Norah Borges, una pintora alegre: la cazadora del pájaro y la rosa, en Bellas Artes
Óleos, dibujos, grabados y documentos diversos: unas doscientas obras provenientes de manos privadas conforman el debut en el museo más importante del país de la artista, hermana de Jorge Luis
La alegría no se puede impostar, no admite artificio. El artificio sería una forma de la captatio benevolentiae, la perversión de la alegría, hacerse el simpático en el rictus o en el color. La alegría no es lo mismo que la felicidad, pero puede ser aún más insondable. Casi todos hacen arte con la tristeza –por simple compensación–, pero muy pocos introducen en el mundo una alegría desprovista de frenesí, una alegría quieta. Norah Borges supo casi enseguida que había sido elegida para integrar la fila de estos últimos, junto con Giotto, Masolino y Natalia Goncharova. En "Un cuadro sinóptico de la pintura", esa especie de manifiesto que publicó en 1927 en la revista Martín Fierro, Norah ya lo dijo todo: "Solo puede dar alegría la representación de un mundo perfecto donde todo esté ordenado, de contornos nítidos, de colores limpios, de forma definidas y de detalles minuciosos hasta la exaltación". Hay además un correlato del color: rosa y limón, rosa y verde veronés, rosa y salmón. La rosa se pinta rosa. Nunca se alejó de ese programa, que adoptó enseguida después de un flirt con las anfractuosidades del expresionismo, compartidas en la década de 1910 con su hermano Jorge Luis.
La pintura de Norah Borges parece surgida de una vez y para siempre: sin evolución, sin cambios, inalterada e inalterable, alegre, con la serenidad de quien vive en la eternidad.
Más de dos años le llevó al curador Sergio Alberto Baur reunir las 200 pinturas, dibujos, grabados y objetos (fotografías, revistas, libros) que integran "Norah Borges. Una mujer en la vanguardia", muestra que desde hoy puede visitarse en el Museo Nacional de Bellas Artes y que descifra esa condición de inmovilidad. Es la primera exposición de la artista en el museo y podría ser también la primera de una mujer en el pabellón temporario. Baur explica que, dado que Norah era reticente a vender y también a exponer, la mayoría de los trabajos están en manos privadas, a las que llegaron por simple círculo amical.
El nombre de la muestra tiene un matiz que no puede pasarse por alto: no es una mujer "de" la vanguardia, sino "en" la vanguardia. El pasaje por el ultraísmo, que compartió con su hermano (ahí está la ilustración para Fervor de Buenos Aires) y con Guillermo de Torre, quien sería después su marido, resultó decisivo, pero fue nada más que un pasaje. Tampoco faltó a la cita de Sur, y ahí están también sus ilustraciones para el número 1. Norah participaba de este mundo, pero habitaba otro.
Jorge Luis no pasó por alto que Norah padeció la desdicha de no haber sido nunca contemporánea: "Cuando en la década del veinte regresamos a Buenos Aires, los críticos la condenaron por audaz; ahora, abstractos o concretos –las dos palabras son curiosamente sinónimas–, la condenan por representativa".
Como todo artista en serio, ella no hacía nunca lo que se esperaba que hiciera un artista. Ni las peripecias estéticas ni las políticas –que incluyeron el mes de cárcel en el Buen Pastor por cortesía del régimen peronista– lograron modificar una manera no del todo terrena de contemplar las cosas.
Las once estaciones
Nunca hasta ahora se tuvo una imagen tan cabal de la artista. La exposición se despliega en once estaciones: "Infancia", "Norah, una artista ultraísta", "Norah Borges en la vanguardia" I y II, "Cartografías", "Quintas y viaje a España", "Norah ilustradora", "Españoles de tres mundos", "Salas de pintura y dibujo", "Norah por Jorge Luis Borges" y "Manuel Pinedo: Norah Borges crítica de arte en los Anales de Buenos Aires". Es una estratificación necesaria, que sin embargo, en lugar de insinuar diferencias, revela una unificación inusitada. Lo apuntó Alfonso Reyes en el poema que le dedicó ("Norah jugando a las estrellas"): "Apenas cazadora/ del pájaro y la rosa/ en una raya sola/ enreda cada cosa". Un ejemplo, entre muchísimos de esa convergencia: cuando firma sus críticas en la década del 40 como Manuel Pinedo (otro acierto de esta muestra) y dice de Guillermo Butler que "no necesita pintar temas religiosos para expresar su estado angélico", ¿no habla de sí misma?
Igual que la de Fra Angélico, especie de pariente muy cercano, la pintura de Norah Borges renunció a la exhibición de las contraseñas más evidentes de la pintura moderna, cuyos problemas y soluciones –admiradora sin reticencias de Picasso, que conocía en profundidad– para entregar un fervor que parece desasido de consideraciones técnicas. Esto es cierto en parte, y quien vea en esta muestra del Bellas Artes los bocetos de algunas pinturas también expuestas se dará cuenta de que el fervor puede interiorizar una calculada planificación. Basta comparar su La anunciación (1943), esa pintura que Jorge Luis Borges tenía en su departamento de la calle Maipú, con la Anunciación de Fra Angélico. El decorado cambia, pero no el fervor, y sabemos por su hermano que Norah prefirió siempre el Nuevo Testamento al Antiguo.
Listas y cartografías eran parte del plan. Toda su pintura es un gran catálogo: los herbarios (como ese de 1928, autorretrato con Guillermo de Torre), las quintas, los ojos oblicuos, las azoteas, las aldabas: son casi personajes que van y vienen, y nunca declinan.
En un artículo que la nacion publicó en febrero de 1935, Gabriela Mistral reparó en esa singularidad de su poética que jamás la abandonó. Si se pasa por alto alguna indicación temeraria –por ejemplo, que las aulas escolares, en lugar de por los retratos de próceres, estén decoradas con trabajos de Norah–, Mistral da en el blanco: "No ha visto más niños que yo, pero al revés de mí, los miró solo a ellos y cortó los demás bultos del mundo como sobras. No va a ver sino niños hasta que se muera, y llegará a la otra vida contando un curioso planeta de su invención, en el que nadie maduró averiándose ni se pudrió nunca."
La constatación de Mistral tiene una validez que sobrepasa la representación de la infancia. Del mismo modo que esos niños se sitúan en un umbral indecidible que lo angélico y la niñez, los objetos mismos son redimidos por esta pintura. Cuenta Estela Canto en el impúdico Borges a contraluz que un día, ante una fuente de puchero, Norah dijo: "¡Qué lindo! ¡Parece basura!". Para ella, hasta la basura podía convocar la atención. Esto está reservado a poquísimos, porque son poquísimos los artistas en estado de gracia.
Las balaustradas se repiten también en sus pinturas, como en "Montevideo", el óleo de 1922. Pueden ser repeticiones de las balaustradas de la casa de la calle Quintana, donde vivió con su hermano. Pero las balaustradas de las pinturas son y no son esas. Son balaustradas ya ideales, puestas a salvo del tiempo. Ramón Gómez de la Serna, que conoció a Norah desde siempre, en la monografía que publicó en 1945 dio de su pintura una definición definitiva: "Un amanecer que llega incorruptible hasta la mañana siguiente".
Retrato de Norah Borges
La artista
Buenos Aires, 1901-1998. En contacto con la vida literaria de su tiempo, ilustró libros de su hermano, Jorge Luis Borges; de Victoria y Silvina Ocampo; Julio Cortázar, y Adolfo Bioy Casares, entre otros.
La muestra
"Norah Borges. Una mujer en la vanguardia", curada por Sergio Baur, podrá visitarse desde hoy hasta el 1º de marzo de 2020, en el pabellón de exposiciones temporarias del Museo Nacional de Bellas Artes.
El museo
El MNBA, en Av. del Libertador 1473, abre de martes a viernes, de 11 a 20, y los sábados y domingos, de 10 a 20. La entrada para esta muestra es gratuita para argentinos y residentes, y cuesta $200 para los turistas.
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