Norman Mailer, el escritor que supo transformar la escena literaria de su país en un ring
¿Qué opinaba de sus colegas el premiado autor estadounidense, que hoy cumpliría cien años?
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Renovador de la ficción militar con la primera de sus doce novelas, Los desnudos y los muertos; ensayista genial, valiente y egocéntrico, integrante de la avanzada del “nuevo periodismo” con Hunter S. Thompson, Joan Didion y Tom Wolfe, aficionado al boxeo en los gimnasios de Brooklyn desde su juventud, candidato a alcalde de Nueva York por el Partido Demócrata y protagonista en debates públicos sobre distintos asuntos, Norman Mailer (1923-2007) fue, además, el “macho alfa” de la literatura estadounidense por su actitud combativa y polémica. Hoy se cumplen cien años del nacimiento, en Nueva Jersey, del escritor que supo transformar la escena literaria y social de su país en un ring.
Aunque en varias ocasiones reveló que era “incapaz” de leer libros de escritoras, incluida Virginia Woolf, reconoció el talento de la obra temprana de Mary McCarthy, Jean Stafford y Carson McCullers. “En realidad, dudo de que haya una mujer escritora realmente excitante hasta que la primera puta se vuelva call girl y cuente su historia”, postuló en 1959, en su habitual retórica misógina. Mailer protagonizó con activistas feministas y escritoras como Susan Sontag, Cynthia Ozick y Diana Trilling un célebre debate en el Town Hall de Nueva York, en 1971, retratado en el divertido documental Town Bloody Hall (que se puede ver en YouTube). Se casó seis veces y tuvo nueve hijos; en noviembre de 1960, Mailer apuñaló a su segunda esposa, la escritora y artista Adele Morales, que escribió sobre esa relación en La última fiesta (que la autora firmó con el apellido del exmarido).
En 1973, ya consagrado con La canción del verdugo (con el que ganó su segundo Pulitzer) publicó una biografía de Marilyn Monroe tan exitosa en términos comerciales como especulativa e irreal en cuanto al contenido; por las críticas que recibió, tiempo después esbozó su autodefensa ante una ficticia “corte literaria”. Mailer sabía ser juez y parte del acontecimiento. A mediados de este mes se publicó en Estados Unidos una nueva biografía sobre el escritor, Tough Guy: The Life of Norman Mailer, de Richard Bradford.
Today, @GeneMeyer reviews Richard Bradford's thorough, scathing TOUGH GUY: THE LIFE OF NORMAN MAILER (@BloomsburyPub): https://t.co/2GBX9siqYG pic.twitter.com/lB4URLSbfi
— Washington Independent Review of Books (@WIRoBooks) January 25, 2023
En 1986, mientras presidía el Centro PEN Internacional, organizó en Nueva York un megaevento al que asistieron, entre otros, Joseph Brodsky, Günter Grass, Amos Oz, Mario Vargas Llosa, Toni Morrison, Susan Sontag, Wole Soyinka, Salman Rushdie y Saul Bellow; a Mailer se le ocurrió invitar a George Shultz, secretario de Estado de Ronald Reagan, que fue abucheado por los participantes debido a la política exterior de Estados Unidos (Mailer alegó que convenía contar con el auspicio del Departamento de Estado). Fue uno de los primeros escritores reconocidos en apoyar a Rushdie cuando el ayatolá Jomeini pidió a los “valientes musulmanes” que asesinaran al autor de Los versos satánicos.
Tras la huella de Ernest Hemingway, su modelo literario y al que irónicamente nominó como candidato a presidente de Estados Unidos (por el Partido Demócrata), el autor de Los tipos duros no bailan fue un escritor exigente consigo mismo y, a la vez, un lector y crítico poco condescendiente con la obra de sus colegas en sus columnas en The Village Voice (que cofundó con Ed Fancher, Dan Wolf y John Wilcock), Esquire o Parade.
“Uno no puede esperar una actuación objetiva cuando un novelista critica la obra de otros novelistas -advirtió-. Es mejor darse cuenta de que un grupo de hombres que son hasta cierto punto honestos y en otro sentido engañosos (con el lector, o consigo mismos, o con ambos) están siendo juzgados por uno de sus pares que comparte en líneas generales las proporciones de integridad y fingimiento, y es probable que tenga el interés creado más intenso en hacer avanzar la reputación de ciertos escritores mientras hace todo lo que puede para disminuir la de otros”. ¿Qué opinaba Mailer de otros novelistas estadounidenses?
Mark Twain
Supongo que soy el lector número diez millones que dice que Huckleberry Finn es una obra extraordinaria. De hecho, por todo lo que sé, es una gran novela. Fallida, extravagante, despareja, no está por encima de golpes bajos y de hacer efectivos demasiados cheques (rara vez está por encima de ordeñar su propio humor): de todos modos, ¡qué libro tenemos aquí! Tuve la más curiosa sensación de entusiasmo. Después de un momento, comprendí el marco peculiar de mi atención. ¡El libro era tan actual! No estaba leyendo a un autor clásico tanto como mirando una obra nueva que un editor me había enviado en pruebas de galera.
Ernest Hemingway
Parece más o menos evidente que los hombres que han convivido mucho con la violencia suelen ser más amables y más tolerantes que los que la aborrecen. Los boxeadores, los toreros, gran cantidad de soldados, los héroes de Hemingway en suma, casi siempre son hombres muy amables. Y no porque hayan leído a Hemingway. Eran amables mucho antes de que naciera Hemingway. Sucede que este fue el primer escritor que observó esa repetición y la respetó profundamente.
Jack Kerouac
A Kerouac le falta disciplina, inteligencia, honestidad y un sentido de la novela. Los ritmos son erráticos, el sentido del carácter es nulo, y es tan pretencioso como una puta rica, tan sentimental como un chupetín. Sin embargo, creo que cuenta con un talento importante. Su energía literaria es enorme, y ha tenido una mirada bastante salvaje para acompañar a sus instintos y convertirse en la primera figura de una nueva generación. En su mejor nivel, su amor por el lenguaje tiene un fluir extático. Para juzgar su valor es mejor olvidarse de él como novelista y verlo, en cambio, como un “action painter” o un bardo.
James Jones
Sentía entonces y puedo seguir sintiendo hoy que De aquí a la eternidad ha sido la mejor novela norteamericana desde la guerra, y aunque está cargada de defectos, ignorancias, y un manchón de sentimentalismo, también tiene la fuerza de pocas novelas que uno pudiera nombrar. Lo que era único en Jones era que había salido de ninguna parte, autodidacta, un cabezahueca con sus faltas, pero era el único de nosotros que tenía las entrañas de cervecero para una pelea con vidrios rotos. Lo que hay que decir a continuación es triste, porque Jones se ha vendido malamente con el paso de los años. No hay un hombre vivo al que no pueda encantar si decide hacerlo, y la conexión de ese don con el éxito enorme lo hicieron un esclavo de nuestro tiempo, porque le puso las esposas al rebelde que había en él.
Saul Bellow
Bellow tiene un don solitario, pero es un don. Creo más probable que escriba clásicos antes que novelas mayores, que es un modo de decir que les dará un placer intenso a lectores particulares a lo largo de los años, pero no es muy probable que capte el carácter de nuestra época y lo cambie.
James Baldwin
Nadie tiene más elegancia que Baldwin como ensayista, ninguno de nosotros ha dejado de aprender algo de él sobre el arte del ensayo, y sin embargo Baldwin ni siquiera puede encontrar una prosa adecuada para su novela. Tal vez la forma no sea para él. Sabe lo que quiere decir, y eso no es lo mejor para escribir una novela. Las novelas avanzan mejor cuando descubres algo que no sabías que sabías. La experiencia de Baldwin ha conformado su lengua hacia lo directo, la urgencia; la defensa honorable sería decir que no tiene tiempo ni paciencia para crear los personajes, el medio y el ánimo para la revelación de complejidades importantes que él ya ha clasificado en su mente.
Henry Miller
Si hubiera seguido siendo el protagonista que presentó por primera vez en Trópico de Cáncer -el hombre con hierro en el falo, ácido en la mente, y algún tipo de incomparable libertad implacable en el corazón, esa paradoja de dura miseria y aguda felicidad, ese conocedor del espectro de olores entre las buenas cloacas y las malas cloacas, esa rata noble persistiendo en la existencia e imposible de matar-, entonces, por cierto, podría haber sido una leyenda, una especie de Bogart parisién o Belmondo norteamericano. Todos habrían querido conocer a este poeta-gángster, o bárbaro-genio. Habría sido el equivalente norteamericano y heterosexual de Jean Genet.
John Updike
Corre, Conejo se mueve en chorros bien modulados, precisamente en esos lugares donde el estilo disminuye hasta ser casi un murmullo de dama y los personajes ocupan la escena. El problema de John, como el de muchos buenos escritores jóvenes antes que él, es que no sabe exactamente qué hacer cuando la acción decae, así que cultiva su vicio privado, escribe. Y así aparecen largas descripciones recargadas de sintaxis exacerbada, criptas desprovistas de aire de cuatro o cinco páginas, enormes esfuerzos interiores que recuerdan a los levantadores de pesas; un sudor rancio y dulzón se adhiere a sus frases.
Bret Easton Ellis
Es un escritor cuyo sentido del estilo está construido sobre la convicción literaria (interesada, para muchos talentos limitados) de que no debe de haber una sola nota falsa. En consecuencia, muchas veces no hay notas suficientes. Hasta en escritores tan espléndidamente precisos como Donald Barthelme, tan resonantes con la pena recordada como Raymond Carver, o tan ajustados como Anne Beattie, a menudo no hay notas suficientes. Un libro puede sobrevivir como un clásico incluso cuando ofrece demasiado poco -El gran Gatsby es el ejemplo principal para siempre- pero, por otra parte, Fitzgerald estaba escribiendo sobre los asesinatos más lentos de todos, la exclusión social, mientras que Ellis cree que está lo bastante cerca del terreno de Dostoievski como para citarlo en el epígrafe.
Jonathan Franzen
Es muy buena como novela [Las correcciones], realmente muy buena, y sin embargo muy desagradable ahora que se asienta en la memoria, como si uno hubiera estado usando la misma ropa durante muchos días. Franzen escribe soberbiamente bien frase a frase, y sin embargo uno no está feliz con el logro. Está demasiado lleno de lenguaje, así como los nuevos ricos están demasiado llenos de dinero.
Fragmentos tomados de Fuera de la ley. Los mejores ensayos (Emecé), traducción de Elvio Gandolfo
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