Federico Jeanmaire y Operación Chariot: la guerra en la mente de los hombres
"Mientras caminaba hacia el lugar en donde se recordaría un nuevo aniversario de la batalla, un señor mayor, muy encorvado, se bajó de un auto, abrió el baúl, se puso una chaqueta y, cuando se dio la vuelta, se había erguido y la parte delantera de esa chaqueta estaba repleta de condecoraciones. El hombre se mantuvo erguido durante todo el rato que duró la ceremonia. Todo el rato. En un esfuerzo sobrehumano que me impresionó –recuerda Federico Jeanmaire aquel 28 de marzo de 2018 en la base del monolito, que en un riguroso orden alfabético y dividido en seis columnas están grabados los nombres de los muertos de la brutal batalla ocurrida en la madrugada del 28 de marzo de 1942–. Ese es el origen del libro, de Wërra (Anagrama). Un intento por comprender lo que significa la guerra en la mente de los hombres. Como no podía abarcar todas las guerras, me circunscribí a pensarlas a partir de la Operación Chariot".
La embestida que los británicos llevaron adelante con el fin de destruir el dique seco de Saint-Nazaire, donde los soldados alemanes habían desplegados sus buques, entre ellos el acorazado Tirpitz, es el disparador para que Jeanmaire hilvane entre relatos íntimos e históricos una profunda reflexión acerca de la wërra, la antigua palabra alemana de la que deriva guerra en castellano, guerre en francés y war en inglés.
Anoche, mientras dormía, los franceses atacaron Siria. Así da inicio la vigésima novela del escritor nacido en Baradero (1957), que en 2018 pasó un tiempo en Saint-Nazaire, Francia, ciudad que convive con las imborrables huellas marcadas por la Segunda Guerra Mundial. Fiel a su estilo y como si se tratase de una autoficción, Jeanmaire construye la historia de un escritor argentino que en la cotidianeidad de la localidad portuaria, lee el diario y toma un café en Les Dauphins y se pregunta, tras el ataque a Siria: ¿Acaso no nos ocurren las guerras que ocurren lejos de donde dormimos o de donde tomamos el café?
"La guerra es algo que jamás me interesó en lo personal, pero, al mismo tiempo, siempre estuvo presente –reconoce el autor Amores enanos–. De algún modo, no deja de ser un asunto familiar, que está conmigo desde la infancia y lo cierto es que mucho de lo que nos interesa en la vida adulta tiene su origen en la infancia".
¿Cómo eran narradas las guerras en su niñez?
Mi padre fue casi militar [dos veces intendente de Baradero, una en la dictadura de Onganía y la otra en la de Videla. Se opuso, como bien describe en la novela autobiográfica Papá, a su militancia y a su decisión de ser escritor]. Le encantaba leer sobre las guerras y hablar de sus estrategias. Mi abuelo materno fabricaba soldaditos ["Buenos Aires podrá competir dentro de poco con Núremberg, la ciudad alemana de los juguetes. Un hombre joven, dinámico y emprendedor, Rómulo Guerrico, se ha propuesto, con bien entendido patriotismo, crear la industria del juguete nacionalista", publicó el semanario Caras y Caretas en enero de 1937]. Por eso, pienso, la preocupación por la guerra es algo que me viene desde la infancia.
Además de soldaditos, mi abuelo Rómulo también fabricaba pesebres (…). La guerra y la religión se encontraban en su taller. Y no creo que se trate de una casualidad.
Lo ficticio se entrelaza en Wërra con el relato histórico y biográfico: Allá por los años sesenta, a mi padre le gustaba sentarse por las tardes frente al televisor a mirar, en blanco y negro, Combate, narra aquel recuerdo en una de las páginas. "Casi todo lo que está escrito en la novela es personal. Y verdadero dentro de los precarios límites de la palabra verdad".
En el hilvanar de la novela, Federico Jeanmaire se sumergió en una intensa reconstrucción histórica. "Fue un trabajo de investigación agobiante. A veces me pasaba que creía entender alguna secuencia de la batalla y, a los pocos días, descubría que todavía me faltaba saber algo más. De todas maneras, lo que más me impactó fue la juventud de los muchachos que murieron. Vidas que se terminaron de vivir a los veinte años. Una calamidad. Ningún heroísmo, una lástima de vidas truncas".
En las guerras hay glorias y fracasos. Monolitos, placas. ¿Necesitamos de héroes, de mitos para ensalzar las hazañas?
Monolitos, placas y monumentos son formas políticas de esconder la muerte. Por supuesto que los estados necesitan héroes, nunca saben cuándo volverán a necesitarlos. No creo en el heroísmo. De hecho, en el libro cuento las muchas drogas que han utilizado y siguen utilizando los ejércitos para que esos muchachos que van a la batalla puedan entrar en ellas con algún coraje. Desde los griegos o los vikingos hasta la actualidad. Los soldados siempre van a la guerra borrachos, drogados o ambas cosas a la vez. No hay héroes, solo hay hombres que hacen lo que pueden en medio de las balas enemigas.
En la novela, hace referencia a fotos que fueron parte de su investigación. Algunas de esas imágenes las compartió en su cuenta de Instagram como si fuera un apoyo visual para los lectores ("Una de las fotos sobre las que escribo hacia el final de Wërra. La otra, la de Laurence, no la tengo")
Algunas las tomé yo mismo, otras están en los libros que leí, otras están en un museo de la batalla que hay en el puerto de Saint Nazaire y otras las encontré en internet.
La tercera y última de las fotos que guardo del entierro merece un apartado (…) Pero me cuesta creer que sea verdadera.
¿Podemos hablar de "verdad" en lo que se refiere a "guerra"?
Hay dos tipos de hombres que participan en las guerras. Unos, los que son enviados a ellas por necesidad y otros, los militares de carrera, aquellos que se preparan toda la vida para hacerlo. Seguramente hay matices en ambos grupos, nada es lineal en las guerras. Ese párrafo atiende a una de las fotos del entierro de británicos y en ella aparecen oficiales alemanes brindándoles honores a esos muertos enemigos. Al otro día, esos mismos honorables oficiales, en un bando, amenazaron de muerte a la totalidad los ciudadanos de Saint Nazaire. Me cuesta creer que las mismas personas puedan actuar de un modo tan diferente en cuestión de horas. Creo que me cuesta entender el espíritu militar, por eso, también, las ganas de adentrarme en esos espíritus tan contradictorios.
¿Qué lugar les damos a los muertos? Usted decidió que los capítulos de su novela lleven los nombres de los 169 soldados británicos y los 18 civiles franceses que murieron en la batalla.
Me impresionó que la placa que recuerda a los muertos de la Operación Chariot fuera tan pequeña y, por ahorrar sitio, solo se inscribieran las iniciales de sus nombres y sus apellidos. Un montón de chicos que dieron su vida aquella noche, parece que no merecían que aunque sea se los recordara con sus nombres completos. Me propuse develar esas vidas. Las vidas que había detrás de esas iniciales. Darles alguna trascendencia. No olvidarlos. Mostrar que había una vida que merecía ser vivida detrás de esas muertes prematuras.
La soledad y la incomunicación aparecen, de una u otra forma, en casi todos sus libros. ¿La guerra es una forma de "incomunicación"?
La guerra es el efecto más cruel de la incomunicación entre los poderosos. Y se me ocurre que soledad es la palabra exacta para describir lo que sintieron esos muchachos, cargando un fusil en medio de la balacera enemiga, aquella noche de la Segunda Guerra Mundial. También, la placa conmemorativa es la expresión más cabal de la soledad en la que murieron esas 187 personas.
Malvinas y la dictadura militar argentina vuelven a estar presentes en su obra. En esta ocasión, usted escribe: "Resulta doloroso que los coroneles argentinos supieran tanto de dictaduras y campos de concentración y torturas y desapariciones y no supieran nada de guerras".
La Guerra de Malvinas fue un desastre. Un montón de chicos muertos por nada. Sé que puede resultar muy polémico decirlo en pocas palabras, pero esa guerra es el odioso resultado de una educación que ha hecho hincapié en nuestra soberanía sobre las islas. Algo para mí sumamente dudoso. Nuestro país, el mismo país que reclama esas islas, jamás siquiera ha pensado en devolverle al Paraguay la provincia de Formosa, un territorio del que se apropió hace un siglo y medio a partir de una invasión absurda. ¿Por qué en las aulas se reivindica una y se olvida la otra? La guerra de Malvinas, a mi humilde entender, fue la consecuencia no deseada de un defecto de educación.
Resulta lógico que un caballero andante que va por el mundo deshaciendo entuertos considere la supremacía de los soldados por sobre los letrados, hace referencia a Don Quijote.
Teniendo en cuenta que usted es especialista en Don Quijote [con la autobiografía apócrifa de Cervantes fue finalista del Premio Herralde de Novela], ¿cómo imagina que el novelista, poeta, dramaturgo y soldado español vería las guerras que aun hoy nos golpean?
Las guerras en tiempos de Cervantes eran brutales y más reales en tanto que se luchaba más cerca del enemigo, muchas veces cuerpo a cuerpo. Usé la palabra brutal y la palabra real para definirlas y se me ocurre que eso pasó porque me toca vivir este tiempo en donde la tecnología parece no tener nada que ver con la brutalidad o la realidad. Y no es así, claro. La tecnología aplicada a las guerras es todavía más brutal y más real, en el sentido de todavía menos humana. En cuanto a Cervantes, creo que pecó de algo que se da bastante entre los hombres que logran regresar con vida de las guerras: convierten a su participación en ellas en el centro pedante de su hombría.
"La rutina de vivir (…). Los seres humanos nos acostumbramos a casi todo. Queremos vivir. Y entonces nos adaptamos a lo que sea. Incluso a las dictaduras y a las guerras, que son la muerte de la vida".
¿Hasta dónde considera que somos capaces de adaptarnos?
Las guerras no las deciden las personas comunes, las deciden los poderosos. Luego viene la adaptación. En el libro cuento una anécdota que expresa exactamente esa capacidad humana para adaptarse. La batalla dura toda una noche y, a la mañana siguiente, una madre manda a su hijo a comprar pan para el desayuno; lo único que le pide al chico es que no mire los cuerpos que yacen muertos en la calle. Las ganas de vivir son más fuertes que cualquier calamidad. Nos ocurre lo que nos ocurre. Y la vida es nuestra gran ocurrencia, por eso terminamos adaptándonos a casi cualquier horror.
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