Quino se fue, y todos quedamos un poco más solos
¿Por qué esta sensación de pérdida, de orfandad? Porque nos brindó un consuelo en el desamparo a través del humor, le infundió una sonrisa al drama de nuestra condición argentina, ternura a la lucidez, humor al desaliento. Atenuó con piedad la tontería. Sus personajes nos retratan sin juzgarnos y no por eso dejan de ser implacables con el delito, la soberbia, el prejuicio, la hipocresía, la negación de lo que nos pasa. Nos dejó palabras que son para siempre. No perderá actualidad porque es un clásico de la vida cotidiana de todos los tiempos. La inteligencia de Mafalda nos despierta al denunciar nuestros convencionalismos, y nos hace reír al mirarnos al espejo.
Tato Bores y Quino caminan ahora juntos por el cielo de la gratitud eterna de los argentinos. Ambos hacían que las situaciones trágicas o dramáticas no tuvieran la última palabra, que la sonrisa o la ironía pudieran arrebatarle el monopolio al dolor. Pero hay algo más: Quino convirtió a una niña en su personaje principal. Eso fue algo de vanguardia, algo verdaderamente innovador. Colocó en una mujercita la expresión máxima de la lucidez y la ternura, en un tiempo en que el machismo estaba más arraigado que en la actualidad. Un gesto que no deja de ser interesante como expresión de su capacidad visionaria.
Quino nos arrancaba del convencionalismo de nuestros puntos de vista; lograba que volviéramos a preguntarnos, a interrogarnos sobre asuntos que creíamos tener claros.
En lo personal, lo primero que pensé cuando supe de su muerte, fue en la reciente decisión de la Corte. Imaginé a Mafalda contenta porque la Corte se expidió con independencia. La vi, prudente y lúcida, pensando: "bueno, no sé si lo esperábamos, pero este pasito no es malo".
En un plano más subjetivo, hoy les escribí a mis hijos, casi llorando, como si les estuviera dando una noticia familiar. Y ése es el núcleo de lo que quiero decir: se nos fue alguien de la familia. Se fue alguien íntimo, un amigo entrañable, alguien que se ganó un lugar en nuestra intimidad. Porque Quino no estaba ante nosotros, sino que estaba con nosotros.
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