Obsceno, Pablo Siquier y una “primicia mundial”: ya no será el mismo
Tras la muestra de inéditos que acaba de inaugurar en el MACBA, el pintor se despide de la abstracción; la geometría, lo expresivo, De la Vega y una premisa tomada de Mozart: “que la obra sea inmune a lo que le pase al artista”,
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“Todavía no pinté un fucking centímetro cuadrado”, dice Pablo Siquier (Buenos Aires, 1960) relajado en uno de esos sillones de cuero ubicados en el centro de las salas para tener una visión equidistante de las pinturas. Siquier no está hablando de que le falte terminar alguna de las obras que completan Obsceno, su primera muestra en Buenos Aires en ocho años, que acaba de abrir en el MACBA (Museo de Arte Contemporáneo) de San Telmo. Habla del futuro y de lo que califica, con sorna, “una primicia mundial”. Estos diez cuadros dispuestos en dos grandes salas y un entrepiso de este edificio neobrutalista sobre la avenida San Juan son una suerte de despedida. Cuando vuelva a mostrar en 2025 en la galería Ruth Benzacar, que lo representa desde los ‘90, habrá abandonado el estilo que lo hace inconfundible para abismarse en la figuración. Quizás no sea una “primicia mundial”, pero es suficiente para ponerlo en letras de neón: Pablo Siquier, el último maestro abstracto argentino, de algún modo, se despide de sí mismo.
La despedida no era el plan del artista ni de Rodrigo Alonso, el curador que pensó en exhibir estas piezas nunca vistas antes, que atraviesan tres décadas hasta hoy. Sucede que Siquier es un pintor que hace mucho y muestra poco (aunque su producción en el espacio público, en la estación Carlos Pellegrini, en Puerto Madero y en el aeropuerto de Rosario, lo mantenga visible) y estos inéditos pasaron de la trastienda de Benzacar a colecciones privadas. Lo de “Obsceno”, que parece un nombre adecuado para un álbum de Babasónicos, viene de un brainstorming entre el curador y el artista que prefirió que su adiós a la geometría abstracta llevara ese nombre más asociable a una estética trash que a la perfección obsesiva de sus trazos, que pasan del programa Illustrator al ploteo y luego a la tela a través del acrílico. Para Alonso, la obscenidad de Siquier está dada porque su geometría se presenta tal cual es y es, así, “exhibicionista”, no esconde nada. Para el pintor las razones son más bien lúdicas, una boutade. Extremar la parte racional e inconsciente de sus característicos laberintos porque, por ejemplo, las obras de Obsceno, como todas las de su producción, se titulan siguiendo un código hermético. Así, “2308″, la última de la serie blanco y negro que hizo, viene a decir que es su octava pintura en lo que va del año.
Técnico químico, Siquier tuvo que haberse familiarizado con el dibujo técnico en el colegio industrial, pero fueron sus incansables caminatas por la ciudad las que dejaron huella del eclecticismo de la arquitectura porteña en su impactante geometría. Se considera a sí mismo “borgeano”, alguien influenciado por todas las tradiciones y ninguna a la vez. Como otros artistas que aparecieron en la escena entre fines de los 80 y principios de los 90, Siquier se las arregló para dejar huella con una imagen propia. Entre todos es aquel que sostuvo el mayor compromiso con la abstracción geométrica sin necesidad de citar el arte concreto de los años 40, ni el Op de Julio Le Parc ni tampoco la reflexión sobre la estética precolombina. Lo suyo más bien parece un espejo deformado de la caligrafía islámica, el rasgo más sofisticado de una cultura iconoclasta. “Sí, porque tanto la caligrafía árabe como mi pintura funcionan sobre lo ornamental”, dice.
Pablo Siquier se considera “expresivo” pero no expresionista y cree haber estado pintando una y otra vez un único cuadro hasta que se hartó de hacerlo. Y eso es ahora mismo cuando dice que lo próximo suyo que veremos en Benzacar pertenecerá al reino de la figuración. ¿Cómo serán los nuevos Siquier entonces? “No tengo la menor idea. Soy un artista que trabaja de forma proyectual y a largo plazo. Por ahora estoy rodeado de óleos y trementina como cuando empecé la escuela de arte”, dice. Habría que espiar bocetos o señales en el taller de Villa Crespo que comparte con los artistas Jorge Macchi y Carlos Huffmann y que es su definitivo lugar en el mundo. “De ahí solo me sacan muerto”, exagera.
Parte del secreto que hace que los diseños de Siquier (la vertiginosa “1611″ está atravesada por más de cincuenta mil líneas) sean tan pregnantes o “expresivos” es que en su elenco de formas de la serie blanco y negro se dejen ver los contrastes de Alberto Breccia y Jorge de la Vega por otra vía. “2204″ es un De la Veg pop donde las gestualidades aisladas del Rompecabezas se traducen a su lenguaje geométrico. El artista afirma la genealogía. “A De la Vega le debo todo mi trabajo compositivo. Es un pintor que si hubiera sido inglés estaría entre los más célebres del siglo XX para todo el mundo”.
Si bien Siquier aspira a que en sus “obscenidades” los observadores identifiquen algo propio (reflejos de la ciudad perdidos en medio de sus joyas laberínticas) no hay nada de la vida privada del artista que se transfiera en los diseños que siempre distintos son solo uno. El trazado discontinuo de “2308″ no revela una tormenta interior ni nada, es lo que es. Ni siquiera el nacimiento de Alfredo, el hijo que tuvo en 2022 con Gimena Macri se corresponde con algún deslizamiento afectivo del estilo. La Siquiertría será entonces el arte de separar de la pintura las alteraciones propias del estado de ánimo.
“En ese sentido soy Mozart”, dice con una mueca apenas detectable. ¿Mozart? “Sí, escribió el Réquiem para la muerte del padre al mismo tiempo que cuartetos muy alegres. Es el paradigma del artista que consigue que la obra sea inmune a lo que le pase al artista. Y eso funciona también para mí”. La obra (de Siquier), entonces, separada de la persona.
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