Esta madrugada falleció a los 75 años el fotógrafo, artista y antropólogo argentino Carlos Bosch, uno de los mayores exponentes del fotoperiodismo argentino. Hizo de la noticia cotidiana un arte por el que no dudó en arriesgar su vida y comprometer su alma. Su obra se conserva en la Bibliothèque National de Francia, el Chateau d’eau de Toulouse, el espacio Memorial Democratic de Barcelona, la colección de Sam Wagstaff en Nueva York y el Museo Nacional de Bellas Artes en Buenos Aires.
Bosch estudiaba antropología en Córdoba cuando alguien puso en sus manos una cámara Contax junto a unas indicaciones en un papel, y le encomendó registrar un trabajo práctico. Después, se formó en artes plásticas y cine, pero dedicó su vida a la fotografía, de la que fue maestro.
Estudiaba pintura con Demetrio Urruchúa, en 1968, cuando Bosch planteó que mejor que un mural era una foto para retratar una injusticia social. No quería que dijeran al pasar "qué lindo", sino "pobre pibe", y cambiar su situación. Urruchúa lo echó del taller y Bosch se convirtió para siempre en fotógrafo comprometido con su tiempo. "Le dedicaron un fascículo en la enciclopedia Pintores Argentinos. Pero era uno de los fotógrafos que más prometía", señala Ataúlfo Pérez Aznar, memorioso de la profesión.
Se formó como fotoreportero en la Editorial Abril, entre 1968 y 1975. Fue jefe de fotografía del diario Noticias (1973), donde compartió redacción con escritores como Juan Gelman, Rodolfo Walsh y Paco Urondo. La fotografía para Bosch era "testimoniar, construir memoria. Y para eso el fotógrafo siempre toma una posición que es política, moral o ética– dijo en una entrevista reciente–. Uno saca lo que piensa de la realidad y ahí yo soy muy cabrón porque más de una vez me ha pasado de tener que montar una escena". Si era necesario, podía desviar una manifestación feminista para que se leyeran mejor los carteles o, en Afganistán, ponerle en brazos un fusil Kalashnikov a una señora.
Con la Dictadura Militar, en 1976, se radicó en Barcelona, donde trabajó para medios como El Correo Catalán, Cambio 16, Primera Plana, Interviú, El País (Barcelona), y fue el cofundador de El Periódico de Cataluña. Fundó la primera Asociación de Reporteros Gráficos de Barcelona y se infiltró durante tres años entre los fascistas en Madrid para hacer un fotorreportaje (el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, en 2014, le dedicó una exposición a este trabajo). Registró la primera manifestación del orgullo gay, cubrió la invasión soviética en Afganistán e hizo reportajes en encuentros clandestinos con ETA. Fotografió a Salvador Dalí en la cama de un hospital. Logró una foto del rey Juan Carlos haciéndole morisquetas y fue uno de los últimos en fotografiar a Cortázar antes de que muriera en París. Vivió en Luxemburgo por años en una granja, y fue el primer hombre en cobrar un subsidio por maternidad cuando nació su tercera hija. Publicó sus trabajos en The Observer, El País y Sunday Times. A fines de los 90 se mudó a Madrid, donde fue subdirector de la agencia fotográfica Cover.
En 2007, volvió definitivamente a la Argentina, donde colaboró con medios nacionales y europeos, abrió El Taller Continuo de Imagen, generoso con sus alumnos, y se dedicó a desarrollar una obra autoral poderosa y libre de todo límite. Fue padre por cuarta vez a los 65 años.
En 2011, ganó el Primer Premio Adquisición del Salón Nacional de Artes Visuales en Fotografía. El artista Oscar Smoje fue gran amigo suyo desde los días de Editorial Abril, donde Smoje oficiaba de diagramador. A él le había dicho que iba a seguir mandando autorretratos al Salón Nacional hasta que le dieran el gran premio, "para no verlo más", molesto por haber recibido en 2015 una mención. Y así fue en 2016, cuando mereció el Gran Premio Adquisición por una imagen en blanco y negro donde se lo ve desnudo, envuelto en hierros, sobre un túmulo funerario. La obra es parte de la serie más impresionante de su último período: Los miedos. Bosch se retrató como protagonista de cada uno de sus temores más profundos: la cárcel, la pobreza, el geriátrico, el linyera, el Alzheimer, un ACV, la muerte... "Hay muchos fotógrafos que susurran, que son hermosos para ver y quedarse delante. Yo no susurro: intento gritar para comunicarme", dijo Bosch en el documental Sombras de Luz, estrenado en 2018.
"Fue un fotógrafo que amaba su profesión. Valiente, divertido, original, le buscaba la vuelta para comprometerse visualmente con la realidad, pero que al mismo tiempo buscaba no aburrirse ni caer en lugares comunes ni trillados", dice la investigadora Cora Gamarnik, que narra sus comienzos en el oficio en su libro El fotoperiodismo en Argentina, recién publicado por ArtexArte. Así lo define: "Tenía una mezcla de mirada experimentada y profesional con una mirada de niño siempre listo para una próxima travesura. Era un viejo niño que no perdía la capacidad de juego y de imaginación y que usó la fotografía para tener mil vidas".
Aunque no estaba bien de salud, durante la cuarentena por el coronavirus, Bosch se había sumado a la acción colectiva solidaria con la organización La Poderosa y había donado una imagen suya junto a otros 100 fotógrafos. Seguía muy ligado a la profesión. La Colección Pequeño Formato que edita Argra, le dedicó en 2015 la publicación en homenaje a un referente. "Es el único libro editado en la Argentina dedicado a su trabajo, que es inmenso, y no termina de hacerle honor. Generosamente nos abrió su archivo. Estamos muy dolidos por su partida", dice Diego Sandstede, responsable de la edición de ese volumen. En el prólogo, escribió el propio Bosch: "Básicamente intento que se repita en mis fotos el mismo proceso que en la vida, la existencia". Quedan por siempre sus imágenes.