Murió el diseñador Sergio de Loof, príncipe y mendigo del under de los 90
El diseñador y artista Sergio de Loof (Buenos Aires, 1962), artífice de la estética under de los 90, murió ayer en el Nuevo Sanatorio de Berazategui, donde estaba internado desde el 8 de este mes, cuando sufrió un shock séptico. Fue él mismo quien, ante severos problemas respiratorios, pidió ese viernes una ambulancia desde su casa en Hudson, donde vivió en los últimos años junto con sus padres Enrique y Blanca, ya fallecidos. Con una muestra consagratoria montada actualmente en el Museo de Arte Moderno, ya había sido hospitalizado en la semana de Carnaval por un cuadro de EPOC agravado y complicaciones derivadas del VIH que contrajo hacia 1993. Aquella vez había sufrido una descompensación luego de una reunión en el museo y su internación coincidió con la de su padre, que murió el día que a él le dieron el alta.
La información fue confirmada a LA NACION por Laura Barrancos, histórica amiga y colaboradora de De Loof, que pasó por todos los lugares en los que De Loof transformó la noche de Buenos Aires en una obra de arte: El Dorado, Morocco y Ave Porco, entre otros.
"Sergio le tenía terror al olvido", decía su amiga Barrancos, que lo visitó en el hospital los últimos días. Su salud era frágil desde hace tiempo y su adicción severa al cigarrillo complicaba aún más las cosas. De Loof, que próximo 18 de septiembre hubiera cumplido 58 años, planeaba cerrar la muestra "¿Sentiste hablar de mí?" con una megafiesta en el Moderno, tal como lo había hecho en la apertura, en noviembre pasado, cuando se cortó el tráfico de la avenida San Juan para que la Banda Sinfónica de la Ciudad interpretara un repertorio especialmente seleccionado por él. La lista fue cambiada a último momento y De Loof se quejó airadamente, abandonando el lugar que tenía frente a la orquesta. Según Barrancos, la exposición lo había puesto de nuevo en la cresta de la ola y De Loof se sentía reconocido por eso, aunque era difícil cumplir con sus requerimientos. Al punto que, entre sus planes, estaba hacer un libro con la cantidad de cosas que el Moderno le dijo "no". En serio o en broma, manifestaba que era capaz de llenar 400 páginas con eso.
El sello del "Almodóvar argentino"
La obra de De Loof marcó la transición de un underground nihilista, como el de los 80, a la escena posmoderna de los 90, donde sobresalió como diseñador de modas y ambientes con un estilo que unía los extremos del rococó y el trash. "En el baño del Parakultural vi a un punk vomitar vino de cartón y dije basta, voy a dar de comer y tomar al menos vino de damajuana", había dicho en una de sus últimas entrevistas con LA NACION, hace poco más de tres meses, explicando la génesis de Bolivia, el bar de San Telmo cuyo nombre evocaba una de sus mayores obsesiones: el país del Altiplano y los colores de su fiesta indígena. De Loof empezó así a gestar un estilo de ambientación que se correspondía con el espíritu de sus desfiles, un aire glam en medio de la descomposición social que se resume en la muestra en uno de sus oxímoron pintado en una pared "verde pensión": Haute trash (algo así como "Alta basura"). De esa sensibilidad salieron pintores (Nahuel Vecino), nuevos espacios (Belleza y Felicidad) y un grupo de rock como Babasónicos, su fermento más masivo y pop.
De Loof era una especie de príncipe mendigo que pasó los últimos años como un clochard, buscando apoyo económico para sus desmesurados proyectos. Artistas plásticos cercanos donaron obra para una especie de subasta en la galería Cosmocosa, donde se juntaron 26 mil dólares y, luego, Amalia Amoedo le organizó la muestra "Trucha", con la que sumó 30 mil dólares más. Todo estaba destinado a un nuevo lugar que De Loof llamaba La Guillotina y que definía como "una obra de arte en la que pudieras sentarte a comer una papa hervida". La idea no llegó a concretarse.
De Loof participó también en una especie de reality show que se filmó en el Hotel Copacabana de Río de Janeiro y cuyo estreno está previsto para la edición 2020 del BAFICI. La película se llama "Copacabana Papers" y fue dirigida por Fernando Portabales. Acaso sea el canto de cisne de alguien que se llamaba a sí mismo el "Almodóvar argentino" y que puso en acto la sentencia del Indio Solari: "El lujo es vulgaridad". Si bien la obra de De Loof tuvo un carácter efímero, la Fundación IDA tiene a su cuidado el acervo del artista desde 2014. Se trata de VHS, fotografías, cuadernos y otros materiales que estaban en condiciones deplorables y ya fueron restaurados.
Presente en todo momento durante su internación, Barrancos dijo que De Loof "fue un maestro que hizo brillar la pobreza de cada uno de nosotros que fuimos la generación que pateó el tablero". Vaya si lo llora la noche de Buenos Aires.
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