Pablo De Santis: “La literatura contemporánea está en contra de la idea de escribir bien”
La nueva novela del escritor, La cabalgata de las valquirias, está ambientada en un ficticio pueblo patagónico cubierto de cenizas volcánicas; conjuga una serie de misteriosos “asesinatos dedicados”, internas policiales y secretos compartidos
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Ambientada en un ficticio pueblo patagónico cubierto de cenizas volcánicas y narrada por el analítico comisario Conrado Nebra, la nueva novela de Pablo De Santis (Buenos Aires, 1963), La cabalgata de las valquirias (Seix Barral, $ 21.900), sorprende por su eficacia. Como le dicen los lectores en persona o en redes sociales, una vez iniciada es difícil abandonarla. Gracias un clasicismo poco frecuente en la literatura argentina, De Santis avanza en una intriga donde se conjugan una serie de misteriosos “asesinatos dedicados”, internas policiales y secretos compartidos por la mayoría de los personajes, excepto el narrador.
“A diferencia de las otras novelas policiales que escribí, esta es más realista -dice el autor en diálogo con LA NACION-. Las otras eran todas muy alejadas de la realidad, casi de fantasía. En esta, si bien el lugar es inventado, los elementos policiales son más cercanos a la realidad. El paso de los años me acerca más al realismo”. De Santis obtuvo el Premio Konex de Platino en 2004, en la categoría de literatura juvenil; por El enigma de París ganó el Premio Planeta-Casamérica en 2007 y el Premio de Novela de la Academia Argentina de Letras 2008. Recibió el Premio Nacional de Cultura en 2012 por su novela para chicos El juego del laberinto.
Trabajó en la nueva novela durante varios años, exactamente desde 2012, después de la erupción del volcán Puyehue que cubrió de cenizas volcánicas muchas localidades patagónicas. La trama fue cambiando. “Antes era una narración omnisciente -puntualiza el autor-; había un detective, pero tenía un rol menor. Ahora es claramente el protagonista, el que lleva la narración y el que cuenta la historia”. Nebra, hijo de un policía retirado, asume la investigación del crimen de un poblador de Bosque Blanco, cuyo cadáver aparece tendido a los pies de una estatua de bronce, en la entrada de un hotel. “La búsqueda debe ser metódica y desapasionada: eso nos enseñan. Cuanto más atrapados estemos en los sargazos de la conjetura, más riesgos corremos de encontrar indicios que corroboren esas conjeturas”, reflexiona el detective.
-¿Pensás que Nebra va a reaparecer en otra novela?
-Podría ser. Es un clásico de la literatura policial: un detective puede visitar otro mundo narrativo. Pero antes se me tiene que ocurrir un argumento.
-Al leer la novela, da la impresión de que las voces de los demás personajes están filtradas por la suya.
-Puede ser porque es quien que recuerda los diálogos. Es menos evidente cuando están los interrogatorios a testigos y sospechosos, en los que a veces aparecen detalles más triviales. Traté de separar los diálogos que él recuerda de lo que son los interrogatorios. No soy alguien que trabaja mucho la oralidad. La concisión es una de mis obsesiones. Trato de ser tan conciso como sea posible. El subcomisario Gabriel Valeri habla distinto de Nebra, que tiene una cosa más seria, metodológica. Valeri es siempre irónico.
-Hay muchas sentencias, similares a refranes, en la novela.
-Eso lo tengo desde siempre. Se supone que no hay que hacerlo en la literatura contemporánea porque queda mal, demasiado literario. Pero a mí me sale naturalmente.
-¿Por qué creés que no está bien visto?
-La literatura contemporánea está en contra de la idea de escribir bien. Pero yo me siento en cierto sentido conservador en mi mirada sobre la literatura. No me molesta para nada. Hay que tratar escribir todo lo bien que se pueda, trabajar las palabras.
-Se nota mucho en la novela ese trabajo.
-Trabajé mucho, la volví a escribir toda. Tenía muy clara la trama desde el principio, pero no encontraba el tono. Me parece fundamental encontrar el tono; sin el tono, por más que tengas el argumento, estás muy distante de lo que se cuenta.
-Los investigadores de tus ficciones están a años luz de los investigadores reales en la Argentina.
-Hay algo que siempre funciona dramáticamente que es el investigador solitario. Eso en la vida es imposible, y aparte sería dañino. En la realidad haría estragos.
-¿Por qué el policial despierta tanto interés?
-El policial presenta una confianza en la verdad: se puede alcanzar la verdad a través de los indicios. En muchas partes de la vida no alcanzamos la verdad, entonces ahí hay una especie de satisfacción. Y no es una cuestión comercial, es un elemento que hace a la lógica del texto; sin una resolución al enigma hay una traición al texto. También porque aparecen los grandes temas: la pasión, la codicia, los personajes criminales que sueñan con otra vida. Por otra parte, el policial siempre manifiesta ese choque entre el presente y el pasado; en muchísimas novelas la razón del crimen es algo que ocurrió en el pasado.
-¿Tenés algo en común con los personajes de tus novelas?
-Me pasaba, cuando empezaba a escribir, que hacía a los personajes de más edad y ahora la distancia generacional es más amplia, pero a la inversa. El protagonista de La cabalgata de las valquirias es más chico que yo.
-¿Vas a publicar un libro de cuentos?
-Tengo un par de libros de cuentos para jóvenes, como Rey secreto. No escribo demasiados cuentos, pero tengo unos cuantos. Si me pusiera a reunir, tendría muchos.
-¿Cuál es tu tarea en la Academia Argentina de Letras? ¿Y cuál es la situación actual en esa institución?
-A la Academia hay que ir dos veces por mes a escuchar o presentar un trabajo. Está dificilísimo el tema en la AAL. Si bien los académicos no cobramos nada, porque estamos ad honórem, la gente que trabaja ahí cobra sueldos muy bajos. Es un problema que arrastran todos los gobiernos. No hay una solución, todo es una pelea.
-¿Cuáles son los objetivos de la AAL?
-Es una institución de producción cultural, además del Boletín, tiene un departamento de investigaciones, en especial, lexicográficas. Hay algo fabuloso que está en la página de la AAL y es la biblioteca con una gran cantidad de libros digitalizados. Han hecho un trabajo fabuloso.
-Los gobiernos no la valoran mucho.
-No hay caso: ni con un gobierno ni con otro.
-Sos autor de novela policial pero no de novela negra; la violencia es discreta en tus novelas.
-Lo central es el enigma. Cuando empecé a publicar, en la literatura argentina había un reconocimiento para la novela negra y los autores de enigma quedaban aparte. En cierto sentido hay una tradición de novela de enigma, como pasa con las de Guillermo Martínez, por ejemplo, pero la novela negra tuvo influencia en más autores.
-¿En qué se diferencian los detectives de novela negra de los de enigma?
-Los autores clásicos de novela negra tenían un enigma, en general incomprensible, pero uno como lector no está interesado en eso. Hay una solución al enigma, pero a uno ya no le interesa tanto. El atractivo va por otro lado: el mundo narrativo, las frases, el detective mismo. En las novelas de enigma el lector está pendiente de la resolución de la trama.
-¿Sos lector del género?
-El interés por las novelas de enigma proviene de mi infancia: mis padres habían leído esos libros en su juventud y eran los libros que estaban a mano en casa. Mis lecturas de novela negra, de Dashiell Hammett, Jim Thompson, Raymond Chandler, son posteriores. Me gustan las novelas de Lee Child. Es continuador de un escritor que se llama James Hadley Chase; los dos son ingleses que ambientan sus novelas en Estados Unidos y los dos tienen algo deliberadamente comercial y, a pesar de ellos mismos, consiguen un efecto artístico porque son maestros de la trama.
-¿Alguna de tus novelas se adaptará al cine?
-Hay proyectos para una película. Me planteo siempre las imágenes por una cuestión vinculada a la memoria del lector. Cuando se escribe hay que tener en cuenta eso. El lector recuerda imágenes, no palabras o frases. Hay que ser preciso y definido.
-Trabajaste con Fabián Bielinsky en el guion de El aura.
-Fue hace muchos años. Me da mucha tristeza la muerte de él. Era alguien que hacía algo artístico pero con una gran llegada.
-¿Buscás eso con tus libros?
-Sí. Me gusta pensar en que alguien se pueda enganchar vitalmente con lo que escribo. No pienso en la cantidad de lectores. Cuando un lector me dice “no pude dejar el libro”, para mí es mejor que estar en la lista de best sellers. Igual los escritores somos siempre inseguros; pienso en si me lo dirán en serio o por amabilidad.
-¿Y cómo te sentís en el universo de la literatura argentina?
-Pertenecemos a una minoría. La literatura es un ámbito cada vez más reducido, no en cantidad de escritores, sino en cantidad de lectores. De literatura argentina leo cosas sueltas, no me propongo abarcarla.
-¿El Estado tiene que impulsar la internacionalización de la literatura argentina, como se hacía con el Programa Sur?
-El Programa Sur era fantástico, el tipo de política cultural que atravesó distintas gestiones y que se ejecutó muy bien.
-¿Te contactó la nueva gestión del área de Cultura?
-No, no tuve contacto ni ahora ni nunca. No tengo contacto con la política a ningún nivel y en ninguna época.
-¿Durante los gobiernos kirchneristas la cultura se partidizó y ahora todos pagan los platos rotos?
-En parte lo veo así. Había una identificación forzada de la cultura con el kirchnerismo. Y la cultura debería ser amplia y no dar por sentado que todos tienen una misma idea. La cultura tiene que ser abierta, no politizarse tanto. La frase “todo es político” termina siendo perjudicial.
-¿Te preocupa el estado de la lectura en el país?
-Creo que los docentes hacen lo imposible para entusiasmar a los chicos. En la escuela se lee mucho, fuera de la escuela no se lee tanto. Fueron muy importantes de algunos años para acá los bibliotecarios en las escuelas. Ahora las bibliotecas escolares son lugares vivos.
-¿Cómo fue tu acercamiento a la literatura?
-A los once años ya escribía en cuadernos. Imitaba a Ray Bradbury y los poemas de Borges, no con mucha suerte. Mi primer libro lo edité a los veintidós años, en una edición de autor.
-¿Tenés consejos para los autores jóvenes?
-Hay que tener una mirada crítica sobre lo que uno hace, mirarlo de afuera; eso es lo más difícil de todo. Cuando estás metido en algo no lo ves. Demasiado cerca se ve borroso. Hay que dejar descansar los textos y confiar en miradas ajenas.
-Tu agente literario es Guillermo Schavelzon, que polemizó con el ministro Federico Sturzenegger por su proyecto de derogar la ley de defensa de las librerías.
-Sí, estoy en su agencia desde que empezó. Me llamó para tomar algo, cuando tenía una lista de cuatro o cinco autores. Él siempre tuvo muy clara la idea del precio único de los libros, por el peligro de que los libros en los supermercados mataran a las librerías; después vino Amazon y en Estados Unidos a las librerías las liquidaron.
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