Murió Horacio González, exdirector de la Biblioteca Nacional y referente de Carta Abierta
El sociólogo y ensayista, de 77 años, estaba internado desde hacía un mes por coronavirus; estuvo al frente del espacio que nucleó a intelectuales kirchneristas y dirigió la Biblioteca entre 2008 y 2019, en una gestión que no estuvo exenta de polémicas
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Esta tarde, a los 77 años, tras una larga internación por Covid-19 que comenzó el 19 de mayo, falleció Horacio González. Durante esos días, en especial a través de las redes sociales de su mujer, la música Liliana Herrero, diversas personalidades de la cultura, políticos y antiguos alumnos habían manifestado su acompañamiento al sociólogo, docente, ensayista y gestor cultural. González fue uno de los principales referentes de Carta Abierta, espacio que nucleó a intelectuales kirchneristas entre 2008 y 2019, y dirigió la Biblioteca Nacional Mariano Moreno -con una gestión que no estuvo exenta de polémicas- entre 2005 y 2015. En febrero del año pasado había regresado a la Biblioteca, como responsable de su sello editorial.
Siempre cultivó cierta inclinación por los márgenes; una aproximación a lo popular que articulaba con una erudición afable, digresiva, heterodoxa. Quizás uno de los momentos más paradójicos de su vida haya ocurrido en diciembre de 2005, cuando asumió como director de la Biblioteca Nacional. La institución cuya histórica lista de directores se inicia con Mariano Moreno e incluye a Paul Groussac y Jorge Luis Borges es, desde ya, un espacio ligado a varios de los rasgos que marcaron sus inquietudes: la interrogación por el lenguaje, el laicismo, la ilustración como camino de emancipación personal. Pero también un ámbito que le impondría la lógica del funcionario: en tanto director de la Biblioteca terminó ocupando un lugar de poder.
Nacido en la ciudad de Buenos Aires en 1944, a principios de los años 60 ingresó en la carrera de Sociología (que por ese entonces funcionaba en la Facultad de Filosofía y Letras). A mediados de esa década se acercó a las Cátedras Nacionales impulsadas por Justino O’Farrell: un ámbito académico que impugnaba la tradición vinculada a la sociología de Gino Germani -considerada poco apta para pensar la realidad de los países periféricos- y reivindicaba la reflexión ensayística y el aporte de autores ligados al “pensamiento nacional” (Jauretche, Hernández Arregui, Scalabrini Ortiz).
El joven Horacio González llegó a tener un papel muy activo en estas Cátedras, que alternaba con la militancia barrial en una Unidad Básica de Flores, la bohemia contracultural porteña y una pasión por la lectura que marcaría toda su vida. “Era un personaje a lo Macedonio Fernández”, evocan amigos de aquel tiempo.
En cuanto a los posicionamientos políticos, en los años 70 participó en la Juventud Peronista Lealtad, una escisión de Montoneros que cuestionaba la lucha armada. Por aquel tiempo también fue nombrado profesor en la Facultad de Sociología. En ambos espacios despuntaba lo que sería su modo de estar en el mundo: el universitario de raíz barrial, el militante difícil de encuadrar con rigidez, el docente de gestos contraculturales. Un intelectual que defendía el pensamiento crítico sin apelar al marxismo o a los métodos de investigación de las ciencias sociales, sino inicialmente a la mixtura entre tercermundismo y nacionalismo que nutría las Cátedras Nacionales y luego al pensamiento de Ezequiel Martínez Estrada y el potencial interpretativo del ensayismo.
Tras el golpe de Estado de 1976 sufrió una detención en el Departamento Central de Policía, donde también estaban recluidos diplomáticos uruguayos y chilenos. Había estado detenido en otras ocasiones, pero esta experiencia lo impulsó a dejar el país e instalarse en Brasil. Allí se inscribió en la Universidad de San Pablo, donde obtuvo el doctorado en Ciencias Sociales con una tesis sobre Max Weber.
En los años 80 se vinculó al grupo de intelectuales y militantes que, tras el retorno de la democracia, trabajaban en la revista Unidos. También escribió para la revista El porteño. Luego regresó a la docencia (fue profesor titular en la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de Rosario y la Facultad Libre de Rosario), muchas veces tensando la clase tradicional hacia los límites de lo antiacadémico. En esos mismos años marcados por el retorno de la democracia, se unió a la cantante Liliana Herrero, con quien mantendría un vínculo de más de 30 años (Herrero y Florencia, la hija que González tuvo en una pareja anterior, fueron quienes estuvieron junto a él en los últimos días).
A principios de la década del 90 participó en la fundación de El ojo mocho, revista surgida en una cátedra de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, cuyos lineamientos editoriales se ajustaban uno a uno a los criterios de González: reivindicación del pensamiento no académico, recuperación de la tradición ensayística, discusiones sobre la cultura nacional. Por otra parte –y desde su mismo título-, la lateralidad de El ojo mocho proclamaba un contrapunto con la centralidad de Punto de vista, la revista dirigida por Beatriz Sarlo: tanto en el contraste de sus inscripciones ideológicas como en sus elecciones metodológicas y linaje intelectual, ambas publicaciones marcarían la dinámica del campo intelectual de aquellos años.
En 2004 y 2014 fue jurado del premio Konex a las Letras. En 2005 asumió la dirección de la Biblioteca Nacional, cargo que ocuparía hasta 2015. Uno de los primeros cuestionamientos que debió enfrentar fue el del historiador Horacio Tarcus, que en 2006 renunció al cargo de subdirector de la Biblioteca, disconforme con la prioridad presupuestaria que González otorgaba a las actividades de difusión cultural, en detrimento de la investigación y modernización bibliotecológica.
Quienes defienden su gestión señalan el impulso a las publicaciones de la BNMM, las reediciones facsimilares, compras como la colección de primeras ediciones de los libros de Julio Cortázar y la creación del Museo de la lengua, inspirado en el Museo de la Lengua Portuguesa de San Pablo.
Tanto desde su actuación al frente de la Biblioteca como desde su lugar de vocero del espacio Carta Abierta, su figura comenzó a tener mayor exposición mediática y no faltaron los episodios polémicos, como el que generó al cuestionar públicamente que la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires en 2011 estuviera a cargo del escritor peruano Mario Vargas Llosa.
“Vamos a votar a Scioli desgarrados y con cara larga”, aseguró –en una frase de enorme repercusión en los medios y las redes sociales–, cuando se preparaba el balotaje que, en 2015, enfrentó a Daniel Scioli, candidato por el FPV, con Mauricio Macri. Por aquel tiempo también aseguró: “A mí no me gusta ser funcionario, aunque lo encare con cariño.”
Al kirchnerismo le reconocía la capacidad “para acentuar la ontología plebeya del poder” y su enorme poder en tanto “productor de símbolos, fabricados con la materia visual emanada de la era comunicacional y de la industria cultural”. Lo que le reclamaría, en cambio, era la ausencia de una dimensión ligada a la palabra: “El kirchnerismo no tiene textos”, escribió en Kirchnerismo: una controversia cultural.
En una época signada por la polarización política y cultural, propios y ajenos le reconocían la actitud amable y la disposición a reconocer al otro. En 2014, tras la muerte de Tulio Halperin Donghi -figura emblemática de las élites intelectuales con las que siempre confrontó- escribió un artículo en Página 12 donde destacaba la altura intelectual del historiador fallecido.
Horacio González buscaba plasmar una nueva historiografía, pero no se adscribía a la mirada del revisionismo. Estaba profundamente interesado en el lenguaje, aunque su pensamiento era la antítesis de la sistematicidad del lingüista. Poseía un estilo que combinaba la reflexión original y asistemática con una escritura por momentos opaca, profusa en analogías, giros retóricos y juegos lingüísticos.
Entre los libros que publicó se cuentan La ética picaresca (1992), La realidad satírica. Doce hipótesis sobre Página/12 (1992), Arlt: política y locura (1996), Retórica y locura. Para una teoría de la cultura argentina (2003), Paul Groussac: La lengua emigrada (2007), Kirchnerismo, una controversia cultural (2011), Lengua del ultraje. De la generación del 37 a David Viñas (2012) y la novela Besos a la muerta (2014).