Osvaldo Soriano, rebelde y soñador. El periodista y escritor argentino que los lectores amaron
Se cumplen hoy veinticinco años de la muerte del autor de “No habrá más penas ni olvido” y “Cuarteles de invierno” y cronista sobresaliente; a mediados de 2022, se publicará una biografía que profundiza en su trayectoria
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Muy joven, a los 54 años, un día como hoy en 1997 moría en Buenos Aires el escritor Osvaldo Soriano. Cronista destacado, autor best seller en las décadas de 1980 y 1990, amante del cine, el tango y los gatos y uno de los hinchas más ilustres del club San Lorenzo de Almagro (que le rindió homenaje al bautizar una biblioteca con su nombre en el barrio de Boedo), Soriano se ganó, como observa el director de la Biblioteca Nacional, el escritor Juan Sasturain, el “envidiable” amor de los lectores en la Argentina y en los países adonde llegó su obra. Amigo de los escritores y periodistas Miguel Briante, Antonio Dal Masetto y Norberto Soares, entre otros, el “rebelde, soñador y fugitivo” nacido en Mar del Plata en 1943 se convirtió en uno de los escritores más leídos durante el siglo XX en la Argentina. Italo Calvino, Arturo Pérez-Reverte y Julio Cortázar recomendaron con fervor sus obras literarias.
“La satisfacción que yo tengo es la de saber que trabajo bien, que hago las cosas lo mejor que podría hacerlas -le dijo a la periodista Cristina Mucci-. Además, evidentemente, toco temas que producen una cierta identificación. Yo escribo sobre lo nuestro. Mis personajes, en general, son perdedores y solitarios y, de algún modo, representan aspectos muy fuertes de este país. Pero la gente que no me quiere me pone atributos que van desde ‘exitoso’ hasta ‘populista’. Y le puedo asegurar que eso me irrita”.
Varias de sus novelas fueron llevadas al cine con gran éxito por Héctor Olivera y Lautaro Murúa, y en 2001, Eduardo Montes Bradley dirigió el documental Soriano, que se puede ver en Vimeo, y en el que testimonian sobre el “Gordo” el periodista Santo Biasatti, el escritor chileno Ariel Dorfman, el cineasta Fernando Birri, el actor Federico Luppi, los escritores Roberto Cossa, Aída Bortnik, José Pablo Feinmann, el uruguayo Eduardo Galeano y los italianos Gianni Minà y Nico Orengo. También su pareja, la enfermera francesa Catherine Brucher. Soriano se exilió en Bruselas en 1976, donde conoció a Brucher, y en 1978 ambos se instalaron en París. En 1984, viajaron a la Argentina y, en 1989, tuvieron un hijo, Manuel. Las crónicas periodísticas de Soriano -publicadas en medios como Primera Plana, La Opinión y Página 12- están reunidas en Artistas, locos y criminales; Rebeldes, soñadores y fugitivos; Cuentos de los años felices, y Piratas, fantasmas y dinosaurios. Escribió un libro para niños: El Negro de París.
“Soriano fue una marca en un momento de mi vida -dice el escritor Guillermo Saccomanno a LA NACION-. Fue una figura importante en mi formación, en esos años oscuros en que yo empezaba, aunque me llevaba apenas unos pocos años”. El autor de El buen dolor ha escrito en reiteradas ocasiones sobre Soriano. “Lo importante hoy en día es reivindicar algo que está en su escritura y que es la capacidad para poner en funcionamiento eso que tiene la narrativa norteamericana de Cain, de Chandler, no casualmente Philip Marlowe es el protagonista de su primera novela, Triste, solitario y final. Osvaldo era un gran lector de autores de la serie negra, esos autores que también había reivindicado Ricardo Piglia en una colección de novela negra. De ahí su destreza que ejerce en el periodismo, haciendo narración, como la memorable crónica sobre Robledo Puch para La Opinión. Más tarde, cuando irrumpe el terrorismo de Estado y se exilia, escribe No habrá más penas de olvido y Cuarteles de invierno, dos novelas esenciales no solo por el análisis político sino también por esa percepción para la realidad y los sentimientos que inspira una realidad tan contradictoria en la que dos bandos que se dicen peronistas se amasijan”.
De vuelta del exilio, Soriano se integró al equipo del diario Página 12. “En sus legendarias contratapas parodia la mecánica de Art Buchwald a través de esas notas en las que un corresponsal en la Argentina da cuenta de lo patético y tragicómico de nuestra realidad. Por otro lado, en Página aparecen sus cuentos sobre el padre que son de un nivel literario muy alto. Lo he leído mucho, fuimos amigos y para mí hoy Osvaldo adquiere el rango de clásico”, concluye Saccomanno.
El héroe de los periodistas
El escritor, periodista y académico Jorge Fernández Díaz conoció y entrevistó en varias ocasiones a Soriano. “Osvaldo era el héroe de los periodistas -afirma-. Siempre hay un héroe literario de los periodistas, él era uno de esos héroes, como lo fue también Tomás Eloy Martínez. Fue un articulista notable, con gran sentido de la conexión con los lectores; siempre sufrió mucho la crítica de la academia. Se consideraba un escritor popular y creía que los vanguardistas lo despreciaban. ‘Yo lo único que quiero es que me dejen sentarme a la mesa’, me decía. Hacía una descripción de los distintos tipos de escritores y decía: ‘Yo soy el narrador’. Se amargó mucho con no ser reconocido por la elite crítica, por la vanguardia, por la universidad, cuando él era un autor de enorme éxito que tenía lo más preciado de todo, lectores, con libros donde logró plasmar la política”. Para Fernández Díaz, No habrá más penas ni olvido y Cuarteles de invierno son esenciales para entender “el desastre y la guerra peronista” de la década de 1970 y luego la dictadura militar.
“Había gente que lo elogiaba muchísimo, como Julio Cortázar e Italo Calvino; los italianos lo consideraban casi propio por esa picardía que tenían sus personajes -agrega el autor de La herida-. Pero lo que más me sorprendió cuando lo conocí era ese dolor aún en el éxito porque se lo consideraba un marginal, en lugar de regocijarse por estar en los márgenes donde él estuvo con el cómic, el periodismo, la novela policial. La obra de Soriano merece una revisión”.
Luego de la muerte de Soriano, el suplemento Radar de Página 12 le dedicó un número especial donde el historiador Osvaldo Bayer afirmó que la ensayista y profesora Beatriz Sarlo se había burlado del escritor ante los estudiantes. Sarlo desmintió esa versión. “Según la leyenda negra yo habría invitado a Soriano a dar una charla en el ‘ámbito universitario’ (entiendo que se refiere a los años en que yo enseñaba literatura argentina en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA) y habría montado un escenario para que ‘el alumnado se burlara del escritor porque apenas si había terminado a los tumbos la primaria’. La historia es falsa”, escribió. De este debate participaron también Saccomanno, Eduardo Romano y María Moreno.
A mediados de año, el periodista Ángel Berlanga publicará en la editorial Sudamericana una biografía de Soriano, titulada El hombre que hablaba con los gatos, con testimonios de Brucher, Dal Masetto, Alberto Szpunberg, Juan Forn, Liliana Heker, Daniel Divinsky, Vlady Kociancich y Ernesto Tiffemberg, entre muchos otros. “Empecé a trabajar en la biografía hace unos ocho años, pero antes ya había trabajado con Juan Forn en la reedición que hizo Seix Barral de su obra completa y había armado, ya en solitario, dos antologías: Arqueros, ilusionistas y goleadores, sus textos futboleros, y Cómicos, tiranos y leyendas, con artículos inéditos -dice Berlanga a LA NACION-. Para la biografía hice unas cien entrevistas con gente que lo conoció en distintas etapas de su vida, rastree y relevé en hemerotecas su obra periodística, riquísima y enorme, y seguí el periplo de su obra literaria: la historia de cada una de sus novelas, las críticas y polémicas, el tironeo entre convertirse en un escritor popular, best seller, y cierto desprecio de sectores académicos”. Otras vertientes son las entrevistas que le hicieron a Soriano y la correspondencia, “fundamental para componer sus años en el exilio durante la dictadura”, agrega el biógrafo. En 2017, el periodista Pablo Montanaro había dado a conocer Osvaldo Soriano. Los años felices en Cipoletti.
Berlanga no conoció personalmente al autor de A sus pies rendidos un león. “Apenas lo vi un par de veces en conferencias y hablé con él una madrugada por teléfono, a comienzos de los años 1990 -recuerda- Su muerte fue un impacto: tenía apenas 54 años, no muchos sabían que estaba enfermo. Fui al velatorio, que fue multitudinario, y al entierro en la Chacarita. Un año después en Página 12 vi el anuncio de un suplemento especial sobre él, así que le ofrecí a Juan Forn algunos de los materiales sobre Soriano que venía juntando: Juan los aceptó y también aceptó algunas propuestas de notas. O sea que Soriano a su modo fue, también, mi puerta de entrada para escribir en el diario”. Para Berlanga, Soriano “decodificaba y narraba la actualidad” de una manera fabulosa, sin olvidar el pasado ni descuidar el futuro. A veinticinco años de su muerte, su impronta sigue viva en el porvenir de la cultura argentina.
Osvaldo Soriano sobre Jorge Luis Borges
Cuando supo que iba a morir, Borges debe haber sentido un irrefrenable deseo de reencontrar su lejanísima juventud en Ginebra. De un día para otro levantó su casa de la calle Maipú, en Buenos Aires, despidió a Fanny, la mucama que lo había cuidado durante treinta años, y se casó con María Kodama, que era su asistente, su lazarillo, su amiga desde hacía más de una década.
Como lo había hecho Julio Cortázar en Buenos Aires dos años antes, Borges fue a mirarse al espejo que reflejaba los días más ingenuos y radiantes de su juventud. Cortázar, en cambio, necesitaba asomarse al sucio Riachuelo que Borges había mistificado en poemas y cuentos donde los imaginarios compadritos del arrabal asumían un destino de tragedia griega.
Curiosa simetría la de los dos más grandes escritores de este país: Cortázar, espantado por el peronismo y la mediocridad, decidió vivir en Europa desde la publicación de sus primeros libros, en 1951. Fue en París que asumió su condición de latinoamericano por encima de la mezquina fatalidad de ser argentino.
Borges, en cambio, no pudo vivir nunca en otra parte. Tal vez porque estaba ciego desde muy joven y se había inventado una Buenos Aires exaltante y épica que nunca existió. Un universo donde sublimaba las frustraciones y el honor perdido de una clase que había construido un país sin futuro, una factoría próspera y desalmada.
Borges se creía un europeo privilegiado por no haber nacido en Europa. Aprendió a leer en inglés y en francés pero hizo más que nadie en este siglo para que el castellano pudiera expresar aquello que hasta entonces solo se había dicho en latín, en griego, en el árabe de los conquistadores o en el atronador inglés de Shakespeare.
De Las mil y una noches y La Divina Comedia extrajo los avatares del alma que están por encima de las diferencias sociales y los enfrentamientos de clase. De Spinoza y Schopenhauer dedujo que la inmortalidad no estaba vinculada con los dioses y que el destino de los hombres solo podía explicarse en la tragedia. De allí llegó al tango y a los poetas menores de Buenos Aires, los reinventó y les dio el aliento heroico de los fundadores que han cambiado la espada por el cuchillo, la estrategia por la intriga, el mar por el campo abierto. El Rey Lear es Azevedo Bandeira, degradado y oscuramente redimido en “El muerto”. Goethe está en el perplejo alemán de “El sur” que va a morir sin esperanza y sin temor en una pulpería de la pampa.
Fragmento de “Borges: El símbolo de un encono permanente”, incluido en Rebeldes, soñadores y fugitivos