodiaspóricos, los latinoamericanos… A veces se lograban encuentros de shock, no siempre era una armonía. Pero siempre pensando que un encuentro, aunque sea conflictivo, si uno no destruye al otro, al final se crea algo más poderoso.
-¿Por qué son importantes las bienales, en un contexto global con tanta oferta artística y ritmos cada vez más acelerados?
-Para mí la función de cada bienal es el impacto, la historia y la construcción que ofrece a su sitio, a su comunidad. San Pablo es una ciudad de más de veinte millones de habitantes, con diversos tipos de educación. Entonces me parece que lo más importante no es lo que ofrece como parte de un sistema global, sino para el encuentro de múltiples públicos con sus deseos, angustias, conflictos, que se pueden recombinar mediante las expresiones del arte. Para mí es una herramienta social, sobre todo.
-Y ahora llegó la guerra… ¿Cómo creés que afectará la crisis internacional actual al mundo del arte?
-Creo que es muy temprano para saber. La idea de indefinición, de incertidumbre, se torna cada vez más parte estructural de nuestra vida. La guerra solo lo hace peor: más dramático, más trágico, más violento. Pero también más elástico, porque todo puede pasar. ¿Cómo decir cómo estaremos en un mes? La bienal de Venecia es ahora, en abril, y ya parece demasiado lejos para saber qué pasará.