Oscar Martínez: "Tuve la fantasía de ser novelista"
Es uno de los protagonistas de El cuento de las comadrejas, de Juan José Campanella. Y al mismo tiempo, el 6 de junio será incorporado en un acto formal a la Academia Argentina de Letras. El actor responde al Cuestionario Sehinkman y habla con pudor sobre este logro por su labor como dramaturgo.
–Si uno toma la línea de tiempo de tu vida profesional, observa que está llena de acontecimientos. Pero detengámonos en lo que pasó cuando tenías 53 años y estrenaste, esta vez como autor, Ella en mi cabeza, una obra de teatro que fue un gran éxito. Hablemos del Oscar Martínez escritor y su ingreso en la Academia Argentina de las Letras.
–La notoriedad que me da mi trabajo actoral debe haber influido, pero si no tenés trabajo escrito, la Academia de Letras no te puede invitar a ser parte. Sin las tres obras que escribí, más el libro Ensayo general: apuntes sobre el trabajo del actor, que se editó hace dos años, no hubiera sido posible tener el honor de que me inviten a formar parte del cuerpo académico. El actor es un intérprete que toca las partituras de otros y pone su creatividad y su pericia para respetar un material preexistente. En cambio, el escritor compone la música. En ese sentido es más abarcador. Por eso, lo de la Academia lo vivo como un gran honor, quizás inmerecido. Me cuesta mucho ponerme ese traje, siento que me queda grande por todos lados, pero no dejo de vivirlo como la coronación de casi 50 años de trabajo público.
–¿Y cómo te sentís con semejante reconocimiento?
–Mirá, redacté una suerte de invitación por WhatsApp a gente conocida y puse: "En el acto de nombramiento es un académico quien presenta al nuevo integrante. En mi caso, será Santiago Kovadloff". Y pongo entre paréntesis: "Veremos cómo se las arregla para justificar mi incorporación" [risas]. Como dijo Sabina en el Congreso de la Lengua: "Me siento en una fiesta a la que no debí ser invitado". Y te juro que no es falsa modestia, porque yo tengo muy escasa formación tradicional. Soy un autodidacto, ni siquiera completé el secundario. Entonces, imaginate lo que significa para mí estar en un lugar por el que han pasado personalidades ilustres como Borges o Mujica Lainez. Es una emoción muy grande, nunca esperé que ocurriese. Yo no soy un hombre de letras.
–Sin embargo, contaste que siempre soñaste con serlo. Tu otro amor además de la actuación.
–Sí, yo tuve la fantasía de dedicarme a la narrativa, de ser novelista. O sea que tenía una suerte de bigamia entre dos actividades apasionantes que me demandaban exclusividad y entrega absoluta. Hubo un momento cuando, después de algún tironeo, tercié entre estas dos amantes posesivas casándome con la actuación y prometiéndole a la musa literaria que también iba a ser dramaturgo. Hasta que muchos años después saldé la deuda que tenía con ella.
–Si viajamos en el tiempo, te veríamos entrar con 14 años en una obra de teatro en Mar del Plata en la que actuaban Osvaldo Miranda y Ernesto Bianco. Sobre ese día que cambió tu vida, dijiste: "Como un rayo, me atravesó la certeza de que yo tenía que hacer eso". ¿Tenés registro de lo que te pasó en el cuerpo en aquel momento?
–Sentí ganas de saltar al escenario con ellos. A partir de ese momento yo me embarqué en una aventura que era absolutamente inimaginable para ese mí. Ese pibe de 14 no podría entender que este señor que soy, finalmente, está en la Academia Argentina de Letras. Porque era un pibe muy chico, porque no tenía ninguna formación cultural, porque no provenía de un medio social que estimulase ese tipo de cosas. Fue la intuición, algo profundamente inconsciente lo que me llevó ahí.
–Alguien muy importante para vos es tu abuela materna, que fue quien cortó tu cordón umbilical porque se adelantó tu nacimiento, y que falleció cuando tenías 15 años y recién empezabas a estudiar teatro. ¿Qué te diría al ver la carrera que hiciste?
–Esa es otra cosa mágica y conmovedora. Mi abuela era la persona más sabia que yo conocí. Y era analfabeta. Fue feliz a pesar de la vida dura que tuvo como inmigrante. A los 16, 17 años la pusieron en un barco, no vio nunca más a nadie de su familia y empezó una vida nueva aquí, tan lejos de Castilla, donde ella era pastora de cabras. Pero cuando yo le dije que empezaba a estudiar teatro, o sea, poco antes de morirse, me dijo todo lo que me iba a pasar. Te lo digo ahora y me pongo a llorar. Ella, que no había ido al teatro en su vida, me agarró de la mano y me dijo que era muy importante lo que yo iba a hacer. Y que yo iba a comer con reyes y con presidentes, pero que nunca perdiera la capacidad de comer en una casa con piso de tierra. Yo en ese momento percibí que estaba pasando algo ahí, pero obviamente no podía comprender cuán profundo era, ni saber que eso, después, iba a ocurrir. Te lo cuento y me conmuevo.
–Esa persona tan significativa para vos te otorgaba lo más importante: confianza. Fue una escena clave en tu vida.
–Ojo, mi abuela no tiene nada de videncia, no le daba bola a esas cosas. Fue algo de corazón, fue una corazonada. Y sí, lo que yo sentí fue que me daba una confianza que no me daba nadie. A ella no le pareció una locura que yo le dijera eso. En cambio, mi viejo, cuando le conté que iba a ser actor, me dijo: "¿Por qué no vas a laburar?" [risas]
–Un terapeuta clásico te diría: "Dejamos acá".
–[se ríe] Mirá, mi viejo murió cuando yo tenía 51 años. Me vio trabajar con gente hiperconsagrada, con los mejores, en cine, en teatro, en televisión, o sea que él me vio y se sintió feliz y orgulloso de mí. Pero incluso cuando yo ya tenía 30 años de profesión y le decía que me iba a laburar, porque tenía algún ensayo o grabación, él me contestaba: "¿A eso le llamás laburar?". Para él, laburar era otra cosa. En cambio, mi abuela me dijo eso que te conté. Increíble, ¿no?