El artista considerado “el padre de la pintura moderna”, cuya obra Los jugadores de cartas llegó a ser la más cara de la historia, protagoniza una muestra en el MoMA y un importante remate
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Los dos eran huraños y solitarios. Nunca llegaron a ser amigos. Sin embargo, y aunque no le sobraba el dinero, Edgar Degas compró varias obras de su colega Paul Cézanne. Entre ellas Bañista con brazos extendidos, en una exposición de 1895, que décadas más tarde pasaría a la colección de otro pintor: Jasper Johns.
En el artista postimpresionista que sería considerado “el padre de la pintura moderna”, precursor del fauvismo y el cubismo, el autor de las célebres bailarinas percibía “la misma trascendencia clásica que él buscaba para su obra”, según recuerdan María Dolores Jiménez-Blanco y Cindy Mack en el libro Buscadores de belleza. Historias de los grandes coleccionistas de arte.
Admirado también por Henri Matisse y Pablo Picasso –quien lo definió como su “único maestro”-, Cézanne fue un referente tanto para sus contemporáneos como para las generaciones que siguieron. Especialmente desde la retrospectiva que le dedicó el Salón de Otoño de París en 1907, un año después de su muerte. Su pintura Los jugadores de cartas (1890/95) llegó a ser la más cara de la historia en 2011, cuando la familia real de Qatar pagó por ella 250 millones de dólares.
Ahora vuelve a ser noticia gracias a la muestra de dibujos y acuarelas que le dedica hasta fin de mes el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), y la subasta de Christie’s que lo tendrá en noviembre entre sus grandes protagonistas: la obra El estaque con tejados rojos (1883/85), de la colección de Edwin Lochridge Cox, se ofrecerá por un valor estimado entre 35 y 55 millones de dólares. Es uno de los tantos paisajes que pintó, junto con sus bañistas, retratos y naturalezas muertas, además de abocarse a diario al dibujo durante más de medio siglo.
Todas esas obras tienen algo en común: la forma innovadora en que el artista expresó su percepción, al integrar la observación directa de los impresionistas con la estructura de la composición clásica. Tras vivir en París y en Auvers regresó a su ciudad natal, Aix-en-Provence. El lugar donde unas simples frutas, montañas y rocas -recreadas de manera única- contribuyeron a cambiar la forma de mirar.
“Durante siglos antes de Cézanne, el arte europeo más importante fue el que representaba con mayor precisión el mundo, con exactitud, ilusionismo, elegancia, sprezzatura -explica el crítico Jason Farago en el New York Times-. Cézanne desechó todo eso. En cambio, usó el arte para dar forma al proceso de ver ese mundo, individualmente, tanto con el ojo como con el cerebro”.
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