Murió en Nueva York Sonny Mehta, una de las últimas leyendas de la edición
No había segunda opción, ningún otro candidato posible. Esa fue la respuesta en 1987 del excéntrico Robert Gottlieb a S. I. Newhouse, entonces dueño del prestigioso sello Knopf y de la revista The New Yorker. Su sucesor al frente de la editorial debía ser un indio de 45 años no muy conocido en los círculos literarios neoyorquinos: Sonny Mehta.
Aquel fue el principio de una larga y brillante historia que concluyó el pasado día 30 de diciembre, a los 76 años, con el fallecimiento, a causa de una neumonía, de uno de los más grandes editores del mercado estadounidense, que supo mantener el prestigio y la calidad sin perder de vista el éxito comercial, que navegó las sucesivas fusiones y la formación de grandes conglomerados editoriales sin perder el norte y que supo ganarse el respeto y la admiración de sus colegas manteniendo su aura de misterio.
Después de 32 años al frente de Knopf, Mehta era una de las últimas leyendas de la edición. Creía en la promoción y en la literatura: la labor del editor era no solo trabajar con el autor, sino hacer que los libros llegaran a sus lectores potenciales. Unos meses después de llegar a Knopf, en los ochenta, logró que Gabriel García Márquez entrara por primera vez en la lista de best sellers en Estados Unidos con El amor en los tiempos de cólera, y en 2015 aún recordaba la importancia de aquel éxito y su primer encuentro con el autor en La Habana. Mehta tenía el aplomo para pujar y apostar, por libros y por su equipo: los editores debían despachar con él directamente y sin comité de por medio sus planes, y lo más importante siempre era la pasión que estaban dispuestos a ponerle al proyecto, porque editar un libro, sostenía, "es un trabajo largo". No temió tirar adelante con la polémica American Psycho, o mezclar en su catálogo a Alice Munro y otros ocho premios Nobel con autores de novela negra como Stieg Larsson o Jo Nesbo. "Mis debilidades son esas: Dashiell Hammett, Raymond Chandler y los ganadores de los Nobel" declaraba en una entrevista en 2015, al cumplirse el centenario de Knopf. Ajeno a cualquier fanfarronería, añadía casi excusándose: "Soy un lector compulsivo y no sé que haría si no estuviera leyendo, es un hábito terrible".
Discreto, tímido, irónico, cortés y distinguido, sus jerséis de cuello vuelto y vaqueros, sus chaquetas Nehru, le valieron un hueco en las listas de los hombres más elegantes. Pero Mehta trataba de esquivar el primer plano, no le gustaba llamar la atención, ni aceptaba asumir ningún tipo de protagonismo de puertas afuera. Ajai Singh Mehta nació en Nueva Delhi en 1942, hijo de uno de los primeros diplomáticos de la India independiente. Tras licenciarse en Cambridge, donde fue compañero de Germaine Greer —autora a quien encargó La mujer eunuco, uno de sus primeros grandes éxitos como editor—, se durmió la mañana en que debía hacer el examen para ingresar en el cuerpo diplomático indio y acabó trabajando en la editorial londinense Hart-Davis antes de dar el salto a un nuevo sello de bolsillo, Paladin, y luego a Pan, donde impulsó las carreras de un pujante grupo de jóvenes como Salman Rushdie y Julian Barnes. Su aterrizaje en Nueva York fue complicado y durante años se especulaba sobre su inminente cese. Pero el cosmopolita y sofisticado Mehta, que siempre mantuvo una casa en Londres, demostró que la loca idea de Gottlieb era un golpe de genio.
EL PAÍS.
Otras noticias de Arte y Cultura
Más leídas de Cultura
“Me comeré la banana”. Quién es Justin Sun, el coleccionista y "primer ministro" que compró la obra de Maurizio Cattelan
“Enigma perpetuo”. A 30 años de la muerte de Liliana Maresca, nuevas miradas sobre su legado “provocador y desconcertante”
“Un clásico desobediente”. Gabriela Cabezón Cámara gana el Premio Fundación Medifé Filba de Novela, su cuarto reconocimiento del año
La Bestia Equilátera. Premio Luis Chitarroni. “Que me contaran un cuento me daba ganas de leer, y leer me daba ganas de escribir”