Borges y Kodama, en la primera línea del último libro de Han Kang
A partir de la ceguera, en “La clase de griego”, bellísima novela corta sobre la pérdida y la conexión humana, la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2024 exhibe su admiración por el escritor argentino
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“Borges le pidió a María Kodama que grabara en su lápida la frase ‘Él tomó su espada, y colocó el metal desnudo entre los dos’. Kodama, la hermosa y joven mujer de ascendencia japonesa que fuera su secretaria, se casó con Borges cuando este tenía ochenta y siete y compartió los últimos tres meses de la vida del escritor. Ella fue quien lo acompañó en su tránsito postrero, que acaeció en Ginebra, la ciudad donde el escritor pasó su infancia y donde deseaba ser enterrado.
Un crítico escribió en su libro que esa breve frase grabada en su lápida representaba “el filo acerado”. Sostenía que esa imagen era la llave que permitía el acceso a la obra de Borges, que esa espada separaba la literatura realista anterior de la escritura borgiana. A mí, en cambio, me sonó más a una confesión personal y callada.
La breve frase es la cita de un antiguo poema épico nórdico. La primera y asimismo última vez que un hombre y una mujer pasaron juntos la noche, una espada colocada sobre el lecho separó a ambos hasta la madrugada. ¿Qué otra cosa pudo ser ese “filo acerado”, sino la ceguera que aquejó a Borges en sus últimos años y lo aisló del mundo?”
Aunque he estado alguna vez en Suiza, nunca he ido a Ginebra, pues no me apetecía visitar la tumba de Borges para verla con mis propios ojos. En su lugar, recorrí la biblioteca de la abadía de San Galo, que de seguro había provocado en el escritor argentino una fascinación sin límites si la hubiera conocido. Hasta me parece sentir en este momento la aspereza de las zapatillas de fieltro que nos hicieron calzar para proteger el suelo de madera de mil años de antigüedad. Luego tomé un barco en el embarcadero de Lucerna, que navegó por el lago hasta el atardecer bordeando la costa de los valles alpinos cubiertos de nieve.
No tomé fotos en ningún sitio. Los paisajes quedaron impresos en mis retinas. La cámara no puede registrar los sonidos, olores y texturas, pero estos se grabaron con todos sus pormenores en mis oídos, nariz, cara y manos. En aquel entonces, la espada no me separaba todavía del mundo, así que me bastó con eso.”
Así comienza La clase de griego (Random House, $15.699), el último libro de la inesperada ganadora del Premio Nobel de Literatura 2024, la escritora coreana Han Kang, de 53 años. Una novela que se enfoca en la pérdida, la oscuridad y el silencio, tanto como en la conexión humana.
En menos de doscientas páginas, la escritora coreana cuenta la historia de una mujer que asiste a clases de griego antiguo en Seúl, una joven que perdió (por segunda vez en su vida) la capacidad del lenguaje y que tiene la esperanza en recuperarlo aprendiendo una lengua muerta: el griego de Platón. Otra es la pérdida que atraviesa su profesor, un hombre que acaba de volver al país, Corea, tras varios años en Alemania: su vista se va desmejorando con el correr de los días, en una ceguera progresiva e irreversible.
“De sus respectivos defectos surge una frágil historia de amor”, señaló hoy la academia cuando reparó en este título y en esa capacidad de Han para establecer conexiones entre el cuerpo y el alma. “El libro es una hermosa meditación sobre la pérdida, la intimidad y las condiciones últimas del lenguaje”.
La propia Han había contado la escena que fue el germen de este trabajo: imaginó un lugar oscuro sin otro medio de comunicación más que una mano con uñas muy cortas que escribe en la palma de otra mano. “Un momento táctil, de sensaciones, en el que se siente lo caliente y lo suave”, había dicho al diario español La Vanguardia, con voz suave y muy baja, cuando presentó su novela en Madrid.
Como si fuera otra ironía del destino, Borges, que nunca ganó el Nobel -una historia ya contada y con varias hipótesis largamente exploradas- aparece ahora como primera palabra en la línea inaugural del último libro de la flamante premio Nobel. Y no solamente el gran escritor argentino abre ese capítulo que captura al lector con una historia plena de sentimientos y lucidez (la Argentina hace su cameo como país donde vive parte de la familia de la protagonista). Luego Han se referirá, por ejemplo, a la edición de bolsillo de una conferencia sobre budismo que dio Borges y que una vez el protagonista encontró sin querer en una librería y a la que volvió con sorpresa y profundidad en los años en los que vivió en Alemania: ese fino libro de color verde, con las frases de Borges subrayadas (”El mundo es una ilusión y la vida es un sueño”, se convierte de algún modo en leit motiv), le devuelve al profesor de griego una revelación a partir de sus propias anotaciones al margen, en las que responde a aquella aseveración: “¿Cómo puede ser un sueño si mana la sangre y brotan las lágrimas calientes?”. Más adelante volverá a acudir a su admirado escritor argentino -cuya obra sacó a la coreana de un bloqueo creativo en un momento en que no podía leer más ficción que la del autor de El Aleph-, cuando precise ajustar una definición sobre el tiempo, un factor que apremia en el mutismo de ella y más aún en la ceguera de él: “Un fuego que me consume, lo llamó Borges”.
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