Murió Pablo Larreta, escultor que integró invención y tradición
Nacido en 1938, era nieto del escritor cuya casa de Belgrano se convirtió en museo; en su jardín andaluz, donde jugaba de niño, se exhibe una escultura suya titulada “De reojo”
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“La muerte es un gran motor. Si uno pensara en el tiempo que va a estar muerto, se sacaría el polvo y se movería. Es muerte o actividad. La única que gana es la obra”. Ese concepto sobre el fin de la existencia compartía en 1987 en una entrevista con la revista D&D el escultor Pablo Larreta, fallecido el lunes de un infarto y sepultado ayer en el Jardín de Paz.
Entre las obras que lo sobreviven se cuenta De reojo (1990), escultura instalada de forma permanente en el jardín andaluz del Museo de Arte Español Enrique Larreta. Rodeada por palmeras y árboles de diversas especies en la casa que perteneció a su abuelo, y donde Pablo jugaba de chico. “Muchachos, hagan cosas”, solía decirles a sus nietos el destacado escritor, académico, diplomático y coleccionista.
Él obedeció. “Me contagió su entusiasmo, sus ganas, su capacidad de hacer”, confesó en la citada entrevista con María Amelia Torralba. Sus piezas realizadas en granito, mármol, madera, hierro y bronce, varias de ellas con piedras encontradas en la ciudad, se exhibieron también en muestras individuales y colectivas en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, el Centro Cultural Recoleta, el Teatro San Martín y el Palais de Glace.
Nacido en Buenos Aires en 1938, se dedicó primero a la fotografía y comenzó a esculpir en forma autodidacta en 1962. Admirador de Eduardo Chillida, Constantin Brâncuși e Isamu Noguchi, entre otros grandes artistas, recién comenzó a considerarse escultor a mediados de la década de 1970. Kive Staiff visitó entonces su taller con Jorge Michel y lo invitó a hacer una retrospectiva en 1975, en el hall del Teatro San Martín.
“Con sus mármoles de carrara, de pulidas superficies, trae a la memoria la escultura estatuaria griega arcaica y clásica, de concepción abstracta figurativa, obras que responden un concepto más tradicional dentro de la escultura moderna”, escribió el crítico Osvaldo Svanascini en ABC de las Artes Visuales en la Argentina (Artotal, 2008).
“Para trabajar la piedra, sigue utilizando una vieja idea de Miguel Ángel: sacar lo que sobra”, dijo Lalo Mir al presentarlo en 2009 en su programa televisivo La vida es arte. “Trabajar la piedra es trabajar con el deseo -dijo a continuación el artista en su taller de La Boca, donde trabajaba sin ayudantes desde la madrugada hasta la noche-. El trabajo en piedra es inmundo, malo, feo, doloroso, peligroso para la salud. Pero el deseo cambia todo”. Agregó que las esculturas “siempre salen distintas a lo que uno tenía pensado”, y justamente por eso lo atractivo de ellas es que representan “una permanente sorpresa”.
Una lima y un cortaplumas fueron las primeras herramientas con las que empezó a experimentar de chico. “Uno inventa todo lo que tiene por decir entre los 16 y los 20″, sostenía, convencido de la importancia de conservar la capacidad de sorprenderse. “Uno debe violentar y violentarse –le dijo a Torralba-. Para no hacer lo mismo. La salvación está en la invención medio loca”.
“Fue el escultor con más vocación que le conocido en mi vida -aseguró a LA NACION su colega y amigo José Piuma-. Trabajaba sobre todo con piedras graníticas, algunas de las cuales pesaban entre 15.000 y 20.000 kilos, y maderas muy duras. Era muy ilustrado y valoraba la escultura tradicional, tanto americana como europea y oriental. Decía que hacer una escultura era muy parecido a trabajar la tierra en el campo”.
Si bien tuvo tres hijos -Paula, Agustina y Diego, con Silvia Green-, fue pareja durante casi cuatro décadas de Carmen de Iriondo y se consideraba también padre de sus esculturas. “Reconozco mi envidia por la capacidad de gestar femenina –admitió-. Yo valoro el trabajo, es decir, la gestación”.
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