Orhan Pamuk: “Es un desafío salir de mi horrible masculinidad para identificarme con personajes femeninos”
Además de su nueva y voluminosa novela “Las noches de la peste”, en esta entrevista con LA NACION desde Estambul el premio Nobel habla sobre la pandemia, la situación de Turquía, el feminismo, los gobiernos negacionistas y las teorías conspirativas
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MADRID.– Rosa. Las primeras páginas de la nueva novela de Orhan Pamuk (Estambul, 1952) tienen el aroma de esa flor, cuyos pétalos beben en infusiones los personajes. Y rosa es también el color que se advierte en los edificios de una isla ficticia, producto del matiz de una piedra vernácula. El lector llega en un barco a Minguer, “la perla del Mediterráneo oriental”, en 1901 –casi un alter locus de Creta– con tres tripulantes encantadores, dueños de nobleza ética e intelectual, pero la acción se irá tornando sombría hasta ingresar en un mundo donde la idea del encierro opera en distintos niveles: mujeres recluidas en harenes, una sagaz dama relegada de la actividad pública (pues en ella solo participan los hombres), sultanes secuestrados en palacios, jaulas de oro, pero jaulas al fin de cuenta, el confinamiento propio de la peste, presos políticos –entre ellos periodistas–, y también el aislamiento de Oriente con respecto a Occidente.
El Premio Nobel de Literatura comenzó a escribir Las noches de la peste (Penguin Random House), novela de 732 páginas, antes de la pandemia. A veces la realidad invade la ficción y cuando el COVID-19 irrumpió en el mundo entero, el autor escribió una columna donde explicaba que construía este relato desde 2016 y advertía sobre la primera y la segunda reacción de los gobiernos ante las pandemias: la negación y distorsión de datos, en este orden.
Pamuk conversa con LA NACION desde su casa en Estambul, donde se erige como una de las voces críticas más valientes hacia el gobierno de Recep Tayyip Erdogan. Por esta novela ha sido acusado de ridiculizar a Mustafa Kemal Atatürk, el fundador de la República de Turquía, y se le ha iniciado un proceso legal por el cual debió comparecer ante el Procurador General.
En Las noches de la peste Pamuk propone la construcción de un universo creado a través de una doble perspectiva femenina. Una historiadora, Mina Minguerli, interpreta e hilvana en forma de novela histórica o de historia escrita en forma de novela (ambas son correctas según la introducción que guía al lector) las 113 cartas que la princesa Pakize Sultan le escribe a su hermana durante la peste. La perspectiva define al objeto.
–Comenzó a escribir la novela antes de la pandemia. ¿De qué modo cambió la narración a medida que se profundizó la crisis sanitaria?
–Desde que leí La peste, cuando tenía 20 años, quedó rondando en mi cabeza la idea de escribir una novela sobre una plaga, es decir, tuve la idea durante 45 años. Fui posponiendo el proyecto. Tuve miedo durante la pandemia y creo que ese miedo se inyectó en mis personajes. También aprendí sobre negacionistas y teorías conspirativas, incluso en mentes sofisticadas. Aprendí mucho sobre la estupidez humana en la pandemia. Pero aunque un personaje diga la cosa más irracional, mi trabajo como novelista es escribirlo del modo más convincente posible y no juzgarlo. La pandemia comenzó cuando había escrito la mitad de la novela. Me daba un poco de culpa porque todos estábamos tristes. pero el tema cobró vigencia. Quiero contarte algo: cuando escribía Nieve (2002) aparecía Osama Bin Laden mencionado en ella. Luego ocurrieron los atentados del 11 de septiembre de 2001, y decidí quitarlo, porque no quería que pensaran que lo había incluido adrede. En Las noches de la peste no reparé en pensar lo que los demás pensarían.
–El texto muestra la manipulación y los abusos del gobierno para implementar sistemas de confinamiento, para infundir miedo. ¿Considera que es una novela política?
–Es una novela política, como lo es Nieve, pero es mucho más que eso. Esta es, lo confieso, la más ambiciosa de mis novelas porque requiere un gran compromiso de parte del lector. Es un retrato panorámico de los años de la caída del Imperio Otomano. Tengo un vínculo sentimental con los personajes porque mis tatarabuelos trabajaban en aquella burocracia. Creo que en la Turquía de la actualidad y en Erdogan hay cierta glorificación hacia el Imperio, y sí, a mí también me gustan los otomanos pero no comparto aquella melancolía con la que se pinta en muchos casos aquellos años.
–¿Los gobiernos se vuelven más autoritarios durante las pandemias?
–Cuando hay una pandemia, en algunas sociedades, el único modo que tienen los gobiernos de contenerla es girando hacia el autoritarismo porque las personas desoyen los consejos de la cuarentena. En particular es lo que ocurría en el mundo premoderno que aparece en la novela. Cuando empecé a escribirla, el gobierno de Erdogan se tornaba cada vez más autoritario. Pensé que era una situación interesante y que podría escribir una alegoría política.
–¿Cómo ha sido la experiencia de ingresar en la voz de una narradora? Señala en la nota introductoria que la historia contada por una mujer es diferente si ese mismo episodio es narrado por un autor. Sin embargo, la paradoja es que usted es hombre.
–Hay un desafío en mí para salir de mi piel, de mi horrible masculinidad, para identificarme con personajes femeninos. Acabo de comenzar una novela polifónica donde habrá voces femeninas. Crear la voz de una mujer, siendo hombre, es un gran desafío creativo.
–Usted ha dicho que se considera un feminista. ¿Por qué? ¿Ha mejorado la situación de la mujer en Oriente, impulsada, quizá por la fuerte presencia del movimiento en Occidente?
–Soy un gran admirador de Jean-Jacques Rousseau y dice algo así como que cada joven que discute con su madre se equivoca. Yo adapto esta idea un poco y digo: “Cada hombre de Medio Oriente que discute con una crítica feminista está equivocado”. Soy uno de estos hombres que lleva consigo prejuicios y una ideología. Hay un serio deseo en mí por ser políticamente correcto. La situación de la mujer, en mi parte del mundo, está muy reprimida. Estoy éticamente motivado a retratar su situación.
–¿De qué modo considera que la crítica feminista ha contribuido con los estudios literarios?
–En mi caso, me ha influido más como novelista que como profesor. Me considero más un novelista que un profesor. Lo primero que aprendés del feminismo es a tomar conciencia a la hora de narrar una historia: desde el punto de vista de un hombre o de una mujer. Es importante advertir estas diferencias. He logrado prestar atención a detalles donde antes no había reparado gracias a la crítica feminista. También admito que temo un poco a la crítica feminista que se pueda hacer de mis libros (risas).
–¿Por qué? ¿Teme a la cancelación?
–Hay un libro en Turquía sobre crítica feminista y no querría tener nunca que enfrentarme a él. Algo de lo que dice es verdad, otras cosas, no tanto. Pero en mi parte del mundo, la crítica feminista es muy importante.
––¿Cómo se llama este libro?
––No lo recuerdo. Está en turco.
En “La muerte y la brújula”, Jorge Luis Borges crea a un detective llamado Erik Lönnrot que “se creía un puro razonador, un Auguste Dupin”. En el caso de Las noches de la peste, como eco de este procedimiento habrá varios detectives, no profesionales, encargados de resolver un enigma, de encontrar el asesino de una notable personalidad. No es la narrativa de Edgar Allan Poe la que atraviesa la novela de Pamuk, sino la de Arthur Conan Doyle, con su héroe Sherlock Holmes, así como también Borges, quien está presente en toda la obra del autor de Niebla y El museo de la inocencia.
–¿De qué modo Borges es una influencia para usted?
–Me gusta su mente literaria. Inventó muchas cosas, como dice John Updike, un nuevo plano metafísico. Aprendí mucho de él, pero a él no le gustaban mucho las novelas y a mí sí. Soy stendhaliano y tolstoiano, pero quizá en un sentido borgeano.
–Es un gran admirador de Edward Said, autor de Orientalismo. ¿En qué coincide y en qué se diferencia de este teórico?
–Lo conocí cuando vino a Turquía antes de escribir Orientalismo y fue muy bueno conmigo, me protegía y me daba consejos, como un padre. Algún día contaré más sobre él cuando escriba mis memorias. Pero también tengo que decir que, aunque lo admiraba, en su visión de Medio Oriente no había muchas menciones al Imperio Otomano, cuando en realidad dominó durante mucho tiempo la región. Hoy, además, debo confesar que, y aunque a Edward no le gustaba escucharlo cuando estaba vivo, sí había harenes en Oriente. Las ideas de Said son a veces usadas por nacionalistas en mi parte del mundo. Sin embargo, él ha sido una influencia muy importante en mi vida. Luego me enteré de que enseñaba mi libro El castillo blanco en sus clases en la Universidad de Columbia.
–¿Cómo fue esta novela recibida en Turquía?
–Le ha ido muy bien. Pronto se vendió un cuarto de millón de copias. La ironía está en que poco después de que saliera hubo un confinamiento muy estricto. Las ventas de libros en Internet en Turquía son muy bajas. Salí a caminar con mi guardaespaldas dos semanas después de su publicación y pasé por la librería más importante en la avenida principal de Estambul y ahí había una pirámide enorme con mis libros, pero la librería estaba cerrada (risas). El libro es uno de los más vendidos. Sé que una cosa es la venta y otra es la recepción. Se la recibió como una novela con ciertas alusiones a personajes históricos, aunque en realidad no hay tantas.
–Vive con un guardaespaldas...
–Solo me acompaña cuando salgo. En 2007 y 2008 tenía tres personas que me cuidaban. Esos fueron los peores días [versiones que señalaban a Pamuk como posible blanco de un atentados de nacionalistas turcos]. Hago bromas al respecto. “La gente se queja de que no hay demasiada democracia en Turquía ni libertad de expresión, pero en 2007 tenía tres guardaespaldas y ahora solo uno”.
–¿Cuál es su situación legal en Turquía?
–Se dijo que me estaba de burlando del fundador del Estado turco [Atatürk]. Esto es exagerado. De verdad no hubo intención de señalarlo. Quise escribir una alegoría general sobre la construcción de una nación cuando los grandes imperios caen. Sí, claro, puede ser leída como Turquía, pero también como Armenia, Egipto y otras naciones más pequeñas. Hice todo lo posible para que mi personaje no fuese en nada parecido físicamente a Atatürk. Tanto se escribió al respecto que el Procurador General me convocó cuando se presentaron cargos en mi contra. Y yo le dije: “¿En qué página hablo de Atatürk?”. No hay ni una sola página donde aparezca. Los cargos aún no se han levantado, y mi caso está en los laberintos de la burocracia de Ankara. Tengo un abogado que me dice siempre: “No se preocupe, señor Pamuk”. Entonces, no me preocupo. Que los lectores argentinos no se preocupen.
–Me alegro entonces de que no esté en problemas.
–Bueno, estoy un poquito en problemas. Pensé que se levantarían los cargos, pero siguen allí. Cuando me enteré de los cargos estaba en los Estados Unidos y sí me preocupé.
–Turquía es hoy noticia en el mundo. Finalmente, tras levantar su veto, podrán ingresar en la OTAN Finlandia y Suecia. ¿De qué modo este hecho internacional repercutirá en un nivel doméstico? ¿Fortalecerá más aún a Erdogan?
–Hemos tenido dos años horribles en términos económicos. Ustedes, argentinos, lo sabrán. A veces nos referimos a ustedes cuando hablamos de la devaluación. Erdogan no puede resolver la crisis económica, pero les paga a los populistas diciéndole no a la OTAN, mostrándose como un tipo fuerte. Todos sabíamos que finalmente terminaría tendiéndoles la mano. Para los que somos críticos de Erdogan vemos que es una manera barata y populista de actuar. Su imagen está en caída, y, si hubiese elecciones limpias el año que viene, no sería reelecto. Le debo dar crédito porque en el plano diplomático es muy exitoso. Los medios de comunicación que controla venden la idea de que lo que ha hecho es un éxito.
–En la Argentina [Fugitiva, Nuestro amor eterno, Züleyha, por ejemplo, actualmente Telefé] las telenovelas turcas son muy populares y tienen gran audiencia. ¿Las ha visto? ¿Ensaya un motivo de este éxito en una sociedad quizá tan diferente de la turca?
––Lo sé. También son exitosas en Asia. Realmente no tengo una explicación al respecto. Hace treinta año no existía prácticamente ni el cine ni TV turco. Hay dos series que me han gustado mucho, Ethos, que es políticamente correcta para el mundo Occidental, y Club Estambul.
––El teatro juega un papel clave en La mujer del pelo rojo. ¿Quiso alguna vez escribir teatro?
–No. Ir al teatro no es lo que más me gusta, quizá porque en las actuaciones que veo en mi parte del mundo he encontrado interpretaciones pretenciosas, falsas. Cuando iba con mi padre al teatro teníamos que ponernos corbata. Me da nostalgia aquellos años. Me gustaría escribir para cine, y captar la atención popular. También sé que está la intención de adaptar mi novela El museo de la inocencia a la TV, pero es algo muy complejo, que lleva muchos años.
–Parafraseando una de las ideas que circulaban cuando comenzó la pandemia, ¿cree que la pandemia nos ha hecho mejores?
–No. Pero sí nos ha hecho un poco más sabios. Aprendimos sobre el valor de nuestras vidas. Al principio de la pandemia lavaba todo, no quería leer los diarios para no tocarlos. Tuve miedo y cuanto más miedo tenés a la muerte, advertís lo opuesto: cuán bella es la vida. Y por eso me esmeré en crear una isla tan hermosa, la isla de Minguer.
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