Novela sombría, llena de acción y paradojas
Reseña sobre Harry Potter y las reliquias de la muerte
"Un baño de sangre". Así definió Rowling a Harry Potter y las reliquias de la muerte y nada hay más cierto. La mitad del elenco, que los lectores aprendieron a querer a lo largo de una década, desaparece de un plumazo, son torturados o sufren amputaciones en sus cuerpos. Inevitablemente, uno se pregunta: ¿era necesario acribillar a tal ? O, ¿cómo se atrevió a hacerlo?
Pero a Rowling no le tembló el pulso. Planteado un escenario épico, en el que el desenfreno y los excesos de una batalla campal y final enfrentan a dos bandos antagónicos en incontables geografías, parecía inevitable sumar bajas de a montones y soportar los "daños colaterales".
Voldermort y sus subordinados versus la comunidad mágica, encabezada por la Orden del Fénix, a los que se suman varios profesores de Hogwarts. Vencer o morir.
Harry, Ron y Hermione se debatirán entre hallar los horcruxes –fragmentos de objetos donde Voldermort escondió partes de su alma– o destruir las reliquias de la muerte –otros tres objetos mágicos que transforman a su poseedor en amo y señor de la fatalidad.
Multiplicadas, las huestes maléficas logran infiltrarse en Hogwarts, en el Ministerio de Magia y acechan hasta en la comunidad muggle. El caos, mediante hechizos y artificios, se propaga por todos lados y hay un precio alto por las cabezas de cada uno de los tres protagonistas.
La clave de esta entrega final—de más de 700 páginas y 36 capítulos– ya no se centra en el devenir del internado de magia ni en las destrezas del quidditch. Es la entereza y la templanza de ese trío de amistad, obligado a esconderse permanentemente, lo que se pone a prueba. Todos los buscan y quienes pueden ayudarlos se exponen a las sádicas represalias de los mortífagos (seguidores de Voldermort).
Si en libros anteriores se vislumbraban los dolores del crecimiento (ese tránsito lleno de efervescencias de la infancia a la adolescencia), en éste último, el más aciago y sombrío, son la madurez, sus costos y las lecciones de vida, el gran sedimento de una narración desbordada de imágenes; casi cinematográfica.
La incertidumbre sobre quién fue en realidad Dumbledore (tristísima muerte del libro anterior), ocupa una parte central de la trama. Tres fuentes diversas brindan versiones contrapuestas sobre su pasado y esto sembrará de dudas a Harry. Al sabio hechicero se lo presenta mucho más vulnerable y falible de lo que se creía. En el otro extremo, ¿hay redención para profesores arbitrarios como Snape?
Tan lleno de acción como de sorpresas y paradojas, Rowling se adentra en la densidad filosófica para reflexionar sobre el poder del amor, la lealtad, los preconceptos, las arbitrariedades y complejidades de la vida adulta que acechan a los protagonistas.
Harry, símbolo de la esperanza, está llamado a librar dos batallas simultáneas. La primera, contra Voldermort. La otra, aún más tortuosa, es una lucha interna consigo mismo. Su conexión psíquica con Voldermort, a través de su cicatriz en la frente, se intensifica. Y ésta no sólo le brinda las pistas sobre su paradero; también le muestra las aristas más oscuras de su propia personalidad, que deberá aprender a atemperar.
Acostumbrado a hacer equilibrio en el filo de la pérdida de todo cuanto ama, la desazón y una sensación de opresión debilitarán su espíritu. Y es justamente en este punto donde Rowling enfatiza la importancia de las elecciones y lo inevitable de asumir riesgos. Toda persona termina siendo lo que elige, dispara la autora.
Con alusiones a Homero, Shakespereare y Kafka, asoma también la debilidad de Rowling por los arquetipos mitológicos. Intercalados con detalles cotidianos la combinación resulta efectiva como también la amalgama de géneros: del enigma al thriller y de la indagación psicológica a la novela de aventuras.
La autora se reserva varios capítulos para indagar en los afectos. Desde el personaje de Snape, Rowling parece decir que el amor auténtico no es el que persigue resultados o la propia satisfacción. Sino, por el contrario, el que es capaz de dolorosos renunciamientos. Y a Harry sagazmente lo acorrala entre vivir con amor, aceptar las pérdidas, ser leal y jamás renunciar a la esperanza.
Se sabe que los méritos de Rowling son su inagotable inventiva; la verosimilitud que le inyecta a ese mundo de fantasía, lleno de rituales y detalles alucinantes; la frescura e hilaridad de los diálogos, junto con la evolución y matices de los personajes. Ahora, ¿es este su mejor libro? Difícil asegurarlo.
De lo que no caben dudas es que toda la saga ha resultado una impecable pieza de orfebrería; cada enigma se resuelve con una sorpresa y encastra en el lugar preciso.
Lo más flojo quizás sea el epílogo: un espejo del tiempo, 19 años después, que proyecta el saldo de los aprendizajes en Hogwarts. Aunque esa flaqueza no logra empañar la emoción transmitida en toda la saga pero sí contagiar cierta tristeza frente a todo aquello que inexorablemente culmina.
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