Otros horizontes
Tomando como estandarte un verso de Yeats, "una terrible belleza ha nacido", la curadora Victoria Noorthoorn organizó la 11ª Bienal de Lyon. Fundación Proa presenta ahora la versión local con obras de 35 artistas, muchas creadas in situ
Sin la utopía, que permite dibujar territorios inexplorados y trazar el mapa de lo por venir, el arte se tornaría monótono y repetitivo. Y la vida -que imita al arte- se volvería burocrática. La utopía es una tensión hacia lo nuevo y desconocido que mueve el arte en busca de otros horizontes. El tiempo no para. El mundo no se detiene. El artista busca darle sentido al trayecto de esa flecha arrojada al vacío que es nuestra vida. No hay un saber totalizador que nos cobije en sus certezas: es más, no hay certezas. La modernidad es la tierra de la incertidumbre. Este espíritu de duda y conflicto es el que inspiró al irlandés William Butler Yeats al escribir en 1916 uno de sus versos más citados: "Una terrible belleza ha nacido".
Tomando como título y estandarte ese verso de Yeats, la curadora argentina Victoria Noorthoorn organizó la 11» Bienal de Lyon (2011). Ahora, en Fundación Proa, presenta Aire de Lyon , una muestra de la que participan 35 de los 78 artistas de aquella bienal, con obras específicas para esta muestra y con algunas obras que se vieron en la ciudad francesa. El espíritu de Aire de Lyon hace honor a las preguntas, dudas y aciertos que tuvo la bienal, pero, debido al distinto formato y tamaño, los diálogos y las confrontaciones que se establecen entre las obras son otras.
El espectador ingresa en la muestra a través de una sala despojada y en penumbras. Al frente se ve la obra del argentino Jorge Macchi (1963), un reloj proyectado que no puede señalar el paso del tiempo porque la aguja se ha detenido en contacto con el techo. El centro de la sala lo ocupa la escultura- performance de la argentina Luciana Lamothe (1975): se intenta avanzar en línea recta pero el cuadrado de barras de metal obliga a girar. Dos videos -del peruano Gabriel Acevedo Velarde (1976) y del francés Guillaume Leblon (1971)-, un poema visual del brasileño Augusto de Campos (1931) y un par de obras de la alemana Katinka Bock (1976) completan la sala: todas hablan, con lenguajes distintos y de maneras diversas, de la dificultad de acceder a lo real. Un vidrio apoyado en la pared, de Bock, es una de las obras más potentes de esta muestra: con casi nada, pura transparencia y sombra, genera un poema visual de una intensidad inusitada.
En las otras dos salas de la planta baja se destacan los dibujos de la sudafricana Marlene Dumas (1953), las esculturas del holandés Michel Huisman (1957) y la instalación del argentino Eduardo Basualdo (1977). Las obras de Dumas son aguadas monocromas que resuelven en un par de trazos imágenes sensuales de extrema expresividad. Las esculturas de Huisman (en especial la realizada para Hiroshima) apelan a la crueldad y la ternura de manera indiscernible. La instalación de Basualdo es una de las metáforas más potentes, siniestras y, a la vez, misteriosas de la muestra: el terror y el juego, todo en uno. En estas salas se exhibe un video que la sudafricana Tracey Rose (1974) realizó en el muro que separa Israel de Palestina, esculturas de la brasileña Erika Verzutti (1971) y una gran instalación de la checa Eva Kotátková (1982) en la que se relee, en clave irónica, el constructivismo soviético.
En la cuarta sala, en el primer piso, se halla la obra más significativa de la muestra: La bruja I (1979-1981), del brasileño Cildo Meireles (1948). Esta obra utiliza 3000 kilómetros de hilo negro (que parten de una escoba y se expanden por distintas salas). La obra de Meireles plantea una dificultad en sí misma: los espectadores se enredan y tropiezan, la tierra se acumula en el piso, etc. También invade e incluye los demás trabajos, que parecen ser comentarios o glosas a la obra de Meireles: tiene una capacidad imperial para integrar todo. Hasta tal punto su presencia se impone que la obra de la argentina Marina De Caro -que se instala sobre el hilo negro- parece fuera de lugar, como interrumpiendo el fluir magnético de los poderes de la bruja.
Una de las apuestas más interesantes de esta muestra es la preeminencia que le da al dibujo: en este piso se ven las obras, entre absurdas, frágiles e irónicas, del francés Christian Lhopital (1953) y otra serie de Dumas: Los rechazados , retratos de seres que podemos imaginar falibles, fallidos. En la biblioteca se exhiben dos videos: el del checo Zbynek Baladrán (1973) -que presenta distintos objetos, conductas o agrupaciones vistas como universos posibles: un aleph compuestos por otros alephs)- y el del argentino Ernesto Ballesteros (1963), que registra el vuelo de planeadores ultralivianos y se acompaña por un gabinete en el que se exponen los modelos. Una gran esfera, en la que están inscriptos saberes enciclopédicos, sin orden ni concierto, es obra del mexicano Erick Beltrán (1974).
En el pasillo que lleva al último piso se encuentra una instalación del argentino Diego Bianchi (1969): se acumulan objetos en proceso de transmutación, con formas reconocibles (como sillas o caños o mesas), pero intervenidos por una capa de plástico o siliconas o tierra. Bianchi es un gran hacedor de mutantes. Incluso presenta una irónica y gigante araña medio zaparrastrosa (metal y materiales descartados) que rima con las espléndidas y lujosas arañas de Louise Bourgeois que se mostraron en el mismo espacio hace unos meses. Junto al ingreso al auditorio se exhibe un video del francés Julien Discrit (1978) que presenta un objeto no identificado que rueda por el bosque y que produce una rara sensación hipnótica.
Ya en el último piso, siguiendo el entramado del hilo negro de la obra de Meireles se encuentran las obras de dos argentinas. La primera es Cosa , un inflable formalmente indefinible, de Judi Werthein (1967). Luego están las esculturas surgidas de la refuncionalización de viejos electrodomésticos que realizó Irina Kirchuk (1983): una mirada lúdica, más propia de la patafísica que de la tecnología de punta, sobre el mundo que habitamos.
Máquinas, telas, dibujos, aparatos, fragmentos de cosas, videos, instalaciones, voces, letras, esculturas con materiales no convencionales, hilos, entramados y objetos intervenidos: el arte contemporáneo se resiste a reducirse a un grupo de soportes. Todo material (y hasta la inmaterial voz) puede ser sustrato del hecho artístico. Las utopías de nuestra época no se someten a ninguna regla. Por el contrario, las subvierten. El arte vive de ese aire: un vendaval que transmuta los valores.
Ficha. Aire de Lyon en Fundación PROA (Av. Pedro de Mendoza 1929), hasta junio