Otra cara de la historia
LA CONJURA CONTRA AMERICA Por Philip Roth-(Mondadori)-Trad.: Jordi Fibla-428 páginas-($ 42)
Se suele llamar hipótesis contrafácticas a las especulaciones sobre qué habría ocurrido si la historia hubiera sido diferente: si en Waterloo hubiera triunfado Napoleón, si Alemania hubiese ganado la guerra, si la protesta del 17 de octubre no hubiera tenido lugar... En el terreno de la literatura fantástica este delicado cultivo de lo imposible lleva el nombre de ucronía. Los ejemplos abundan: Robert Harris imaginó en Fatherland al nazismo triunfante; Norman Spinrad propuso, en El sueño de hierro, a un Hitler que, depuestas sus ambiciones políticas, se dedica a escribir novelas baratas de ciencia ficción; en El hombre en el castillo, de Philip Dick, los japoneses conquistan Estados Unidos. No faltan ejemplos argentinos: uno de los mejores cuentos de Adolfo Bioy Casares, "La trama celeste", narra el viaje de un aviador a una realidad paralela en la cual Cartago no fue destruida, y Carlos Trillo, gran guionista de historietas, imaginó en Peter Kampf lo sabía a un Adolf Hitler empeñado en triunfar en el mundo del comic con tiras en las que los villanos son los judíos.
De todas las formas que puede tener la literatura fantástica, la ucronía es la que está más cerca de la sátira. Sus elementos imposibles, una vez enunciados, desaparecen y sobreviven sólo como las reglas del juego, sin la voluntad de extrañamiento de lo genuinamente fantástico. La conjura contra América, la última novela de Philip Roth, se suma a esta tradición de ucronías: postula unos Estados Unidos donde Franklin Roosevelt pierde las elecciones de 1940 frente a Charles Lindbergh, aviador y héroe nacional de conocidas ideas antisemitas. El aislacionismo de Lindbergh, que no quiere entrar en guerra con su admirada Alemania, poco a poco se va convirtiendo en una persecución contra los judíos, responsables de una imaginaria "conjura contra América" que da título a la novela.
En la vida real, Charles Lindbergh, luego de completar en 1927 su hazaña (fue el primer aviador que cruzó el Atlántico sin escalas), participó en algunos mitines, pero su actuación política no tuvo mayor importancia. Su modo de unir la aviación con el racismo no carecía de originalidad: "La aviación es una de esas posesiones inestimables que permiten a la raza blanca vivir en un mar proceloso de amarillos, rojos y morenos".
Ahora bien: Roth no aprovecha la potencia satírica de la ucronía y la convierte en una mezcla de obra de denuncia y de libro de memorias. No imagina una escalada brutal del antisemitismo, como en Alemania, sino un sutil desplazamiento de los valores. Roth les presta particular atención a los conflictos en el seno de la familia protagónica -también llamada Roth- y es a través de ese mundo íntimo como se le presentan al lector los vaivenes políticos del país. Enemigo de las soluciones fáciles, Roth plantea a sus personajes y a sus lectores un dilema político y moral que hoy tiene una particular relevancia. Estamos acostumbrados a relacionar el pacifismo con las buenas causas; Roth aprovecha la literatura para que las cosas se muestren en su radical complejidad: a su narrador le ha tocado un lugar y una época donde son los partidarios del nazismo quienes claman por la necesidad de la paz.
En las novelas de Roth, a menudo aparece, por debajo de la urdimbre de la ficción, la sensación de que se toca algo real, que se ha vivido y que se recuerda; esta vez el punto de partida imaginario le quita realidad a esa sensación de experiencia. Por otra parte, Lindbergh es un personaje poco estimulante para la ficción. James Ballard señaló alguna vez que los psicópatas nunca pasan de moda y que Hitler era infinitamente más actual que sus contemporáneos, que nada parecen decirnos sobre nuestra época. Como dictador imaginario, Lindbergh es una figura pálida, insuficiente: ya se sabe que en la literatura de imaginación, es la fuerza del villano lo que sostiene la narración.
Es justamente porque no tiene razón de ser que la literatura ha de convencer al lector de su necesidad. Y en la última novela de Roth esto es una pieza que falta. El juego, siempre presente en sus novelas, entre la ficción y la realidad, entre lo autobiográfico y lo puramente imaginario, aquí está forzado. Inclusive el apéndice histórico, al final del libro, se lee con mayor interés que la novela. Es una trampa que Roth tiende a su propia obra y que, ubicada en el final, ocupa el lugar dominante de la moraleja: cuando la literatura no puede agregar nada que no pueda ser dicho de otro modo, mejor dejar hablar a la Historia.
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