Oliverio Girondo, el arcángel negro de la poesía argentina sigue vigente
Hace 130 años llegaba al mundo el poeta que intentó hacer de la literatura una fiesta y a la vez un laboratorio; autor de “Veinte poemas para ser leídos en el tranvía” y “En la masmédula”, cautiva a nuevas generaciones de lectores
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Nació en una familia acaudalada y en su juventud viajaba a Europa al menos una vez por año; se recibió de abogado, hizo los dibujos para su primer libro de poemas, escribió obras teatrales y un solo relato (Interlunio); fue uno de los integrantes de la revista Martín Fierro, se casó con Norah Lange, probó suerte con la performance y, tardíamente, con la pintura; rechazó la invitación que le hizo Victoria Ocampo para publicar en Sur y, como muchos artistas y escritores, se refugiaba en el delta de Tigre. Por su actitud vanguardista, Oliverio Girondo (1891-1967) fue reivindicado por poetas como Enrique Molina (con el que tradujo Una temporada en el infierno, de Arthur Rimabud), Francisco Madariaga, Mario Trejo y Alberto Vanasco. Hace 130 años (o 131, según sostienen los que afirman que “se quitó” un año) llegaba al mundo el poeta que intentó hacer de la literatura una fiesta y a la vez un laboratorio. “Yo no tengo, ni deseo tener, sangre de estatua. Yo no pretendo sufrir la humillación de los gorriones. Yo no aspiro a que me babeen la tumba de lugares comunes, ya que lo único realmente interesante es el mecanismo de sentir y pensar”, escribió en 1922, cuando dio a conocer su primer libro. Por su obra única y vanguardista, Olga Orozco lo llamó “el arcángel negro” de la literatura argentina. Con el peruano César Vallejo y el chileno Vicente Huidobro, fue uno de los poetas más innovadores de la poesía en español en el siglo XX.
Girondo es reconocido tanto por su obra poética -en la que se destacan Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, Persuasión de los días y el fundamental En la masmédula, que fija recursos que muchos poetas aún siguen utilizando- como por sus acciones performáticas: en 1932, para promocionar Espantapájaros (al alcance de todos) hizo una escultura de papel maché del “espantapájaros académico” dibujado por José Bonomi, la colocó en una carroza tirada por seis caballos, con aurigas y lacayos incluidos, y la hizo desfilar por la calle; en un mes, se vendieron cinco mil ejemplares de su tercer libro. En su casa de Suipacha al 1400, organizaba con Lange fiestas que, para algunos, podrían ser consideradas antecedentes de los happenings de los años 1960.
Una poética del acontecimiento
“Habrá otros, pero si nos piden el nombre de un poeta experimental y rupturista, casi con seguridad lo mencionamos a él -dice la escritora Catalina Boccardo-. Su poesía repleta de recursos lingüísticos, rítmicos, espaciales, de la oralidad, se abre al mundo y produce tantos efectos estéticos; se abalanza sobre las cosas desde un enorme caudal imaginativo y construye y reconstruye significados. Una mezcla verbo-rítmica de neologismos y jitanjáforas, ‘la total mezcla plena’ hacia donde deberíamos encaminarnos: ‘la total mezcla plena / la pura impura mezcla que me merma los machimbres / el almamasa tensa las tercas hembras tuercas / la mezcla / sí / la mezcla con que adherí mis puentes’”. Para la autora de El pico de los pájaros, Girondo inspira a volverse poeta. “A explorar y no relegar ni el humor ni el absurdo ni tampoco nuestras vinculaciones con la existencia -agrega-. Las imbricaciones estéticas y de pensamiento de su poesía se desprenden actuales, sin quedar ancladas en una fecha o lugar de referencias para el público. Punza nuestra curiosidad lectora y lo seguirá haciendo. Quizá en algún momento Girondo no estuvo suficientemente visibilizado pero nunca fue ni será relegado, tan vitalista es su escritura: una poética del acontecimiento”.
Por haber compartido la “vanguardia moderada” (según Martín Kohan) de los años 1920 en Buenos Aires, el nombre de Girondo se asocia al de Jorge Luis Boges. “Girondo impone a las pasiones del ánimo una manifestación visual e inmediata; afán que da cierta pobreza a su estilo (pobreza heroica y voluntaria, entiéndase bien) pero que le consigue relieve -había escrito Borges en 1925, cuando Girondo publicó Calcomanías, su segundo libro-. La antecedencia de ese método parece estar en la caricatura y señaladamente en los dibujos animados del biógrafo”. Un año después, en un almuerzo en la Sociedad Rural Argentina, donde se homenajeaba a Ricardo Güiraldes, Borges le presentó a Girondo (de 35 años) a Norah Lange, de veinte. En los últimos años de su vida, el autor de Ficciones se refería al poeta con desdén.
“En 1984, ya Borges el gran escritor universal que fue, es entrevistado por la revista Xul en un número dedicado a Girondo, y dice: ‘¿Si hay un posible paralelismo conmigo? ¡Pero no! Yo alguna página rescatable creo haber escrito’, y añadió: ‘Oliverio era un infeliz’ -recuerda la escritora Josefina Delgado-. Cáustico, definitivo; sin duda, los dos poetas han sido la vanguardia de una literatura argentina que en esos años no se atrevía a salir del edulcorado modernismo en boga. Pero los dos caminos son divergentes. Si Borges habla de esas niñas claras de su poesía, Girondo, en cambio, en su poema ‘Las chicas de Flores’, nos ofrece esta descripción: ‘Las chicas de Flores tienen los ojos dulces como las almendras azucaradas de la Confitería del Molino, y usan moños de seda que les liban las nalgas en un aleteo de mariposa […] y si alguien las mira en las pupilas, aprietan las piernas, de miedo de que el sexo se les caiga en la vereda’”. Nalgas y sexo no eran palabras frecuentes en la literatura de aquellos años. “En su tiempo Girondo no fue comprendido y las críticas fueron las de quienes, además, desde lo social le objetaban dirigirse a las chicas de un barrio como Flores -remarca Delgado-. Pero escritores como Enrique Amorim y Ramón Gómez de la Serna lo alabaron y reconocieron en él al innovador del lenguaje que supo usar un léxico cotidiano ensamblando palabras y construyendo nuevas formas de expresión”.
Radiante y cómica en su juventud, “con bandadas de imágenes apresadas en pleno vuelo”, según Olga Orozco, la obra de Girondo se volvió en los últimos años, a partir de Persuasión de los días (1942) y luego en Campo nuestro (1946) y En la masmédula (1953), más angustiada y fatalista. Los acontecimientos sociales en el país y en el mundo habían hecho efecto en el ánimo girondiano, que comenzó una retirada de su ciclo “solar”. Como testimonio, están también los textos de Nuestra actitud ante el desastre, con artículos escritos sobre (y durante) la Segunda Guerra Mundial, en los que aunaba antinazismo y antiimperialismo: “No basta denunciar la existencia de la organización nazi entre nosotros, ni delatar los peligros que ella entraña… Hay que comprender, sobre todo, que no existe otra manera de combatirla, ni de aunar la opinión pública del país, que indicarle que ha llegado el momento de liberarnos, de una vez por todas, de la opresión económica, casi secular, que nos asfixia. Antes de adquirir una cabal conciencia de nuestros intereses vitales y de plantear esos problemas con un espíritu argentino, no será posible la aparición de un movimiento nacional, no decimos nacionalista, sino nacional”.
“Girondo escribió de muchas maneras -dice la poeta Silvia Castro-. Es recordado por sus gestos extremos, pero tuvo muchos tonos y registros. Viajero y buscador de experiencias reales e intensas, también con el lenguaje logró geografías y espacios para todas las miradas. Enrique Molina se admiraba del poder comunicativo que conservaba incluso en su mayor irradiación paroxística, algo difícil en los caminos de la ruptura. Dejó (junto con otros autores del siglo XX, del cual es un representante genuino) un legado de operaciones que ponen en crisis la transparencia aparente del sentido, y se pueden sintetizar en un doble latido: condensación que se dispersa estallando y dispersión que refluye hacia un núcleo íntimo, revelador, inesperado. El tiempo de Girondo será siempre el tiempo de lo que está a punto de ser y se detiene en esa eternidad”.
Según la autora de Pisagua, Girondo es un autor ideal para las nuevas generaciones de lectores. “Aunque habiten un mundo muy distante del suyo en experiencia, reciben su poética sin percibir el cambio de siglo, porque está en sintonía constante con lo que está por suceder -concluye-. No hay como él para dar los primeros pasos en el camino de la escritura. De ahí que sean frecuentes sus textos en talleres de lectura y escritura para jóvenes”.
Un poema de Girondo
Gratitud
Gracias aroma
azul,
fogata
encelo.
Gracias pelo
caballo
mandarino.
Gracias pudor
turquesa
embrujo
vela,
llamarada
quietud
azar
delirio.
Gracias a los racimos
a la tarde,
a la sed
al fervor
a las arrugas,
al silencio
a los senos
a la noche,
a la danza
a la lumbre
a la espesura.
Muchas gracias al humo
a los microbios,
al despertar
al cuerno
a la belleza,
a la esponja
a la duda
a la semilla
a la sangre
a los toros
a la siesta.
Gracias por la ebriedad,
por la vagancia,
por el aire
la piel
las alamedas,
por el absurdo de hoy
y de mañana,
desazón
avidez
calma
alegría,
nostalgia
desamor
ceniza
llanto.
Gracias a lo que nace,
a lo que muere,
a las uñas
las alas
las hormigas,
los reflejos
el viento
la rompiente,
el olvido
los granos
la locura.
Muchas gracias gusano.
Gracias huevo.
Gracias fango,
sonido.
Gracias piedra.
Muchas gracias por todo.
Muchas gracias.
Oliverio Girondo,
agradecido.
De Persuasión de los días
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