Newton y los caminos de la vida
No viene al caso el porqué de los siguientes párrafos, pero a buen entendedor pocas palabras bastan. Tengo suficientes años para saber qué es eso de ir a la escuela, al colegio y a la universidad. Doy clases, además, y desde hace mucho; empecé en 1990 en el Ciclo Básico Común. Sumé bastante millaje, digamos. Así que estoy enterado de que, salvo excepciones, hay varias destrezas con las que el niño, luego el adolescente y más tarde el joven argentino nunca tienen contacto. Ni siquiera saben que existen, para ponerlo simple y claro. Y me temo que esto no ocurre solo en la Argentina.
Por ejemplo, las personas que conducen un automóvil nunca han oído hablar de las leyes del movimiento de Newton. Cuando las explico en clase, hay una reacción de “ahora entiendo muchas cosas”. Lógico. Nuestra cotidianidad es newtoniana. Pero nadie se los explicó. Tampoco la Ley de Conservación de la Energía; ni idea de qué es.
Está lejos de mi intención el justificar con esto los accidentes espantosos, a veces del todo delirantes, que vemos a diario. Porque además de Newton está la ley de tránsito; si dice 100 kmph es 100, no 130. Y todos los que, tímidamente, intentamos respetar la ley conocemos la experiencia del bólido (bólido dije) que se te pega atrás haciendo luces como un desquiciado. Puedo entender que tal vez sufre una urgencia, pero la maniobra es violenta, prepotente y, a esa velocidad, muy peligrosa.
Lo que me lleva a la otra disciplina que, hasta donde sé, no se imparte de forma generalizada: la resolución de conflictos. En los últimos 15 años, las cámaras de seguridad y sobre todo los smartphones han ido poniendo en evidencia que cualquier tontería puede terminar no solo en una trifulca sino también en crímenes aberrantes.
Admitámoslo, hemos naturalizado el saldar los litigios con la violencia y la muerte. Eso es demasiado patológico para quedarnos de brazos cruzados. Aparte del ejemplo familiar, el de la clase dirigente y el de las instituciones, ¿no deberíamos enseñarles a los chicos a resolver los conflictos de una forma civilizada? No es tan difícil.
Retrocedo un poco, porque es menester. El ejemplo de los adultos es clave. Una mala educación no excusa ningún delito, pero los adultos somos responsables de crear un clima de época en la que la descalificación, la violencia, la impulsividad irreflexiva, el escrache y la cancelación del otro sean inaceptables. Es algo que las sociedades construyen voluntariamente; no surge de lemas, consignas y discursos, sino del ejemplo cotidiano.
Otra disciplina que es casi imposible de encontrar en los programas y que, por mi formación, tuve la fortuna de cursar en la universidad es la Lógica. Cierto, somos seres emocionales y sería imposible que un altercado conyugal se base en el clásico manual de Irving Copi. Pero cuando combinamos la argumentación falaz con el espíritu violento el resultado suele ser catastrófico.
Una cosa es discutir emocionalmente cosas del corazón; en ese caso, recurrir al la Lógica te convierte en el Señor Spock. Pero para todo lo demás, concluir que como todos los gatos son felinos, entonces todos los felinos son gatos (por citar solo una de las docenas de falacias que circulan) es muy riesgoso. El discurso político debería ser muy cauteloso en este sentido.
Y la última, al menos por hoy: priorizar. ¿Es muy loco pensar en que los chicos se ejerciten en situaciones en las que rápidamente deban establecer prioridades correctamente? Luego, en la vida, van a encontrarse con esa clase de escenarios todos los días, todo el día. ¿Y no deberían aprender también RCP? Sí, claro, a partir de cierta edad es prioritario.
Está muy bien todo lo que se les enseña, pero a veces, cuando veo las noticias, pienso si un poco de Física, de Lógica, de Negociación y de técnicas priorización en la escuela no nos ayudarían a vivir un poco mejor. Un poco, al menos.
Temas
Otras noticias de Manuscrito
Más leídas de Cultura
“Un clásico desobediente”. Gabriela Cabezón Cámara gana el Premio Fundación Medifé Filba de Novela, su cuarto reconocimiento del año
“Enigma perpetuo”. A 30 años de la muerte de Liliana Maresca, nuevas miradas sobre su legado “provocador y desconcertante”
“Me comeré la banana”. Quién es Justin Sun, el coleccionista y "primer ministro" que compró la obra de Maurizio Cattelan
Martín Caparrós. "Intenté ser todo lo impúdico que podía ser"