Murió Luis Felipe “Yuyo” Noé, el gran maestro que encontró inspiración en el caos
Figura clave del arte argentino, el pintor murió hoy a los 91 años; en 2024 publicó un libro sobre el tema al que dedicó su vida y obra, que llegó a representar al país en la Bienal de Venecia
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“Es mi legado”, decía a LA NACION Luis Felipe Noé en octubre de 2024, cuando estaba por concretar un proyecto que le demandó cuatro años y medio de trabajo: la publicación de Asumir el caos. En la vida y el arte (El cuenco de plata), un libro de más de 500 páginas que elevó la lista de los que llevan su firma a casi una veintena. A abordar ese tema dedicó su obra –de arte y escrita- y más de seis décadas de su vida, concluida este mediodía, a los 91años, en su casa rodeado de sus hijos. Hace unos días, había sufrido un ACV.
“No le tengo ningún miedo a la muerte, pero le tengo pánico a la muerte en vida. Me refiero al Alzheimer, o a cosas peores incluso”, confesó al cumplir los noventa, que celebró disfrazado de cacique y rodeado de familiares, amigos, colegas y funcionarios en el Museo Nacional de Bellas Artes. Un festejo que inició en 2023 un año de homenajes, digno de uno de los protagonistas más queridos y respetados de la escena del arte argentino.
“Todos los días uno tiene una nueva experiencia. Pero la acumulación de experiencias hace que se destruyan entre ellas, y al final uno termina no siendo un hombre de experiencia”, reflexionó entonces, con su humor habitual, el hombre que integró el grupo Nueva Figuración; ganó importantes premios –entre los cuales se cuentan cuatro Konex, el Di Tella, el de Trayectoria del Salón Nacional y la Beca Guggenheim–; realizó más de cien exposiciones individuales y un vitral en el Hotel de Inmigrantes; representó la Argentina en la Bienal de Venecia y creó el Bárbaro, célebre bar que fue durante décadas un lugar icónico de la cultura porteña.
Una de las primeras experiencias que lo marcaron fue la biblioteca de su padre, Julio. Autor de la Antología de la poesía argentina moderna, director de la revista literaria Nosotros y secretario de la Asociación Amigos del Arte, influyó mucho en su vocación. En los libros descubrió lo que más le gustaba: la imagen. “Yo quiero ser pintor. Y si no, seré dibujante. Y si no, seré crítico de arte”, diría más tarde cuando frecuentaba las galerías de la calle Florida, cercanas a su hogar, donde su familia lo llamaba “Yuyo” desde pequeño.
Fue su padre también quien le exigió cursar el bachillerato y estudiar una carrera, pese a que él deseaba ingresar directamente en la escuela de artes. En la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires conoció a Nora Murphy, con quien se casó en 1957 y tuvo dos hijos: Paula, también artista, y Gaspar, reconocido cineasta. En 1955 abandonó la facultad y comenzó a trabajar en el diario El Mundo, donde comenzó a ejercer la crítica de arte. Después escribió sobre política en La Prensa, El Nacional y La Razón.

Como artista inició su formación en el taller de Horacio Butler, quien lo esperaba en la puerta de la galería Witcomb el 8 de octubre de 1959, cuando inauguró su primera muestra. “Llegué temprano por si no me gustaba –le dijo-. Pero lo estaba esperando para decirle que, haciendo lo contrario de lo que yo le enseñé, ha hecho una pintura que le ha dado muy buen resultado”. Ese día conoció también a tres colegas que se convertirían en grandes amigos: Alberto Greco, Rómulo Macciò y Jorge de la Vega.
Al poco tiempo decidieron trabajar juntos en un gran espacio que antes había ocupado la fábrica de sombreros de su abuelo. Por iniciativa de Noé nació allí la idea de crear un movimiento que superara la división entre abstractos y figurativos. La primera muestra, en 1961, se llamó Otra figuración. Entre los artistas que participaron se contó Ernesto Deira, quien más tarde integraría el grupo Nueva Figuración con Macciò, De la Vega y Noé. Luego de la exposición, los dos últimos se embarcaron hacia París.
“Me doy por artista de vanguardia, pero en realidad estoy vendiendo chocolates. El mundo contemporáneo es de rupturas”, le dijo entonces a De la Vega Noé, que acababa de hacer la exitosa Serie Federal. “Ahí empecé a asumir el caos, a hablar de caos -dijo en una entrevista con LA NACION-. Y a hacer cuadros bien de ruptura, como Mambo”. En 1963 ganó Premio Di Tella y se fue a Estados Unidos. Allí ganó la beca Guggenheim, realizó instalaciones y se quedó hasta 1968. También concibió Antiestética, libro que publicaría Van Riel en 1965.

A su regreso a Buenos Aires, distanciado de la pintura, decidió impulsar un bar “con un espíritu como los que había en Nueva York”. Con los aportes de una docena de socios en 1969 nació el Bárbaro, en la calle Reconquista, y luego se mudó al Pasaje Tres Sargentos. “En ese momento el bar de moda era el Moderno, que se había mudado y había entrado en una etapa que ya no era lo mismo –recordaba Noé-. Ahí aproveché el auge, y durante diez años vivió un tiempo extraordinario. Personalmente, yo estaba en cierta crisis”.

En 1971 comenzó a hacer terapia con Gilberto Simoes. Mientras hablaba, dibujaba. El resultado no sólo se convertiría en el libro En terapia, publicado en 2018 por Rubbers -galería que le dedicaba una muestra por año-, sino que le abrió el camino de regreso a la pintura. Coincidió con otro viaje: el exilio a París, como consecuencia de la dictadura en la Argentina. Él y Nora regresarían a Buenos Aires a mediados de la década de 1980, pero sus hijos se quedaron en Francia.

En 1983, tras la muerte de su padre, compró su casa en la calle Tacuarí. Allí comenzaría a dar clases, en las que estimulaba a sus alumnos a “lanzarse a la aventura”. En el Centro Cultural Borges dirigió Ojo al país, programa que consistía en organizar exposiciones de artistas de las provincias. Y más tarde La línea piensa, otro de dibujo que dirigió con Eduardo Stupía.

En 2009 le llegó una invitación que lo conmovió hasta las lágrimas: la del curador Fabián Lebenglik, para representar al país en la Bienal de Venecia. “Tenía muy poco tiempo –contó a LA NACION-. Hice un viaje para ver el espacio y dos obras enormes que considero bien importantes en mi proceso de evolución”.

En 2015, tres años después de la muerte de Nora, El Ateneo publicó Mi viaje/Cuaderno de Bitácora, dos tomos que juntos pesan cinco kilos. Uno compila su obra pictórica y el otro, testimonios y fotos de vida. Dos años después se inauguró la muestra Mirada prospectiva en el Bellas Artes, donde había hecho una retrospectiva en el 95. La curadora fue Cecilia Ivanchevich, que era colaboradora suya. Ella, junto con sus hijos y otras personas, lo estimularon a crear la Fundación Luis Felipe Noé, que conserva y protege su legado.
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