Pablo Gianera. “Preferiría ser un campesino indignado, pero soy un moderno renegado”
En “La segunda puerta del sueño”, reflexiona sobre la capacidad de las obras de arte para iluminar otro modo de estar en el mundo
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En un mundo feroz –o, quizá peor, desencantado– la obra de arte permanece como un reducto, el último bastión desde donde acceder a una temporalidad distinta, tal vez en contacto más íntimo con el misterio, con cierto modo de la trascendencia.
En estas cuestiones piensa el ensayista, crítico y traductor Pablo Gianera (Buenos Aires, 1971), y de esto escribe en su último trabajo, La segunda puerta del sueño (Edhasa), una serie de ensayos donde palabra, imagen y música se entrelazan tanto como lo hacen diversos tiempos históricos y fuentes filosóficas.
Gianera puede encontrar resonancias de Paul Valéry o de Horacio en la obra visual de la argentina Sarah Grilo, hallar en la música de Ludwig van Beethoven una impronta que lleve a la pintura de John Constable y Caspar David Friedrich u oír la voz de Karl Kraus durante una caminata por la Viena actual; con la amabilidad del erudito que no se erige en tal, nos sumerge en un diálogo profundo y a la vez accesible con obras que se revelan mucho más que objetos de placer o conocimiento.
“Decía alguien que quien sabe solo de música no sabe ni de música –comenta Gianera, que además dicta clases de Estética y de Semiótica Musical en el Conservatorio Superior de Música Manuel de Falla–. Me di cuenta de que no podía escribir tabicadamente. Tiene que haber un principio estético que organice lo pensado sobre cada arte. En La segunda puerta del sueño, ese orden está entre líneas. Me estoy ocupando de pasarlo en limpio. No sé si podré”.
–“Mi conversación es con los muertos” se lee en el prólogo, y, de hecho, los ensayos están atravesados por infinidad de voces, la mayoría previas al siglo XXI. ¿Simple casualidad o hay algo en lo contemporáneo que no te llega a interpelar?
–No habría dicho eso hace quince o veinte años. Pero la mayoría de los interlocutores de esa conversación ya se murieron, y seguramente yo habré muerto para otros. Creo no ser menos contemporáneo que otros escritores que adhieren ahora a lo contemporáneo con mayor publicidad y énfasis. Por cosas así es que me llegó cierto aislamiento, por repliegue propio y por fatalidad. Hay muchos contemporáneos y muchas maneras de ser contemporáneo. No, es mentira: en realidad, hay una sola manera, pero no la conocemos nosotros. Está reservada a los contemporáneos de otras épocas, futuras, que van a juzgar la nuestra.
Estoy convencido, como Hofmannsthal, de que la profundidad se esconde en la superficie. Uno de los milagros de la obra de arte es que la materia se trascienda por la materia misma: no hay más que eso, y el misterio es que ‘eso’ sea más que ‘eso’. No hay manuales estéticos.
Un milagro próximo
En el origen, fueron las libretas. Gianera incluso tenía un posible título para un libro, no precisamente La segunda puerta del sueño, que se llamaría Aufzeichnungen, “apuntes” en alemán. Notas, observaciones y registros que siguen acumulándose –algunos de esos apuntes, dos o tres frases, seguramente se hayan transmutado en algún artículo escrito para La Nación–; una escritura sin intención, a la espera de un posible desarrollo.
“Pero los ensayos que hacen este ensayo fueron escritos de punta a punta”, asegura el autor. Con Fernando Fagnani, el editor de Edhasa, se pusieron de acuerdo desde un principio: concebir un libro que interrogara los secretos de algunas obras de arte.
El tiempo (o el modo en que las obras lo encarnan) y la trascendencia en un mundo secularizado son dos de los grandes ejes que atraviesan los ensayos. Subyace una relación “irremediable y sufrida” con ambas dimensiones. Gianera dialoga tanto con los románticos que reaccionaban frente a un siglo XIX cada vez más hostil a lo sagrado como con la poesía de Stefan George y el pensamiento de figuras tan distintas entre sí como Theodor Adorno y Martin Heidegger. “Yo preferiría ser un campesino indignado, pero soy un moderno renegado, que toma de lo moderno el reniego. Esa reacción era entonces y sigue siendo la única rebeldía”, asegura.
Guillermo Roux, Eduardo Stupía, César Aira, Mirtha Dermisache entre los locales; Nicolas Poussin, Vincent van Gogh, Gustav Mahler, Igor Stravinsky entre los extranjeros: a través de sus textos, Gianera interroga y se deja interrogar por la creación de los otros, más allá de la época y el lugar donde crearan. También ilumina paradojas. “Casi no nos damos cuenta de eso tan raro, tan asombroso: que lo permanente solo se conoce por lo pasajero”, dice. “Estoy convencido, como Hofmannsthal, de que la profundidad se esconde en la superficie. Uno de los milagros de la obra de arte es que la materia se trascienda por la materia misma: no hay más que eso, y el misterio es que ‘eso’ sea más que ‘eso’. No hay manuales estéticos”, agrega.
No hay manuales, porque de lo que se trata es de escuchar (incluso cuando se observa una obra de arte visual) en el sentido más radical y generoso del término: un ejercicio bastante a contramano del ruido predominante y, al menos desde el universo de sentido en el que se inscribe La segunda puerta del sueño, una toma de posición que no se priva de cuestionar el tiempo presente. “Esta es una época bastante indiferente al pasado y desagradecida. O agradecida de un modo interesado, que es la negación de la gratitud, que no tiene que esperar nada a cambio porque ya recibió lo suyo”, apunta el ensayista, quien no tiene problemas en renegar de los presupuestos que marcaron –y marcan– los modos de la expresión contemporánea. “En general, te diría que casi todo el arte que vivió de las rentas de las vanguardias históricas fue una enorme estafa piramidal, que finalmente reveló su insolvencia”, sentencia.
–Hacia el final del libro te remontás a la antigüedad clásica, a Virgilio, y hablás de la piedad de Eneas como “dolor privado de odio hacia el que infligió el dolor”. Aunque no atravesamos un tiempo precisamente devoto por la piedad, ¿habría espacio hoy por hoy para lo elegíaco, para imaginar “un futuro que lamenta el pasado”?
–El verdadero poema épico de Roma no fue la Eneida y ni siquiera fue un poema: fue más bien la historia de Tito Livio. Esto creo habérselo leído a Rexroth, aunque es probable que alguien más se hubiera dado cuenta antes de él. Como sea, estoy de acuerdo. En Virgilio está ya la entonación elegíaca, que todavía es la nuestra. Es fuera de serie el uso que hizo de Virgilio San Agustín, al que sabía de memoria. No hay poesía más que del pasado. Cuando la poesía es del presente, se la escribe con la urgencia de que el presente sea por fin pasado. Pero también la elegía y el llanto saben en el fondo que vendrá la alegría.
La segunda puerta del sueño
Autor: Pablo Gianera
Editorial: Edhasa
Precio: $1950
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