Pablo Simonetti: “Estamos más atentos a la agresividad del capitalismo salvaje”
El escritor chileno presentó Jardín, una novela autobiográfica que le permitió repensar las decisiones de su familia respecto de la venta de casa de su infancia; las relaciones familiares y los mandatos, en esta conversación con LA NACION
Pablo Simonetti defiende su jardín, su mundo, la escritura.
Cuenta él que de chico era muy dado a la imaginación, algo desadaptado, dispuesto a crearse espacios ficticios y vivir en ellos. En su adolescencia estaba bastante solo y a eso se le añadió el vislumbre de su orientación sexual. Entonces supo que entraba en un mundo en el que se esperaba que fuera ingeniero (digno hijo de padre ingeniero), que trabajara con él en su fábrica, que fuera católico, heterosexual. Su matriz era distinta, por eso decidió sumergir a ese Pablo original y trató de conformar lo que dictaba la norma de la sociedad chilena de entonces: estudió ingeniería, fue popular, empezó a salir con chicas. Trató de ser quien se suponía que tenía que ser.
Cuando viajó a Stanford, en EE.UU., para especializarse en ingeniería económica (título que obtuvo), se encontró con un mundo que le resultó mucho más abierto, amigable con su homosexualidad hasta entonces reprimida y decidió "reventar a patadas el clóset". En ese preciso momento empezó a pensar que quería escribir. Podría decirse que entonces empezó a cultivar su jardín, lo que sería su lugar en el mundo. "Encontré que por fin había algo que tenía que ver conmigo, pero en las cosas más esenciales", dice en este encuentro con LA NACION en Buenos Aires donde vino a presentar Jardín (Alfaguara), su sexto libro.
Simonetti nació a principio de los 60 y siente que debería haber empezado a escribir diez años antes. Sin embargo, también percibe que su narrativa responde más a la generación de escritores más jóvenes que a la suya. "Me decían recién que yo transmito en mi escritura una melancolía reposada. Esa melancolía en el terreno de la ingeniería de la empresa privada no tenía un espacio. Sufría mucho allí porque aquello no tenía nada que ver con estar sentado en mi escritorio solo reposado meditando sobre las historias que quiero escribir".
Encontrar tu lugar para vivir, tu jardín, tu domicilio, el sitio donde te sientas cómodo. Eso fue lo que le pasó a Simonetti y lo que revive con un regocijo enorme. Sin embargo, esta vez, el jardín del que habla en su última novela no es el propio, sino el de su madre, a quien le dedica el libro.
Su escritura da cuenta de esto: en general, elige contar historias con una pátina nostálgica, habla de personas con dificultades para encontrar su lugar en el mundo y se vale de un lenguaje simple, como quien defiende la claridad como principio estético. En Jardín y también en sus anteriores novelas (Madre que estás en los cielos, La razón de los amantes, La barrera del pudor y La soberbia juventud) y en sus relatos (Vidas vulnerables) hay claridad, visualidad y, al mismo tiempo, un valor simbólico y poético que un lector avezado sabe paladear.
Simonetti se siente a gusto en la autobiografía. Cree que el hecho de contar acerca de su ambiente le otorga "poder narrativo", le permite entregar el matiz, la sugerencia, el detalle vivificador que otorga más verosímil y más profunda una historia. De Jardín dice que es una novela que le permite volver a pensar las decisiones que su familia tomó en un momento. "Parecían tan evidentes y el tiempo se ha dedicado a refutarlas y ahora aparecen como el mayor error de nuestra vida", dice. "Mi pregunta en esta novela es: ¿Por qué nosotros no tuvimos la consciencia de lo fundamental que era lo que estábamos tratando como familia? Pensamos que la venta de la casa era sólo una situación que había que resolver, que era un negocio que había que hacer. No estábamos tomando en cuenta todo lo que significaba el arraigo de nuestra madre en ese lugar. Hablo de arraigo con toda propiedad, por el tema de las raíces, de las plantas".
En la novela, una viuda de 76 años, impulsada por sus hijos, acepta una oferta millonaria por su casa. Así se despide del hogar que compartió durante 40 años con su esposo, donde crió a sus hijos, donde reside la memoria, su jardín.
- ¿Cómo nace la idea de contar esta situación?
- Nace en un contexto muy particular. Nosotros como país estábamos haciendo una revisión histórica de lo que había significado el Golpe militar. Se cumplían 40 años. Estábamos revisando todos los efectos culturales que había tenido la dictadura. Y uno de los efectos fue que vivimos en una época de capitalismo salvaje, en el que todavía estamos viviendo, pero por lo menos hay mucha más gente que ahora está atenta a su agresividad. Entonces, en ese contexto a mi me avisan que estaban echando abajo la casa de mis padres. Y el efecto inmediato fue mirar para atrás y decir: mi madre podría haber vivido ahí todos estos años. Y al mismo tiempo esa misma noche un amigo mío me dijo que había visto El jardín de los cerezos [de Antón Chéjov]. Y me impresionó mucho porque…bueno, ahí se me armó la novela al tiro. Ví a una familia que es un símbolo de insensibilidad frente a alguien que tiene una buena vida y una familia que solo piensa en las utilidades. Son como dos lenguajes distintos: uno es dinero y otro una buena calidad de vida o, más que eso, el buen sentido de la vida. Ahí nació la novela y esta perspectiva del tiempo, de mirar atrás y decir: mira lo que aquí pasó. En ese minuto no lo comprendimos y después fue tanto el dolor que no lo quisimos mirar por mucho tiempo.
- ¿Cuáles son los puntos de vista que plantea la novela?
- Planteo tres paradigmas principales que se movieron entre los hermanos. Nosotros somos cinco, pero yo plantee tres y cada uno representa un paradigma distinto. El hermano mayor es el pragmático, el que quiere solucionar problemas para sacárselos de encima y poder seguir hacia adelante, el que cree que solo hay futuro, que el pasado es una especie de lastre. Después está el principio de la hija, que cree que sabe lo que la madre quiere. Que eso muchas veces pasa con los hijos, que dicen: mi madre no sabe lo que quiere, yo sí se. Y el tercero, que dice: hay que entender qué es lo que nuestra madre quiere, primero que nada y que se da cuenta de que detrás de esas flores está el enorme edificio de la memoria y de la cultura familiar, que podríamos visualizarlo en todas esas raíces que se hunden en el suelo de ese pedazo de tierra. Y está el principio de la madre, podríamos decir que es un cuarto, que por evitar un conflicto entre sus hijos es capaz de postergarse a sí misma y finalmente no logra evitarlo y estalla. Ahí hay algo tanático en el principio materno, de esta mujer en particular.
El gran tema, la gran pérdida: desarraigar a una persona del lugar que ha construido como su lugar en el mundo. No es trivial cómo lo ha hecho esta mujer, cómo ha cultivado ese jardín.
- Hay un modelo de familia allí, en el que la madre da todo por sus hijos...
-Sí, hay una estructura machista que todavía se transmite a las generaciones más jóvenes en esta familia. El padre eligiendo al hijo mayor, desterrando al hijo menor del negocio familiar por ser gay, y la madre respetando al hijo mayor en temas financieros pero apoyándose en el hijo menor en el tema emocional. Hay ciertos papeles asignados. Todo eso me parece de una injusticia enorme y que está transmitido todavía de este canon, esta forma de pesar la familia que existía a finales del siglo 20 tan fuertemente impulsado por la iglesia católica: que la madre es subsidiaria al marido y a los hijos.
- ¿Qué sentís que modifica en la cultura del barrio derrumbar casas por propuestas inmobiliarias rentables?
- En Chile los barrios han cambiado mucho, se fue perdiendo el sentido de barrio, de comunidad. Por ejemplo, en Chile tenemos los terremotos. Siempre vivimos catástrofes y siempre hubo una solidaridad enorme entre las personas del barrio: mis vecinos cada vez que había un terremoto venían a casa, mi madre les preparaba comida, les daba té, lo que fuera para que estuvieran tranquilos. Iba de casa en casa preguntando como están, qué les pasó. Además de nuestros ritos de ir a comprar el pan en la esquina de la panadería rosada, teníamos un cine, un pequeño supermercado, una zapatería. Todos esos negocios barriales desaparecieron. Ahora la gente va a comprar a los malls. Todo esto que menciono de mi antiguo barrio ahora en Santiago es un paseo con restaurantes de moda. Ya no quedan rastros de nuestro barrio.
- ¿Tus hermanos leyeron la novela? ¿Qué les pareció?
- No lo he hablado con todos, pero con algunos sí. No se ofendieron porque no se sintieron representados por ninguno de los personajes, que son una construcción. Pero me sorprendió uno de ellos diciendo: este fue el peor error que pudimos cometer en la vida. Ellos pensaron igual que yo al cabo de los años. En su momento defendieron a brazo partido el hecho de vender la casa, pero la refutación de la historia fue tan fuerte que ellos también tomaron consciencia de que habíamos cometido un error enorme.
Simonetti cultiva su jardín. Trabaja en una nueva novela que retrata 20 años en la relación de un padre y su hijo. Escribe frente a su jardín, dice que allí encuentra la paz de la compañía de su madre.
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