Música y artes visuales, en creciente sintonía
Ambas disciplinas se potencian en la creación de obras contemporáneas y en la programación de instituciones
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Están recostados sobre la arena, bajo el sol, durante unas vacaciones que podrían ser las últimas. “Este año el mar está verde como un bosque: ¡eutrofización!”, canta el coro integrado por quince personas, mientras el público observa desde un andamio ubicado a cuatro metros de altura. “Nuestros cuerpos están cubiertos de un vellón verde resbaladizo, nuestros trajes de baño se están llenando de algas”, continúa el elenco hacia el final de Sun & Sea, ópera-performance que representó a Lituania en la Bienal de Venecia en 2019 y se llevó el León de Oro al mejor pabellón.
Una gira global la trae ahora a Colón Fábrica, en La Boca, donde se podrá ver desde el jueves hasta el domingo próximos como apertura de la programación anual del ciclo Colón Contemporáneo. Es la segunda colaboración entre la directora de cine y teatro Rugilė Barzdžiukaitė, la escritora Vaiva Grainytė y la compositora Lina Lapelytė; su obra anterior, Que tengas un buen día!, fue otra ópera inspirada en las historias de un grupo de cajeras de un centro comercial. Apenas dos ejemplos del creciente cruce de disciplinas en el arte contemporáneo, en el que la música parece estar marcando el ritmo.
“Tenemos un método donde el texto, en lugar de ser palabra hablada, se convierte en una canción. La música de alguna manera permite a veces que las ideas se cuenten de una manera más ligera”, dice Lina a LA NACION. “Como algunos textos son más directos, si la melodía también fuera oscura recibirías un mensaje muy literal –agrega Vaiva–. Pero como la melodía es pop y las letras son más oscuras, se da un giro paradójico: la música aporta ironía, melancolía y un montón de emociones y mensajes secundarios”. Rugile añade que, a diferencia del teatro o la ópera, este tipo de trabajo interdisciplinario evita “todo tipo de jerarquías”.
Algo similar sucede con las colaboraciones que suelen realizar en conjunto Jorge Macchi y Edgardo Rudnitzky. La más impactante fue La ascensión (2005), instalación que representó a la Argentina en la 51ª edición de la Bienal de Venecia. Se trataba de una cama elástica cuya forma espejaba la del fresco ubicado justo encima, en el cielorraso de un antiguo oratorio. Los sonidos de los saltos de un acróbata sobre dicha estructura fueron incluidos en una composición para viola de gamba y percusión, que completaba la obra.
Experiencia cuasi mística
Una experiencia cuasi mística, parecida a la lograda por el chaqueño Juan Sorrentino el año pasado con su pieza A 8′ 18′' del sol. En Fundación Andreani, el artista sonoro montó un sistema de persianas metálicas que subían y bajaban a medida que el visitante avanzaba hacia un resplandor amarillo. Ese viaje, que duraba lo que tarda la luz del sol en llegar a la Tierra, era acompañado por una pieza de canto gregoriano escrita a partir de la antífona “O Pastor animarum” de Hildegarda de Bingen (1098-1179), una santa abadesa benedictina y polímata alemana que fue compositora, escritora, filósofa, científica, naturalista, médica, mística, líder monacal y profetisa.
Semanas atrás, Sorrentino volvió a sorprender en la galería Herlitzka & Co. con un concierto realizado con el músico Manu Schaller, en el marco de su muestra La música como epifanía del mundo. Exhibió allí hasta el martes una orquesta de “mancuspias”, esculturas sonoras realizadas con hierro y muebles reciclados. Desde la sede porteña de la galería The White Lodge tomará la posta en octubre el joven cordobés Santiago Viale, conocido por sus instalaciones que recrean sonidos de la naturaleza, con objetos que imitarán el sonido de un bosque.
Un repertorio de “boleros gays” fue interpretado en junio último por Roberto Jacoby –autor de letras de Virus, abocado de lleno a la música en los últimos años– y Nacho Marciano, cuando presentaron el disco Lastima en Ruth Benzacar. La misma galería reeditó en CD en el año 2000 El gusanito en persona (1968), de Jorge de la Vega, junto a su hijo Ramón, que el año pasado produjo un álbum homenaje con temas inéditos del artista disponible en Spotify.
“El arte contemporáneo no sería el mismo sin la influencia de la cultura pop y de la música pop”, opina Fernando García, experto en el cruce de ambas disciplinas, que convocó hace casi una década a músicos contemporáneos para reversionar temas de De la Vega en el Malba. Como curador de programas públicos del Moderno continúa ahora impulsando intervenciones sonoras curadas, como las que hizo también en el CCK y en Colección Amalita, y sueña con que el arte sonoro tenga su propio departamento en los museos. Su “faro” es el laboratorio de música del Instituto Torcuato Di Tella, hacia donde parece apuntar también la programación del flamante centro cultural ArtHaus.
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