Paul Groussac, el intelectual francés que se radicó en la pampa
Es uno de los “pioneros culturales de la Argentina” reunidos en este volumen; así comienza el capítulo sobre sus inicios, antes de su desembarco en la Biblioteca Nacional
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La figura de Paul Groussac se dibuja tensionada entre reivindicaciones y omisiones. Nacido en Toulouse en 1848 y afincado en la Argentina desde 1866 –donde falleció en 1929–, fue sin duda un políglota y un referente intelectual. Difícil es transitar la bibliografía sobre el cambio de siglo sin encontrar referencias y anécdotas centradas en su persona y en su desempeño en la vida letrada nacional.
Hombre de pluma versátil, publicó artículos en Revista Argentina, Revista de Filosofía y Caras y Caretas, entre otras. La Nación y El Diario lo tuvieron como columnista, corresponsal de viajes y crítico literario y musical. Dirigió diarios tucumanos –La Unión y La Razón– y el Sud-América de Buenos Aires. Fue responsable de Le Courrier Français y escribió en Le Courrier del Plata, periódicos destinados a la comunidad francesa en el país. Publicaciones extranjeras también dieron cabida a sus escritos: es el caso de La Revue, Revue des Deux Mondes, Revue politique et litteraire, Revue Blue, Le Fígaro y The Cosmopolitan. Como escritor, entre sus piezas ensayísticas se cuentan las reunidas en Del Plata al Niágara, las dos series de El viaje intelectual y el libro de misceláneas Crítica literaria; entre sus obras literarias se destacan Le cahier des sonnets, la novela Fruto vedado, la compilación Relatos argentinos y la obra teatral La divisa punzó. Como historiador escribió, entre otros textos, Santiago de Liniers, conde de Buenos Aires y Mendoza y Garay, las dos fundaciones de Buenos Aires. También, Ensayo histórico sobre el Tucumán, Historia de la Biblioteca Nacional y la compilación titulada Estudios de historia argentina.
Groussac fue un polemista incansable. Entre sus contendientes estuvieron Bartolomé Mitre, Miguel Cané, Calixto Oyuela, Manuel Láinez, José Manuel Estrada, Pedro Goyena, Eduardo Shiaffino, Norberto Piñeiro, José Ingenieros, Rómulo Carbia, Diego Luis Molinari y Leopoldo Lugones. Los debates le permitieron desplegar un tópico al que imprimió su acento personal: la inmadurez de los letrados argentinos para encarar actividades intelectuales. Fue director de la Biblioteca Nacional entre 1885 y 1929, donde llevó a cabo una meritoria labor: editó y dirigió La Biblioteca y Anales de la Biblioteca, e intentó posicionar a la institución como la más destacada de América Latina y obtener su reconocimiento en el escenario internacional.
Tuvo un rol bidireccional como “embajador cultural”. Las autoridades provinciales tucumanas y luego las nacionales lo convocaron para escribir obras destinadas a exposiciones continentales y nacionales. En el mismo sentido, en 1910 escribió un texto sobre las Islas Malvinas dirigido al mundo diplomático internacional. Fue delegado por la Argentina en el World’s Congress de Chicago de 1893, acompañó a la delegación del país en el Congreso de La Haya de 1907 y fue enviado especial en la Exposición Internacional de Roubaix de 1911. En sentido inverso, fue reconocido por autoridades políticas e intelectuales de Francia como un embajador de la cultura gala en las pampas. Así, Georges Clemenceau lo describió como un civilizador y bregó por su designación como Oficial de la Legión de Honor. En 1910, la Sorbona lo recibió afectuosamente para que dictara una conferencia sobre Santiago de Liniers, y en 1926 se realizó allí un homenaje para ensalzar su labor en la Argentina.
En la variada bibliografía sobre este intelectual polifacético se encuentran caracterizaciones múltiples: como miembro conspicuo de la “generación del 80”, introductor del método histórico, polemista implacable, estilista, ensayista y promotor de empresas editoriales, entre los perfiles más destacados. Aquí nos interesa dar cuenta de aquellos rasgos de su itinerario y su obra que revelan el perfil de un hombre de cultura singular para su época.
Génesis del héroe
Los motivos de la llegada de Groussac a la Argentina no son del todo claros. Algunos de sus textos sugieren un arribo fortuito; otros señalan que desembarcó con una carta de recomendación de Adolphe-Félix Gatien-Arnoult, profesor de la Facultad de Letras de Toulouse, para Amadeo Jacques, que ya había fallecido cuando Groussac arribó al puerto de Buenos Aires. A su llegada tenía dieciocho años, desconocía el idioma y no contaba con familiares ni amigos en estas tierras. Luego del desconcierto inicial, comenzó a trabajar en San Antonio de Areco como cuidador de ganado y fue un “gaucho en las praderas pampeanas”. Pese a esta pintoresca incursión, a instancias de su padre regresó a la capital porteña en 1867.
Dado que se aventuró a recorrer el mundo siendo muy joven, su formación europea comprendía el ciclo completo de liceo en Toulouse (con un breve paso por un colegio dominico de Sorèze, donde estuvo bajo la tutela de Jean-Baptiste Henri Dominique Lacordaire) y la asistencia, durante algunos meses, a los cursos preparatorios de la Escuela de Bellas Artes de Toulouse. A los diecisiete años rindió los exámenes del curso de admisión para incorporarse a la Escuela Naval de Brest, pero no estudió allí. Este hecho no impidió que, apenas terminada su estadía en Areco, obtuviera un puesto en el Colegio Modelo del Sud, ubicado frente a la Biblioteca Pública, y, posteriormente, una designación como profesor suplente en el Colegio Nacional de Buenos Aires. En esos tiempos frecuentó las reuniones de la librería de un compatriota, Paul Mortá, donde trabó amistad con varios extranjeros que se desempeñaban en el Colegio Nacional de Buenos Aires, como el alemán Bernardo Weiss y el inglés David Lewis. Fue, además, asiduo concurrente a eventos culturales, entre otros, asistió a las conferencias que José Manuel Estrada dictó en 1868 en la Escuela Normal.
En el transcurso de 1870 entabló amistad con José Manuel Estrada y Pedro Goyena, y en las tertulias que tenían lugar en el establecimiento en el que se imprimía la Revista Argentina pudo vincularse con varios jóvenes, como Ángel Estrada, Miguel Goyena, Eduardo Wilde, Lucio López, Carlos Guido y Aristóbulo del Valle. Durante ese año redactó un ensayo en francés acerca del poeta romántico José de Espronceda. Al leerlo, Goyena le insistió para que lo tradujera y el artículo apareció, en 1871, en la Revista Argentina, abierta a estimular la carrera de los hombres de letras prometedores. El artículo generó repercusiones favorables. Nicolás Avellaneda, ministro de Instrucción Pública en el gabinete de Sarmiento, no dudó en parangonar a Groussac con Sainte Beuve y Nissard. Años después, Martín García Mérou recordó que, al leer ese artículo, se percibía claramente “un espíritu original y luminoso”.
Luego de la publicación, Avellaneda hizo llamar al joven francés y lo recibió en su despacho. Al enterarse de que preparaba su regreso a Francia le propuso que, antes de partir, conociera Tucumán, y le ofreció solventar los gastos del viaje, además de asignarle dos cátedras en el Colegio Nacional de la provincia. Groussac quedó sorprendido por la convocatoria. Ya anciano, evocó con nostalgia: “¡dichoso país y años aquellos en que todo un ministro nacional y candidato a la presidencia se desprendía del tejemaneje político para atender a un pobre muchacho extranjero, recién salido del literario cascarón!”. [...]
En suma, a comienzos de la década de 1870 conocía la pampa y a su gente, por su trabajo en Areco, pero recién empezaba a transitar por la ciudad-puerto, frecuentar tertulias y trabajar en el Colegio Nacional. La estancia tucumana, que se extendió desde 1871 hasta 1882, lo alejó del principal foco de actividad de la nación, aunque el ámbito tucumano no era, por cierto, un espacio marginal para dirimir cuestiones nacionales. Un Groussac ya maduro recordaría estos años como aquellos en que letrados y políticos le abrieron las puertas de la sociabilidad y de sus despachos. En sus primeras reflexiones sobre el país, lo describía como un escenario de contrastes y oportunidades en el que un inmigrante podía amasar una fortuna “empezando como peón de saladero para concluir de rico cañero en la provincia azucarera”. De hecho, su propia trayectoria mostraba que un extranjero podía llegar a Buenos Aires sin demasiadas expectativas y ser bien recibido por el mundo letrado.
Fragmento de Pioneros culturales de la Argentina. Biografías de una época 1860-1910 (Siglo Veintiuno editores), de Paula Bruno. Incluye textos sobre Eduardo Wilde, José Manuel Estrada, Paul Groussac y Eduardo Holmberg.
PARA SABER MÁS
Publicadas en LA NACION desde 1886, las columnas de ópera y teatro de Paul Groussac fueron recopiladas por Pola Suárez Urtubey en dos volúmenes (Críticas de música, 2007, y Paradojas sobre música, 2008 ), que editó la Biblioteca Nacional, institución de la que el francés ya era para entonces su director. Desde sus textos, “disparó dardos fulminantes” y también “supo elogiar sin reservas cuanto a su juicio debía ser celebrado”, recordó la musicógrafa en un artículo. “Groussac –escribió Pablo Gianera en la reseña del primer libro– entendió rápidamente que la tarea del crítico musical estaba más cerca de la literatura que del objeto acerca del cual escribía”. Y, un año más tarde, cuando salió la continuación, observó sobre el segundo tomo, que el autor “se revela candente abogado de la música instrumental y un filoso fiscal de la lírica, sobre todo”.
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