"Siempre me sentí identificada con mi nombre. Y no precisamente por lo que dicen en general cuando comparan o asocian el volar de una paloma con Paloma-bailarina. Sino por la libertad que he sentido. La libertad de una Paloma. La libertad de poder volar en todos los sentidos", así comienza la biografía de Paloma Herrera, Una Intensa Vida.
De eso modo define su esencia. La libertad es sin duda su más preciado tesoro. A los 15 años firmó sola un contrato con el American Ballet Theatre y, luego de haber consumado su sueño, de haberse comprometido a sostener tamaño compromiso, sólo después de hacerlo, llamó a sus padres para comunicárselos. Ella misma dice que tenía una confianza absoluta en que ellos la apoyarían siempre en cualquier decisión que la hiciera feliz. Libertad y confianza, una dupla infalible.
Los primeros pasos
Cuando Paloma arribó por primera vez al Teatro Colón sintió la magia que presentía que experimentaría con el arte de expresarse a través de la danza. Había llegado a las clases de Olga Ferri (su maestra apasionada y exigente) después de confesarle a su madre que quería bailar y que quería hacerlo con zapatillas de punta. Ya a los 7 años sabía cuál sería su destino. "Aquel día que pisé por primera vez el estudio de Olga supe que éste era un camino sin retorno", asegura con total naturalidad, como si su historia hubiese estado escrita de antemano en su conciencia.
Cuando apenas cumplió 8 años, de la mano de su maestra, se presentó a una audición para entrar por concurso a la escuela del Teatro Colón (abierta, gratuita); había que pasar tres rondas: física, médica y artística. La seleccionaron entre los pocos que pudieron superar la rigurosidad del consejo del ISA. A partir de ese momento su compromiso con la danza fue creciendo con una intensidad casi inexplicable. Una voluntad marcada a fuego por la perfección, la obsesión y, sobre todo, la pasión que la acompaña hasta hoy, un fuego que transmite en cada paso de una vida signada por experiencias superlativas, elevadas, colmada de aventuras, viajes, arte, amores, teatros, mundos dispares, experiencias que no a todos se nos presentan. Paloma Herrera ha trabajado para eso toda su vida. "No me interesa vivir una vida light", repite cada vez que puede.
Bailó por primera vez en su amado Teatro Colón, de manera profesional, a los 9 años, en Escenas de Ballet, con música de Alexander Glazunov, con una coreografía montada por el estadounidense John Clifford para la compañía local. Estalló de alegría al ser elegida y tocar por primera vez con sus zapatillas el escenario que durante 25 años de carrera sería su refugio más preciado. Herrera se convertiría en Primera Bailarina del ABT a los 19 años pero nunca dejaría de volver a su lugar, a su teatro, a bailar roles como "Amor" en "Don Quijote", "Medora" en "El Corsario", o a interpretar con sus suaves líneas al cisne blanco en "El lago de los Cisnes". Esa vez estuvo junto a su maestra y coach durante toda su carrera: Irina Kolpakova, con quien recorrió un largo camino y de la que aprendió a pensarse con "brazos largos" como alas. Había un código entre ambas que sólo ellas entendían y que Paloma cuenta en su biografía, cuando ella llegaba sin tantas ganas a los ensayos le decía a su maestra: "Hoy me levanté con los brazos cortos", eso significaba que había amanecido de mal humor y que el trabajo debería ser más duro. Pero, al terminar, se llevaría consigo la seguridad de haber avanzado. Había tenido que sacar fuerzas para vencer a la mente.
Cuando en 2017, María Victoria Alcaraz, la directora general del Teatro Colón, la convocó para dirigir el ballet estable, Paloma Herrera no dudó en tomar una nueva oportunidad creativa a pesar de que el desafío era enorme y no falto de dificultades. Sabía que iba a tener que trabajar duro. Dijo: "Acepto este reto con un enorme orgullo y agradecimiento, amo esta casa en la que crecí desde muy niña. Es una gran satisfacción para mí devolverle al Colón todo lo que me dio y poder proyectar a nuestro extraordinario cuerpo de baile al mundo". Y así lo hizo. Paso a paso fue empapándose del trabajo, cada día fue avanzando en el conocimiento de su tarea, ha duplicado la cantidad de funciones, se ocupa de seguir de cerca a cada bailarín, de hacer rotación de los intérpretes en distintos roles, de otorgarles oportunidades a todos. Les transmite a sus bailarines cada tramo de su propia fibra, su entrega, la disciplina que caracterizó su vida.
En este segundo año, el legendario Pirata Conrad imaginado por Lord Byron deslumbró en El corsario; La vigorosa versión del coreógrafo cubano Enrique Martínez sobre la historia de la muñeca que cambia la vida de una pareja de aldeanos arrasó con los aplausos en Coppelia. Los ojos atentos de Paloma están posados sobre una nueva pasión: la de potenciar la fuerza, la energía, el arte de aquellos bailarines en los que muchas veces se ve a ella misma; se la ve tan apasionada como siempre, disfrutando de los avances, de cada logro, del talento que ella sabe se pule con horas y horas de ensayo y repetición.
El ballet del Teatro Colón ha cambiado, está distinto, tiene el espíritu de un equipo que funciona. Tiene las alas de la libertad y la seguridad que otorga la confianza, las cualidades que atraviesan el ADN de Paloma, una artista que no para de volar.
Se viene en el Colón
La viuda alegre, Romeo y Julieta y El cascanueces, son las obras que le seguirán a la presentación de Coppelia