Para leer a Margaret Atwood, la poeta
Autora de novelas notables como El cuento de la criada, Alias Grace y El asesino ciego, ensayista y docente, Margaret Atwood (Ottawa, 1939) es, además, una poeta destacada. Desde 1961, su obra poética crece en simultáneo a su narrativa y al activismo en defensa de los derechos humanos y el medioambiente. En España se tradujo y se publicó gran parte de su poesía, pero no ocurrió lo mismo en la Argentina, excepto en blogs. En el número 38 de la revista Hablar de Poesía, que se distribuirá este mes en librerías, saldrán publicadas traducciones de poemas de Margaret Atwood a cargo de Eleonora González Capria.
Como destacó Alberto Manguel, su amigo y anfitrión durante la visita que la escritora hizo a Buenos Aires en diciembre de 2017 para dar una conferencia en la Biblioteca Nacional , la poesía de Atwood tuvo al comienzo una temática local, referida al paisaje, la familia y la historia canadiense del siglo XIX, en la que sin embargo despuntaban cuestiones universales como el paso del tiempo, las consecuencias del desamparo y las formas de la trascendencia. Por The Circle Game, su segundo libro de poemas, de 1964, la escritora obtuvo el premio Governor General's en 1966. Fue el primero de una larga lista de galardones.
Atwood es una polemista afilada, como pudo comprobar en Twitter la vicepresidenta de la Nación, Gabriela Michetti, cuando la escritora le envió mensajes en los que reclamaba por la despenalización del aborto en la Argentina, que tuvieron gran repercusión. Luego de una respuesta enérgica por parte de la escritora , la popularidad de Atwood, que ya había crecido por la difusión en Netflix de la serie basada en El cuento de la criada, aumentó aún más. Un grupo de intelectuales y artistas feministas realiza desde el 10 de julio performances en la puerta del Congreso Nacional, vestidas a la manera de las criadas de la serie basada en la distopía de la canadiense, donde las mujeres son consideradas poco más que vientres para la procreación. Atwood también criticó con vehemencia las políticas antiinmigratorias del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. En tiempos de "posverdad", es una escritora comprometida.
Su más reciente libro de poesía, de 2007, es La puerta. En 2009, un año después de que la autora recibiera el premio Príncipe de Asturias por su trayectoria, la editorial Bruguera publicó una edición bilingüe de ese título, con una versión en español de María Pilar Somacarrera Íñigo. La puerta reúne poemas en cinco secciones, que versan sobre el mundo íntimo de la escritora, la actividad poética y los dones que reserva la vejez. Incluye además un conjunto de poemas con instrucciones y recomendaciones hechas en tono irónico, como "Actividades posibles". De ese volumen elegimos cuatro poemas de Margaret Atwood.
Europa con cinco dólares al día
Amanece. Lavan
las finas sábanas con pústulas. La ciudad es vieja,
pero nueva para mí, y, por lo tanto,
tan extraña como fresca.
Todo aparece claro, pero sin contraste,
Incluso los ojos turbios del oculista,
También el carnicero, su caballo pintado,
sus bandejas de entrañas acuosas
y lonchas de carne ennegrecida.
Camino,
observo todo por igual.
Todo lo que poseo está en mi bolsa.
Me he desconectado.
Puedo sentir el lugar
al que estaba unida.
Está en carne viva, como cuando te cortas
un dedo con un rallador. Es un revoltijo
de imágenes hechas añicos. Me duele.
¿Pero en qué parte de mí
está exactamente el tallo arrancado?
A veces aquí, a veces allá.
Mientras tanto, la otra muchacha,
la que tiene memoria,
se acerca cada vez más.
Me alcanza,
arrastra tras ella, como humo rojo,
la cuerda que nos une.
El tiempo
Solíamos observar los pájaros,
ahora observamos el tiempo.
Nubes blancas, mullidas, como almohadas,
unas son grises como pulgares gigantes,
otras oscuras, llenas de funesto sino.
Hubo un día en que no nos importaba.
Teníamos paraguas, teníamos hogares.
Pero mientras mirábamos a otro lado,
a las guerras, a otros divertimentos,
el tiempo se arrastraba detrás de nosotros
como una serpiente, un asesino o una pantera,
y luego se escapaba.
Por qué fuimos tan descuidados,
nos preguntamos, mientras el tiempo se precipita
sobre el horizonte, verde
y amarillo, espesándose
con arena, miembros de cuerpos, sillas
rotas y alaridos.
Tras su estela, nos agostamos o nos ahogamos.
¿Cómo podríamos meterlo
en la bolsa o en la botella,
donde ocupaba tan poco?
¿Quién lo dejó libre?
Si el tiempo escucha a alguien,
no es a nosotros.
¿Es culpa nuestra?
¿Provocamos este desastre al respirar?
Sólo queríamos una vida feliz,
y que las cosas siguieran como antes.
El viento amaina. Hay un silencio,
el cielo se sosiega durante media hora.
Pero entonces vuelve el tiempo
-una vez y otra vez-,
un gran estruendo sin tregua,
que pisotea todo,
abrasando el aire.
Ciego, sordo y terrible,
no tiene mente propia.
¿O sí? ¿Qué pasa si la tiene?
Imagina que tuvieras que rezarle.
¿Qué le dirías?
Algún día alcanzarás
Algún día alcanzarás una curva en tu vida.
El tiempo se combará como el viento
y, tras esto, los jóvenes
ya no se sentirán intimidados por ti
tal y como deberían sentirse,
como eran cuando tenías cincuenta años menos
y una mirada feroz como el invierno,
y guardabas las almas humanas en frascos de jarabe
y podías hacer que los perros estallaran en llamas.
En lugar de miedo, te dedicarán
una especie de respeto obediente
que, en realidad, no es serio
y te verás a ti misma como un objeto
de jocosidad secreta,
como un absurdo y costoso sombrero.
Los ojos rutilantes de los viejos no son alegres,
o si lo son, tienen la alegría
de las cosas que no tienen poder:
el papel pintado de flores rosas,
los capullos en búcaros, mariposas
ebrias de peras en fermento o
borrachos de los bajos fondos.
Borrachos de los bajos fondos, que cantan
-se me olvidaba añadirlo-.
Has oído al hombre que amas
Has oído al hombre que amas
hablando consigo mismo en el cuarto de al lado.
No sabía que lo escuchabas.
Pegaste el oído al muro
pero no conseguías captar las palabras,
sólo una especie de ruido sordo.
¿Estaba enfadado? ¿Estaba maldiciendo?
¿O era una especie de comentario
como una larga y críptica nota al pie en una página de versos?
¿O buscaba algo que había extraviado,
como las llaves del coche?
Entonces, de repente, se puso a cantar.
Te asustaste
porque era algo nuevo,
pero no abriste la puerta, no entraste,
y siguió cantando con su voz grave, desafinada,
densa y dura como el brezo.
La canción no era para ti, no te mencionaba.
Tenía otra fuente de contento,
nada que ver contigo en absoluto,
era un hombre desconocido, que canta en su cuarto, solo.
¿Por qué te sentiste tan dolida, y tan curiosa,
y al mismo tiempo tan feliz,
y también tan libre?
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