Murió Mordillo, el famoso humorista gráfico sin fronteras
Con un solo libro publicado en la Argentina y una obra reconocida universalmente, Guillermo Mordillo hablaba siempre de pequeños "Buster Keaton" al referirse a sus míticos monigotes. La expresión hacía referencia a aquellos (siempre) narigones humanos, definidos por líneas negras y el blanco que los componía, que protagonizaron durante décadas su muda obra como humorista gráfico. Hoy, frente a la muerte en Mallorca del autor a sus 86 años, la referencia es clave para entender su enorme pisada en la comedia ilustrada, y mucho más allá.
La comedia muda de Mordillo y su enorme estela como autor fue reconocida en todo el planeta. Y eso queda en claro cuando se piensa que ha sido hasta siete veces publicado en China y lo fue incluso cuando su creación casi más famosa es una viñeta que ha sido leída y definida como una sátira contra el comunismo -y esa era la portada de uno de esos libros-. Así era el humor de Mordillo: feroz y troyano en su amabilidad, tremendamente quirúrgico para evidenciar el absurdo de nuestro literal lugar en el mundo, en el espacio, en las instituciones y en la comedia.
Cada una de sus páginas dejaba en claro que el hijo de inmigrantes españoles se había enamorado pronto en su vida de formas clásicas del cine y del dibujo (siempre hablaba que su intención de dibujar nace al ver Blancanieves en un cine en Buenos Aires). Y ese amor tomaba en su obra una forma purasangre, obsesionada con la capacidad de la caricatura de pisar, destruir y poner en evidencia la ridiculez del mundo. En ese sentido es donde Mordillo compartía un poder no tan oculto con su amado Keaton, ese ícono de la comedia muda que siempre ponía como su Norte. Algo que queda en claro cuando habla de lo que "buscaba" con su obra: "…alimentar la esperanza que alguna vez haya felicidad. Hago humor para no llorar".
Desde esa melancolía rebelde con una coda narigona de esperanza, Mordillo dibujaba hasta el final casi diez horas por día (decía dormir cinco o seis). Dibujaba desde sus jóvenes veinte años. Fue a los 23 cuando partió a Perú para, sin saberlo, nunca volver a vivir en Argentina, donde regresaba anualmente a sus cenas con colegas (en una de ellas aparece su vital importancia en la creación del Museo del Humor porteño y otras actividades vinculadas a celebrar autores del medio -algo que ya hacía en las pancartas de sus dibujadas hinchadas de fútbol en sus clásicos sobre el deporte-).
Fue esa vida trotamundos la que lo llevó a Estados Unidos (trabajó en animaciones de Popeye), a España, a Francia (donde vivió 17 años) la que le permitía esbozar ideas como: "En cualquier rincón, en cualquier lugar, ciudad del mundo, hay cosas increíbles que no son la Torre Eiffel. Es la gente."
Su dibujo, sus chistes, sus reconocidas animaciones o sus ilustraciones para tarjetas de celebración (su trabajo en París por 17 años) enseguida logró una personalidad que lo diferenciaba de otros artistas gracias a su composición de la página. Era clave en su ingenio la oposición que generaba en el papel entre esos humanos, todo blancos, orondos y bien definidos en su trazo, y su alrededor, que solía ser un espacio obsesivo en sus colores, en la forma en que era mostrado y en que se mostraba todo aquello que lo rodeaba.
Una cancha de fútbol construida en un único e infinito pilar de tierra, los cuellos de sus famosas jirafas como puente perfecto para todo lo que encierra un dibujo animado, un hombre parado con un fósforo en el medio de la nada; toda su obra es un ejemplo de su constante: "No solo estamos solos a nivel individuo: estamos solos, es decir, hasta ahora no sabemos si además de nuestro planeta hay mucho más. Y eso lo tengo muy en cuenta en mi obra."
Sus 2000 dibujos, con un promedio de 60 por año, publicados en lugares diversos (ninguno fue su mejor hogar tanto como la francesa Paris Match) y exhibidos desde la Argentina a Japón, son la prueba no solo de un genio a la hora del diseño de una página sino de un eslabón crucial de la comedia muda, ese arte que se silencia sin tener en cuenta su capacidad de compresión masiva de nuestro mundo. Mordillo decía creer que los animales hablaban entre sí y que tan solo no lo hacían delante nuestro porque, así, "no tienen que entrar al sistema". Eso fue Mordillo, un salvaje del humor que se escondía del sistema estando a plena vista, un humor que todo lo destruye mientras todo lo celebra, sean su objeto jirafas, deportes, instituciones o pasiones. Mordillo fue el mejor fósforo posible de la comedia muda gráfica.
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