Palabras que no mueren
Entenderse con Antonio Dal Masetto requería pocas palabras: sólo bastaban un par de gestos y algún ademán adecuado. Ahora que lo pienso, se me ocurre que esa sobriedad tenía una razón esencial: Dal Masetto había decidido usar las palabras para lo que mejor sabía hacer: escribir cuentos y novelas. La literatura, a secas, no tenía secretos para él; transitaba por diferentes géneros e invariablemente regresaba victorioso de esas caminatas: el resultado era un cuento único e inolvidable, pongo por caso "Primer amor", y novelas de corte policial, como Hay unos tipos abajo y Siempre es difícil volver a casa, o novelas que escapan a cualquier clasificación y sólo se las puede encuadrar sobre la base de su alta e inigualable calidad. Oscuramente fuerte es la vida y La tierra incomparable son la mejor prueba de lo que quiero decir. Era, para entendernos, un escritor de cabo a rabo, que había hecho de la literatura su modo de vida, su razón de vida.
Ahora me entero de que se ha muerto y eligió precisamente el Día de los Muertos para hacerlo. Aunque, como supo apuntar Borges, morir es una costumbre que sabe tener la gente, me cuesta aceptar esa muerte, me duele aceptarla. Sé que a partir de este momento ya no nos encontraremos por cualquier calle del barrio, ya que vivíamos cerca uno del otro; sé que ya no habrá posibilidad de cruzar esas pocas palabras con que sellábamos aquellos encuentros, pero me consuela saber que quedarán sus muchas, bellas y esenciales palabras, con las que armó sus cuentos y sus novelas, y a esas palabras, esto lo sé con certeza, no hay nada ni nadie que pueda matarlas.
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