DE LOS MODALES EN LA MESA DE MI SEÑOR LUDOVICO Y SUS INVITADOS
La costumbre de mi señor Ludovico de amarrar conejos adornados con cintas a las sillas de los convidados a su mesa, de manera que puedan limpiarse lasmanos impregnadas de grasa sobre los lomos de las bestias, se me antoja impropia del tiempo y la época en que vivimos. Además, cuando se recogen las bestias tras el banquete y se llevan al lavadero, su hedor impregna las demás ropas con las que se los lava.
Tampoco apruebo la costumbre de mi señor de limpiar su cuchillo en los faldones de sus vecinos de mesa. ¿Por qué no puede, como las demás personas de su corte, limpiarlo en elmantel dispuesto con ese propósito?
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He ideado que a cada comensal se le dé su propio paño que, después de ensuciado por sus manos y su cuchillo, podrá plegar para de esta manera no profanar la apariencia de la mesa con su suciedad
DE UNA ALTERNATIVA A LOS MANTELES SUCIOS
Al inspeccionar los manteles de mi señor Ludovico, luego de que los comensales han abandonado la sala de banquetes, hállome contemplando una escena de tan completo desorden y depravación, más parecida a los despojos de un campo de batalla que a ninguna otra cosa, que ahora considero prioritario, antes que pintar cualquier caballo o retablo, la de dar con una alternativa.
Ya he dado con una. He ideado que a cada comensal se le dé su propio paño que, después de ensuciado por sus manos y su cuchillo, podrá plegar para de esta manera no profanar la apariencia de la mesa con su suciedad. ¿Pero cómo habré de llamar a estos paños? ¿Y cómo habré de presentarlos? Mas, ¿cómo los haré funcionar? ¿Por viento o por agua? ¿Por ruedas dentadas y manivelas? ¿Por la fuerza de los bueyes y los campesinos?
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*Leonardo no vuelve a mencionar expresamente su propuesta de una servilleta, pero Pietro Alemanni, el embajador florentino en Milán, se refiere a ella en uno de sus informes, con fecha de julio de 1491, a la Signoria de Florencia: "Como sus señorías me han solicitado que les ofrezca más detalles de la carrera del maestro Leonardo en la corte del señor Ludovico, así lo hago. Últimamente ha descuidado sus esculturas y geometría y se ha dedicado a los problemas del mantel del señor Ludovico, cuya suciedad –según me ha confiado– le aflige grandemente. Y en la víspera de hoy presentó en la mesa su solución a ello, que consistía en un paño individual dispuesto sobre la mesa frente a cada invitado, destinado a ser manchado, en sustitución del mantel. Pero con gran inquietud del maestro Leonardo, nadie sabía cómo utilizarlo o qué hacer con él. Algunos se dispusieron a sentarse sobre él. Otros se sirvieron de él para sonarse las narices. Otros se lo arrojaban como por juego. Otros aun envolvían en él las viandas que ocultaban en sus bolsillos y faltriqueras. Y cuando hubo acabado la comida, y el mantel principal quedó ensuciado como en ocasiones anteriores, el maestro Leonardo me confió su desesperanza de que su invención lograra establecerse.
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DE LA MANERA CORRECTA DE ELEGIR UN QUESO
Para averiguar si los grandes quesos de Parma y de la Romaña estuvieron huecos –pues en estos lugares abundan los comerciantes poco escrupulosos que os ofrecerán tales mercancías– siempre, antes de efectuar la compra, poned vuestro oído sobre un lado y golpeadlo suavemente con vuestro martillo, escuchando con atención, de suerte que detectaréis el menor sonido a hueco. Y cuando os hayáis asegurado a vuestra satisfacción de su cabal solidez, podréis comprarlo. Así me lo enseñó Agnolo di Polo, que era un escultor y renombrado aficionado al queso en el taller del gran Verrocchio.
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COCINAR CON VENENOS
Ahora he de reunirme con mi señor Cesare y el maestro Machiavelli para tratar de mi conocimiento sobre venenos, y este es muy escaso*, al mostrarse Salai tan poco dispuesto a colaborar conmigo en mis experimentos desde que me descubrió y puso grandes objeciones a que yo colocara cantidades gradualmente crecientes de estricnina y belladona en la polenta de su desayuno, y no quiso de ninguna manera aceptar mi explicación de que esto no tenía otro objeto que fortalecer su inmunidad a las sustancias que podrían servirle otras personas menos amistosas –teniendo en cuenta la reputación de las personas de la casa de nuestro buen huésped–.
Tengo, sin embargo, algunas cuestiones claras. La elección del veneno ha de depender del efecto que tratéis de crear en la persona. Así, este provoca estornudos, este otro comezones, aquel saltos y convulsiones, y este otro la muerte total. Los diferentes venenos disponibles no habrá de confundirlos el que se esté iniciando en el arte del envenenador. Habrá de aprender que la estricnina causa tortícolis y terror; que las bayas negras y marrones de la belladona son la causa de los ojos desorbitados y del delirio; que el acónito (que tan a menudo se confunde con las raíces del rábano picante) provoca estremecimientos y vómitos; y que la cicuta es uno de los que causan la muerte total. Hay otros de cuyos efectos no estoy seguro debido al egoísmo de Salai, y estos son: la raíz de serpiente, el ruibarbo, el tanaceto, las bayas negras de la hierba de San Cristóbal, los frutos de beleño, el muérdago, las aguaturmas y el moho de algunos quesos de Mantua. Mas de una cosa estoy bien seguro. Un buen veneno siempre ha de administrarse al comienzo de una comida, pues actúa con más rapidez en un estómago vacío; y usado de esta manera beneficiará tanto al envenenador, que no tendrá necesidad de usar más que una pequeña dosis de su arma, como al anfitrión, que no deseará que las diversiones que haya dispuesto ofrecer a sus invitados tras la comida se vean estorbadas por la agonía de su víctima.
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*Aunque en otros escritos Leonardo hace muchas referencias a animales que se curan a sí mismos del efecto de los venenos, y también (en el Codez Atlanticus 346 v.a.) propone el ingenioso plan de poner fuera de combate a la tripulación de un barco enemigo disparando sobre ellos un veneno de "arsénico mezclado con ponzoña de sapo, saliva de perro rabioso y bayas de aucuba". Pero no aclara si esto había de administrarse en forma de líquido o de polvo.
Extractos del libro compilado y editado por los historiadores británicos Shelagh y Jonathan Routh, 1987, publicado en español por el sello Temas de Hoy, del Grupo Planeta.