Murió el poeta y editor Lawrence Ferlinghetti, el padrino del movimiento Beat
WASHINGTON.- Lawrence Ferlinghetti, popular poeta y editor aventurero, que convirtió su legendaria librería City Lights en lanzadera y guarida de la generación Beat, ha fallecido en su casa de San Francisco, un mes antes de cumplir los 102 años, debido a una afección pulmonar. El movimiento beat, germen de la contracultura y el hippismo, explotó en los años 50 y se rebeló (a ritmo de jazz, y a través de la experimentación libre y transgresora con las drogas, el sexo y la escritura) contra los dictados de los valores convencionales estadounidenses.
Ferlinghetti siguió activo hasta casi el final de su vida, pues, como dijo en una entrevista en EL PAÍS en 2016, no le gustaba la palabra jubilación. “Los escritores no se retiran hasta que no pueden sostener el bolígrafo”, defendió en aquella conversación, celebrada en el departamento en el que vivía desde la muerte de su esposa en 1976, en una casa georgiana de North Beach.
A las puertas de aquel barrio se levanta su librería City Lights, que sigue siendo visita obligada de lectores de todo el mundo, así como sede de la pequeña editorial aún activa después de más de 60 años. Allí se celebró, el 24 de marzo de 2019, una fiesta por el 100 cumpleaños de Ferlinghetti. Casi ciego, el padre espiritual de la generación beat no podía leer ya y prefirió no acudir. Quiso que otros celebraran por él, aunque tenía cosas que celebrar, como la publicación de una pequeña novela autobiográfica, Little Boy, sobre un niño que en la primera línea describe como “bastante perdido”.
Así fue el niño Ferlinghetti. Nació en 1919, al terminar la Primera Guerra Mundial. Su padre, inmigrante italiano que montó un pequeño negocio inmobiliario, murió al poco de nacer él. Antes de que el pequeño cumpliera dos años, su madre fue internada en un hospital psiquiátrico, y el futuro poeta fue criado por una tía lejana, pasó por un orfanato y después fue acogido por una pareja rica que vio potencial en aquel crío. Una niñez con tintes dickensianos que contribuyó a su tendencia adulta a salir en defensa de los perdedores.
Criado en Nueva York, curiosamente no tuvo relación con los que serían los grandes escritores beat de la Costa Este hasta que en 1951 atravesó el país y abrió City Lights en San Francisco. Aquella librería se convirtió en un imán de escritores. Mayor que ellos y partidario de un estilo de vida menos alocado, Ferlinghetti sin embargo acompañó, publicó y defendió a los grandes poetas beat. Montó una pequeña editorial en la que en 1956 publicó Aullido, el alucinógeno manifiesto antiestablishment de Allen Ginsberg, que se convirtió en biblia en verso de la contracultura. En 1957, debido sobre todo a las escenas de imaginería homosexual que contenía el libro, el editor fue arrestado, acusado de imprimir “escritos indecentes”. Tras un largo y mediático juicio, fue absuelto. El mundo descubría a Ginsberg y a la generación beat. Nacía la leyenda de Ferlinghetti.
Defensor de los márgenes más libres de la creatividad y alérgico al imperante conservadurismo puritano, la lucha contra la censura fue uno los grandes logros de Ferlinghetti. Otro fue el inicio de una revolución en la edición independiente. Creada desde la nada, el mensaje de City Lights a los escritores radicales e innovadores era que no tenían que preocuparse si las grandes editoriales de Nueva York no les hacían caso.
También él mismo deja una importante obra como autor. Aunque los críticos no lo consideraron a la par con sus amigos, los grandes escritores beat, como Kerouac, Corso o el propio Ginsberg, escribió docenas de libros. Destaca A Coney Island of the Mind (1958), uno de los poemarios más exitosos de la literatura estadounidense, que ha vendido más de un millón de copias. De lenguaje directo, escrito para ser recitado con acompañamiento de jazz, el libro fue un hito en el viaje de la poesía a la calle.
Crítico desde la ironía con la cultura americana, en sus versos compara Los desastres de la guerra de Goya con las escenas de la segunda posguerra mundial en Estados Unidos: “Somos la misma gente / solo que más lejos de casa / en autopistas de cincuenta carriles / en un continente de hormigón / sembrado de insípidos carteles / que ilustran imbéciles ilusiones de felicidad”. El tiempo ha convertido a Coney Island of the Mind no solo en un título de gran importancia cultural, sino en un clásico de la poesía moderna.
De niño, la tía que se quedó a su cargo se mudó con él a Estrasburgo, donde aprendió francés antes que inglés. De regreso a Estados Unidos, la vida no fue fácil para los dos, hasta que ella encontró un trabajo de institutriz en la casa de Presley y Anna Bisland, en Bronxville (Nueva York). Estos asumieron la educación del pequeño Lawrence, que devoró los libros de la biblioteca familiar. Compaginó su gusto por la poesía épica con la prosa de las calles, que le llevó a pequeños episodios de delincuencia juvenil que acabaron con sus huesos en un estricto internado de Massachusetts. Ese cierto sentimiento de abandono influyó en sus gustos literarios.
Se licenció en periodismo y luchó en la Segunda Guerra Mundial, a bordo de un cazasubmarinos por el Atlántico Norte. Como soldado, viajó a Nagasaki poco después de que la bomba atómica Fat Man cayera sobre la ciudad japonesa. “Era como pisar un paisaje lunar. La devastación era absoluta. Ver aquello me convirtió instantáneamente en un pacifista”, recordaba en la entrevista en EL PAÍS.
Antes de mudarse a San Francisco, se graduó en literatura en Columbia y acudió a la Sorbona como tantos bohemios de posguerra. “Si acaso, fui más el último de los bohemios que el primero de los beat”, dijo a The Guardian en 2006. “Pero de alguna manera, lo que de verdad hice fue cuidar de mi tienda”.