Pablo Bernasconi: “Los chicos siempre descubren detalles que a los adultos se nos escapan”
El autor e ilustrador expandió su libro “El infinito” en una muestra con “artefactos metafóricos” creados por él mismo; hay una vieja sartén de hierro con un desagüe que representa un agujero negro y una enorme sopa de letras que intenta explicar un teorema de 1913
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Pablo Bernasconi es un explorador incansable. Igual que los chicos en la edad de los por qué, cuando logra responder(se) una pregunta enseguida surge otra. Y otra más. Así hasta el infinito. Por eso, no es casual que el ilustrador y autor de libros para chicos y adultos se haya propuesto hacer algo más (“otra cosa”, como dice él) después de haber terminado El infinito, un álbum ilustrado que publicó a mediados de 2018 por Sudamericana. Fascinado por ese concepto tan abstracto como complejo, decidió crear “artefactos metafóricos” a partir de lo que le dispararon las lecturas de materiales de ciencia, filosofía y literatura, entre otras disciplinas.
El resultado de esa búsqueda creativa es una muestra, El Infinito, que se despliega en dos salas del Centro Cultural de la Ciencia hasta el 9 de octubre. Es una visita obligada para familias con niños y contingentes escolares. Inaugurada en julio, los asistentes de todas las edades salen con nuevas preguntas: “Los chicos siempre descubren detalles que a los adultos se nos escapan. Esa es la idea”, dice Bernasconi, durante el recorrido con LA NACION, en el que hizo de guía, un rato antes de participar de una charla con científicos en el marco de la muestra. En septiembre volverá a Buenos Aires (vive en Bariloche, donde nació en 1973) para charlar con un escritor y un filósofo sobre la cuestión que tanto lo apasiona.
Con un pin en la solapa del símbolo del infinito, cuenta que el tema de su libro y de su muestra, que origina más dudas que certezas, se le metió en la cabeza a un punto que lo dejó sorprendido. Era plena pandemia, estaba confinado en su casa con su familia (como todo el país por aquella época) y no dejaba de pensar en las fórmulas matemáticas y los teoremas que había investigado como punto de partida del trabajo creativo. En la primera edición del libro, hay números y fórmulas en la parte superior de cada página par.
“Todas las cifras tienen una explicación, son símbolo de la página en cuestión. Busqué referencias de muchos campos para evitar obviedades: hay ejemplos de la física, la matemática, la metafísica, la química, la religión, la poesía, la literatura, la música y hasta de la quiniela. Supongo que lo hice como un guiño más, una capa más de cebolla que cada lector deberá quitar si quiere completar la experiencia. No hay ningún número que no responda simbólicamente y termine de completar la construcción de este universo que empieza y termina en una doble página. Hasta que pierdo el control del libro (esto es, cuando entra en imprenta) me ocupo con la mayor meticulosidad de la que soy capaz de entregarle más y más sentido. Es un proceso infinito”, había dicho el autor a LA NACION cuando presentó el volumen en la Feria del Libro Infantil y Juvenil de 2018. En la reedición que lanza Sudamericana por estos días, esos números están cambiados. “Me tomé el trabajo de corregir las fórmulas que estaban mal o eran imprecisas”, dice ahora.
¿Pero cómo fue que decidió expandir el universo del libro impreso a una muestra con objetos en tres dimensiones que se pueden tocar? “Parte de mi búsqueda de experimentar con cosas cada vez más complejas. Y llevar al límite ciertas cosas. Es lo que más me interesa: buscar esos límites que en esta instancia tienen que ver con la narrativa, la metáfora y la poesía. El libro surgió por esa búsqueda: abarcar el infinito con la poesía y la ilustración. Pero también me había involucrado con la ciencia, por ejemplo, con las fórmulas matemáticas que reemplazan los números de página. Lo que pasó después fue que decidí empujar más ese límite e investigar otras ramas de la ciencia: la astrofísica, la historia de la observación científica, la filosofía. Empecé a ver qué pasaba en otras áreas en las que la humanidad había explorado el concepto del infinito”.
Es por eso que, tanto en el libro como en la muestra (donde se exhiben, también, las ilustraciones originales en formato de cuadro) aparecen frases de personalidades como Jorge Luis Borges, William Shakespeare y hasta Frank Zappa, que dijo: “Todo el universo es una gran broma”. Siempre apelando al humor, se destaca una cita genial de Albert Einstein: “Hay dos cosas que son infinitas: el universo y la estupidez humana. De la primera no estoy muy seguro”.
De sus clases como oyente en el Instituto Balseiro y del material que seguía leyendo después de haber terminado el libro, surgieron objetos peculiares o “artefactos metafóricos”, como los define. “Lo primero que se me ocurrió fue comprar una trompeta y llenarla de bolitas y luces”, recuerda entre risas y se ríe más cuando cuenta que a sus hijos, Franco y Nina, les encantan esas “cosas raras” que hace su papá y que invaden la casa ubicada en los alrededores de Bariloche.
A unos pocos kilómetros de donde vive, está la galería de arte “La ridícula idea”, que inauguró durante la pandemia para exhibir y vender sus obras y dar espacio a artistas emergentes. “Abrimos solo los domingos. Ahí tengo un taller, donde trabajo con mis obras más grandes”.
Hijo de una pareja de científicos (su madre, química, trabajó en el Balseiro; su padre, en el Invap, empresa de alta tecnología que fabrica satélites), en su casa de la infancia siempre se habló de ciencia. “Es un lenguaje que me resulta muy familiar”, revela Bernasconi, que estudió Diseño en la Universidad de Buenos Aires.
Del cruce del arte con la ciencia surgieron piezas delirantes como una enorme sopa de letras que intenta explicar un teorema formulado por Émile Borel en 1913, que se llama, justamente, el teorema “del mono infinito”. Otro ejemplo: para representar un agujero negro, Bernasconi recurrió a una vieja sartén de hierro con un desagüe de pileta por donde se escurre el agua siempre.
Un paraguas negro que cuelga del techo y proyecta una sombra representa una frase de Hegel: “Toda idea, expandida hasta el infinito, se convierte en su propio opuesto”. “Es que -asegura Bernasconi por experiencia propia- el infinito te absorbe. Es un agujero negro”.