Novela de iniciación, novela de la memoria
CUANDO ERAMOS INMORTALES Por Arturo Fontaine (Alfaguara)-393 páginas-($20)
LA literatura chilena actual es tan rica como desconcertante dada su amplia gama de escritores. Si bien la mayoría obtuvo alguna palabra de José Donoso -a diferencia quizá de lo que sucede en la Argentina por falta de maestros dedicados a sus sucesores y el resquemor de éstos a perder identidad en la herencia-, los mundos narrativos y los lenguajes propuestos en la narrativa del país vecino son diversos. Realismo en escritores como Carlos Cerda, Marcela Serrano, Rivera Letelier o Fuguet; exotismo literario, que puede aparecer en las novelas de Carlos Franz, Gonzalo Contreras y, a su manera, en las de Diamela Eltit. En tierra de poetas, no era de prever tal profusión de narradores que establecieran nuevas coordenadas.
Arturo Fontaine, tambien discípulo de Donoso, primero escribió poemas y después avanzó más a gusto por la prosa, aliviado de metáforas y con ganas de contar una historia. Lo hizo con éxito en su primera novela, Oír su voz , adentrándose con audacia narrativa e ideológica en los vicios y virtudes de los poderosos de su país. La osadía le valió unos cuantos enojos y, seguramente, funcionó también como una gran liberación que le permitió llegar a este segundo libro en el que un adolescente descubre la pasión y el desencanto casi al mismo tiempo.
Cuando éramos inmortales cuenta la historia de Emilio, un joven sometido a todos los rituales de iniciación que corren por cuenta de la educación y la cultura. El goce y el malestar van tejiendo la trama de su vida que se enlaza con la de sus compañeros de colegio, las tías, los profesores, y sus juguetonas primas. Pero en el colegio la realidad parece oponerse a la vida que él conocía y Emilio debe afrontar la extrañeza de actuar ante los desconocidos. Allí descubre quién deja de ser antes de saber quién realmente será. "El colegio le impone ese otro yo, el que no le gusta. ¿Puede haber un yo separado o siempre es una telaraña que cuelga sujeta a los demás?".
La novela da cuenta de cómo se hace la memoria: las huellas, marcas, telones, percepciones que se inscriben para siempre como primeras experiencias. Al mismo tiempo, da cuenta de cómo se deshace la herencia, cómo irrumpe la identidad por fuera de lo establecido. Con delicado empeño, Arturo Fontaine logra construir la remembranza captando ese instante preciso en que la vivencia se fija en la memoria. Y a partir de allí surge el recuerdo en voz baja.
Si bien Cuando éramos inmortales demora algunas páginas en convertirse en una gran novela, sin duda lo es y de verdad. No quiere llamar la atención del lector con interferencias reflexivas por fuera de la trama y, sin embargo, esto no la priva de la fuerza del pathos.
Las referencias literarias son tantas que se funden en la trama. Son explícitas las referencias a Huckleberry Finn y David Copperfield , pero también asoman Vargas Llosa o Dylan Thomas. De todos, Arturo Fontaine logra extraer sentimientos o técnicas para hacerlos propios y, a su vez, fáciles de compartir con un lector ávido de novelas de iniciación.
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