Paul Auster: "Siempre preferí Beethoven a los Beatles"
En el bar del Four Seasons, en la media hora que lleva esta entrevista, Paul Auster es un hombre afable, de ojos visiblemente saltones y excelente humor al que el vuelo directo desde Nueva York no parece haberlo cansado en absoluto. Viste de negro, fuma un cigarrillo electrónico que parece una birome y se sienta bajo un enorme televisor apagado con su también enorme novela 4,3,2,1 frente a él, dispuesta en una mesa de vidrio. Porque ahora Auster, invitado a la Feria del Libro, es eso: una novela de 950 páginas (la más larga de las 19 que ha escrito) en la que un mismo personaje llamado "Ferguson" vive cuatro vidas en paralelo. Una novela que tiene como telón de fondo los años interesantes de la segunda mitad de los 60 y cuyas coincidencias con la biografía de Auster son evidentes, aunque el autor lo niegue una y otra vez. También está en Buenos Aires para presentar el documental Here & Now que registra la relación epistolar con el Nobel sudafricano John M. Coetzee que terminó en un libro. "Todavía no lo ví. Dígame ¿Es muy terrible?", confía Auster. "Empezó siendo una idea común de trabajar sobre Samuel Beckett pero luego, de alguna forma, se convirtió en esto de las cartas ya que vivimos uno muy lejos del otro. Yo le propuse que nos escribiéramos como si estuviéramos viviendo en la misma ciudad, algo así como si nos juntásemos a cenar dos o tres veces por mes. Serían las conversaciones que tendríamos por nuestros intereses comunes. Cuando empezamos con este proyecto no pensábamos en publicarlo, ya que la mayoría de las cartas no fueron hechas pensando en un público de lectores. Finalmente no creo que sean cartas en el sentido clásico y tradicional sino más bien intercambios de ideas’’.
–¿Cómo se sintió al terminar de trabajar en este enorme libro de casi mil páginas? Debe haber quedado muy vacío, ¿no?
–Es gracioso lo que pasó. Terminé la última oración y estaba tan agotado que cuando me levanté estuve a punto de desplomarme. Tuve que apoyarme en las paredes para caminar sin caerme al suelo. Estaba exhausto. Esto pasó a última hora de la mañana o primera hora de la tarde, recuerdo. Estaba fulminado. Cuando empecé creí que el libro iba a llevarme siete años de trabajo. Lo empecé cuando tenía 66 años que es exactamente la edad en la que mi padre murió de un ataque al corazón una noche. Y eso me hizo pensar en que quizás yo mismo no iba a vivir mucho más que eso, que podría pasarme lo mismo. No sé porque tuve esa sensación, pero eso hizo que el proyecto de siete años se hiciera en tres años y medio. No podía pensar en morirme antes de terminarlo y que quedara un libro inconcluso de quinientas páginas. Así que durante ese tiempo no salí. No viajé. No hice nada. No leí no dí entrevistas. Siri (Hustvedt, su mujer) y yo estuvimos en la casa cada uno trabajando en sus cosas. Ni siquiera veíamos amigos.
–¿No se preocupó ella por su salud?
--No, porque veía que escribir el libro me daba mucha energía. Fue un trabajo muy demandante y un desafío pero llegado un momento yo me sentía como bailando. Sé que se lee como algo muy estructurado pero la mayoría de lo que está escrito allí es improvisación. La mayoría de las veces me sentaba a escribir con una idea muy vaga de lo que quería decir y así seguía hasta terminar un capítulo. Creo que en realidad son cuatro novelas en un mismo libro y esa fue la manera en que se fue haciendo.
–¿Es esta su versión de la gran novela americana?
–No, nunca pensé en eso. Es algo que ni se me cruza por la cabeza. Solo puedo decir que es un libro que representa un momento extraño e intenso de mi vida. Escribir novelas, aún aquellas de un tamaño standard, es un poco como correr una maratón. Si llevas las cosas al límite un día no vas a estar bien para el siguiente. Una de las cosas que he aprendido de escribir novelas a lo largo de los años es que hay que dejar actuar al subconsciente. Cuando se deja de escribir, no hay que pensar más en el libro y dedicarse a otra cosa: mirar un partido de baseball, una película, cualquier cosa. Luego el sueño tiene un poder energético inmenso porque soluciona los problemas del día anterior. Y es probable que al despertar el texto fluya en el lugar donde había quedado atascado. Por otra parte, no creo que se trate de una novela realista en el sentido clásico. Es otra cosa, no sé muy bien como definirla. De hecho hay muy pocos diálogos en el libro, las descripciones físicas son limitadas. Se trata más de contar historias. De hecho la primera línea del libro se refiere a lo que dice la leyenda de la familia acerca de que el abuelo de Ferguson llegó a Nueva York un primero de enero de 1900 y mordió por accidente un tomate confundiéndolo con una manzana. Bueno, habría que darse cuenta que no hay tomates en enero para entender que todo ha sido inventado.
–El libro puede interpretarse como una recreación de su infancia y juventud. ¿Escribirlo le ha permitido vivir las vidas que no vivió?
–No creo, para mí no se trata de un libro autobiográfico. Comparte mi geografía y mi cronología. Puede ser un libro de mi vida pero no acerca de mi vida. Hay un solo incidente que yo tomé directamente de mi vida que es un partido de basquetball muy increíble entre negros y blancos y que no terminó en una golpiza como dice en el libro. Luego hay una tormenta en la que murió un amigo mío cuando tenía 16 años y que aparece aquí ligeramente cambiada. Fue un episodio muy traumático para mí y nunca antes había podido escribir sobre eso. Todo lo demás es inventado. Por otra parte, estos chicos tienen en común que son muy precoces. Mucho más de lo que yo fui, ya que me desarrollé muy lentamente. Creo que los protagonistas de "4,3,2,1" son mucho más talentosos de lo que yo era cuando tenía esa edad. Por ejemplo, cuando era chico tenía la idea de hacer un diario pero no lo hice y "Ferguson 2" sí lo hace.
–Ni tampoco tuvo sexo con otros chicos…
–¡No, nunca lo hice! Pero fue muy fácil de imaginarlo. Solo se trataba de trasladar el deseo de las mujeres hacia los hombres. El deseo es deseo puro. Eso no fue difícil de imaginar, otras cosas lo fueron más.
–Su personaje llora cuando lee un pasaje de la Odisea. ¿Le ha pasado eso a usted leyendo un libro? ¿Con cuál?
–Aquí aparece otra cosa muy relacionada con mi vida. Yo no sé exactamente si lloré pero estoy seguro de que estuve al borde de llorar al leer ese mismo pasaje de la Odisea. Pero de todos modos no creo que sea un sentimiento estrictamente personal: el regreso de Telémaco es una de las escenas más conmovedoras en la historia de la literatura.
–Una gran parte de la novela transcurre en ambientes universitarios durante tiempos agitados e interesantes en la segunda mitad de los 60. Conocemos lo que piensa el personaje en sus vidas paralelas acerca de todo lo que ocurría. ¿Pero que pasaba con el joven Auster entonces? ¿Era usted un hipster o un square?
–Era el mismo que soy ahora, siempre fui igual. Claro que era más joven e impetuoso, pero no me interesaba encajar en ningún sitio. Creo que no me parecía a nadie. En 1965, mientras estudiaba en Columbia, viajé a Irlanda en el verano. En Dublin me compré un traje de tweed. Los hombres todavía usaban corbata entonces. Lo cierto es que volví con ese traje puesto y lo usaba todos los días durante mi primer año en la universidad. Lo usaba tanto que terminó teniendo agujeros. ¡Nadie se vestía así entonces! No tomaba drogas aunque sí me gustaba mucho beber y fumar. Mis amigos eran más del bando de los poetas salvajes que los chicos políticos pero conocía bien a estos. Me gustaban pero nunca me involucré directamente en las causas de la época aunque mis creencias eran muy firmes. Estaba en contra de la guerra y a favor de los derechos civiles con absoluta firmeza.
–¿Qué pensaba entonces de la radicalización de izquierda en el 68?
–Para mí se volvieron locos. Muchos amigos míos enloquecieron. Los Weathermen eran un delirio.
–¿Los conocía?
–¡Por supuesto! En el verano del 69 recuerdo haber ido a una oficina postal en Mssachussets y tenían unos carteles del FBI con las diez personas más buscadas en todo Estados Unidos. ¡Miré sus rostros y resultó que conocía a siete de ellos! Pero durante el motín en la Universidad de Columbia también me llevaron preso, fui uno de los setecientos que fuimos a la cárcel. Por lo tanto no creo haber sido ni hip ni square, tan solo yo mismo. En esa época solo me interesaba leer, devoraba libros. La mitad de los libros que leí en mi vida los debo haber leído durante esos años.
–¿A que edad despertó su apetito por la lectura?
–Diría que a los 16.
–Ah, hubiera pensado que había empezado en la infancia.
–Era incapaz de leer literatura hasta los 14 más o menos. No podía, me resultaba imposible. Sí había empezado a escribir pequeñas historias desde los nueve o diez años pero eran horribles, pura basura.
–¿Las conservó?
–¡Afortunadamente no! Cuando tenía once años Boris Pasternak ganó el Premio Nobel de Literatura. Por supuesto que la Unión Soviética no le permitía viajar a Estocolmo para retirar el premio. Pasternak estaba en todos los diarios todo el tiempo y "Dr Zhivago" acababa de editarse en inglés. Pensé que no había mejor libro para leer sobre la la tierra y me lo compré con mi propio dinero: tres dólares con noventa y cinco. Empecé a leerlo y no entendía nada. Leí doce veces la primera página. Tuve que abandonarlo. Lo gracioso es que nunca leí "Dr Zhivago" en mi vida. Las películas fueron igual o más importantes. Con las películas podía relacionarme más rápido y mejor. Pero hasta los 16 casi todo lo que leía tenía que ver con los deportes.
–En el libro hay listas extensas de libros y películas que se mencionan. ¿Es una especie de museo personal?
–No lo había pensado así pero podría ser. Todos los títulos que nombro en la novela los he leído y visto en el cine pero son solo una pequeña parte. Me gusta nombrar los libros, las películas y las obras de arte que veo porque los escritores no suelen hacerlo. Es como un tabú. En las novelas nadie lee novelas, ni mira cuadros ni escucha música. ¡¿Por qué?!
–Justamente hay poca música en su novela. ¿No le interesaba?
–Pero si está lleno de música el libro. Uno de los personajes escribe una larga biografía de Beethoven, por ejemplo. Otro es crítico musical.
--Me refería a la música pop, la que marcó el compás de sus años en Columbia.
–Nunca me interesó la música pop. Por eso llevaba ese traje de tweed: me interesaba más Beethoven que los Beatles. ¡Roll over Beatles!
–En el libro dice que Kennedy es el primer presidente televisivo de Estados Unidos. ¿Puede pensarse en Donald Trump como el último de ese linaje?
–No, todos los presidentes son televisivos desde que se inventó la TV. Y hoy con la computadora es lo mismo, es una pantalla. Estamos en la era de la imagen y seguirá siendo así.
–En la novela se narra con mucha precisión la grieta que había en la sociedad americana con la guerra de Vietnam. Da la sensación de que esa grieta nunca se cerró. ¿Lo cree así?
–Sí. América nunca se recuperó de eso. Tratamos de taparlo pero sigue ahí. Eso es lo que llevo a Ronald Reagan al poder. La guerra terminó en 1975 y en 1980 apareció este actor idiota diciendo "Ganamos la guerra. Es una nueva mañana en América sigamos adelante". La gente fue lo suficientemente tonta como para creerlo pero era una cura falsa para una enfermedad muy profunda.
–¿Qué significa ahora el slogan "Make America Great Again"?
–Quiere decir "Make America White again". Eso es exactamente lo que quiere decir Trump.
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