Murió Beatriz Sarlo: la cultura argentina pierde a una de sus intelectuales más lúcidas, polemista temible y mediática
La desvelaba la literatura, pero fue la contundencia de su mirada política lo que en las últimas décadas la convirtió en una voz infaltable para el análisis de la agitada coyuntura argentina
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Esta madrugada, a los 82 años, Beatriz Sarlo murió a causa de un ACV. Tras la muerte de su pareja, el cineasta Rafael Filippelli, el año pasado, el ánimo y la salud de la intelectual se habían deteriorado y ella -una de las voces más lúcidas de la cultura argentina, respetada y, durante décadas, de alto perfil mediático- casi se había retirado de la vida pública. Su último libro publicado, a comienzos de este año, fue Las dos Torres (Siglo XXI), una compilación de ensayos y conferencias, algunos ya publicados y otros inéditos. A mediados de este año había entregado a su editorial, Siglo XXI, una carpeta con el material de su próximo libro de memorias.
Protagonista tanto de la renovación cultural de los años sesenta como de la transición democrática de los ochenta, profesora capaz de convocar multitudes a sus clases, a Beatriz Sarlo la desvelaba la literatura, pero fue la contundencia de su mirada política lo que en las últimas décadas la convirtió en una voz infaltable para el análisis de la agitada coyuntura argentina. Del “Conmigo no, Barone” durante una emisión de 2011 del programa kirchnerista 678 (la frase terminaría convirtiéndose en ringtone) al “Macri me resulta aburrido” de 2016, fue de las pocas que hizo caso omiso a una “grieta” con la que, en todo caso, se complacía en polemizar sin temor a ganarse enemigos.
Producto y abanderada de la Modernidad entendida como trabajo intelectual, proyecto de vida y ejercicio de ciudadanía, Beatriz Elcidia Sarlo Sabajanes nació en marzo de 1942 en Buenos Aires. Hija única de Leocadia Beatriz del Río y Saúl Sarlo Sabajanes, abogado antiperonista que llegaría a ser juez, creció en un ambiente familiar marcado por el respeto por la educación (sus tías eran maestras), el normalismo, la certeza de que en el estudio –y en el esfuerzo por sostenerlo- radicaba el núcleo de una vida digna.
Cursó el bachillerato en el Liceo 9 “Santiago Derqui” y en 1959 se inscribió en la carrera de Letras de la UBA. En un ensayo publicado en Las dos Torres (Siglo XXI), recuerda aquellos tiempos y un instante decisivo: el día en que, durante una clase particularmente compleja, descubrió que había aspectos del saber a los que realmente nunca había llegado, zonas de la construcción intelectual que se le resistían, que demandaban trabajo y tiempo de elaboración, y fue precisamente el hallazgo de esa dificultad lo que despertó la pasión por un territorio –el del ensayo y la discusión conceptual- que nunca abandonaría.
Aún estudiante, fue docente auxiliar en el Departamento de Lingüística y Literaturas Clásicas. En 1965 comenzó a trabajar en la editorial Eudeba, y en 1966 defendió su tesis de licenciatura: Juan María Gutiérrez: historiador y crítico de nuestra literatura.
La Argentina vivía un intenso proceso de modernización cultural en un contexto de permanente crisis política, con el peronismo proscripto e intervalos democráticos sucesivamente interrumpidos por golpes de Estado. Eran los años sesenta, momento de radicalización política, activismo estudiantil y juvenilismo en todo Occidente que desde luego tendrían su impacto local.
En ese contexto, Sarlo entrevió un claro proyecto personal: convertirse en una intelectual en el sentido fuerte de la palabra, con capacidad tanto de producción académica como de intervención en el espacio de lo público. Si la temprana lectura de Mitologías, de Roland Barthes, le señaló el tipo de crítica cultural en la que quería inscribirse, la idea del intelectual comprometido marcó el resto de sus pasos.
Su primera militancia política fue en el ámbito del peronismo. Luego, entre fines de los sesenta y comienzos de los setenta, se incorporaría al Partido Comunista Revolucionario (PCR), de orientación maoísta. “El pasaje de las simpatías peronistas y católicas a las marxistas y ateas es muy veloz, como solían ser las mutaciones ideológicas de la época”, señala el historiador Omar Acha en el artículo “La joven Sarlo” publicado en Jacobin Revista. Por su parte, la intelectual aseguró, en una entrevista de la revista digital ArteZeta: “Quizás haber estado, aunque sea fugazmente, en el peronismo, me impidió todo rasgo furibundo o gorila. Pero me impidió toda ilusión en el populismo al mismo tiempo”.
En paralelo a la formación política, se cimentaba el crecimiento profesional. En 1967 Beatriz Sarlo comenzó a trabajar como editora en el Centro Editor de América Latina (CEAL). También dirigió para Carlos Pérez Editor la colección “Los porqués” y, hasta 1968, fue auxiliar de investigación en el Instituto de Literatura Argentina, en la UBA. Participó en el Centro de Investigaciones Literarias Adán Buenosayres, vinculado a la Facultad de Filosofía y Letras, el CEAL y espacios ligados al Instituto Di Tella, nave insignia de la modernización cultural de la época. “Por entonces casada con el arquitecto Alberto Sato Kotani –escribe Acha-, frecuenta ese ambiente de vanguardias estéticas”.
De hecho, la experimentación vanguardista siempre fue uno de sus focos de interés, así como –lejos de esos espacios de élite- el trabajo ligado con la difusión y los medios de comunicación. No solo participó en un programa de radio del Instituto Di Tella, sino que también, y durante toda su vida, escribió en los más diversos espacios de la prensa escrita. Difícilmente rechazara la invitación a publicar artículos o columnas de opinión en diarios o revistas, así como también aceptaba hablar en emisiones televisivas, radiales y, en el último tiempo, en programas de streaming.
A comienzos de los años setenta, se incorporó al proyecto encarnado por la revista Los Libros, publicada entre 1969 y 1976, y fundada por el sociólogo Héctor Schmucler. Inspirada en La Quinzaine Littéraire, esta publicación aspiraba a cubrir el panorama de la producción intelectual argentina y latinoamericana y fue un hito en la renovación de la crítica cultural en el país; a lo largo de los años, su consejo de dirección incluyó, entre otros, a Ricardo Piglia y Germán García. Otra figura central en la revista fue Carlos Altamirano, pareja sentimental, intelectual y de militancia en el PCR de quien, por aquellos años, todavía firmaba sus artículos como “Beatriz Sarlo Sabajanes”.
La dictadura de 1976-1983 significó un mortífero parteaguas. En el desierto del miedo a la muerte, la interrupción brutal de los proyectos personales y los colegas desaparecidos o exiliados, Sarlo se resignó a un exilio interno desde el cual, no obstante, persistió en la construcción intelectual.
Fue parte de la llamada “universidad en las sombras”, una red informal de grupos de estudio que, por fuera de toda institucionalidad, se reunía para leer textos de literatura, sociología o política. Y fundó en 1978, junto a Altamirano y Piglia, la revista Punto de Vista, de la cual sería directora hasta el último número, publicado en 2008. “Punto de vista es un ejemplo de cómo un grupo de personas se las ingenió para impugnar el discurso oficial de la dictadura a través de publicaciones clandestinas”, escribe Sofía Mercader en Punto de Vista. Historia de un proyecto cultural que marcó tres décadas de la cultura argentina (Siglo XXI).
Espacio donde, entre muchos otros, escribieron María Teresa Gramuglio, Hugo Vezzetti, Hilda Sabato, Oscar Terán, Rafael Filipelli, Adrián Gorelik y Ana Porrúa, y donde se publicaban –por lo general, por primera vez en el país- artículos de autores como el británico Raymond Williams o el francés Pierre Bourdieu, la publicación fue, además de zona de supervivencia y renovación intelectual durante la dictadura, un eslabón crucial en la trama de pensamiento e intervenciones políticas que fructificarían en la transición democrática.
Para los editores de esa revista publicada en la clandestinidad, bajo el riesgo permanente del secuestro y la muerte, 1983 significó otro parteaguas, en este caso ligado a una autocrítica que llevaría –en términos de Sofía Mercader- de la idea del “intelectual revolucionario” a la del “intelectual público”. Las posiciones ligadas a la izquierda revolucionaria habían quedado definitivamente atrás y, en el caso de Sarlo, el viraje se dio hacia la socialdemocracia.
Parte del entorno de Punto de Vista se acercó a Raúl Alfonsín, a la vez que algunos de sus miembros impulsaron la creación del Club de Cultura Socialista (en un intento de dar forma a un proyecto socialdemócrata en el país). Mientras tanto, la publicación seguía siendo un faro para la teoría cultural. También para la discusión: a comienzos de los años noventa Horacio González –quizás, junto a David Viñas, una de las personas con las que Sarlo más disfrutaba confrontar- impulsó, en clara invitación al debate, la revista El ojo mocho.
Tras la recuperación democrática Beatriz Sarlo volvió a los claustros. Entre 1984 y 2003 fue profesora en la carrera de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Además de las clases de seminario, sus clases de Literatura Argentina II eran un evento en sí mismas por la enorme cantidad de alumnos que acudía a cursarlas.
En 1986 ingresó como investigadora independiente al Conicet. Dictó, además, cursos en varias universidades de los Estados Unidos (Columbia, Berkeley, Maryland, Minnesota, Chicago, Harvard). Fue fellow del Wilson Center en Washington, Simon Bolivar Professor of Latin American Studies en la Universidad de Cambridge y becaria del Wissenschftskolleg, en Berlín.
No tuvo hijos; durante unas cuatro décadas estuvo unida al guionista y cineasta Rafael Filippelli, fallecido en marzo de 2023.
Con cada vez mayor visibilidad en el espacio público, fue una severa crítica del menemismo y en 1997 participó en la campaña presidencial de Graciela Fernández Meijide. Pocos años antes había publicado un libro que se convirtió en un inesperado best seller: Escenas de la vida posmoderna. Intelectuales, arte y videocultura en la Argentina.
Los años siguientes a la crisis de 2001 y la progresiva expansión de las redes sociales catapultaron su imagen de intelectual mediática, polemista temible y crítica sin concesiones a la actuación de las dos principales fuerzas políticas surgidas tras aquella debacle: el kirchnerismo y el macrismo.
En 2019, en pleno auge de la “ola verde” –históricamente Sarlo fue una defensora de la legalización del aborto; en 1997 había integrado la tapa de la revista Tres Puntos donde veinte mujeres decían “Yo aborté”-, y cuando escalaba la discusión por el lenguaje inclusivo, participó en un debate con el lingüista Santiago Kalinowski que luego se publicó como libro (La lengua en disputa, Godot). En 2022 fue incorporada a la Academia Nacional de Periodismo.
En mayo de 2024, durante el primer semestre de la presidencia de Javier Milei -alguien absolutamente por fuera de todo lo que Sarlo podría respetar- evitó el pesimismo fácil ante las preguntas que la periodista que Astrid Pikielny le realizó en una entrevista para LA NACION. “Hay que inspirarse en la historia argentina –se explayó-. Si salimos bien de los caos de las guerras civiles del año 20 del siglo pasado, si salimos bien de dictaduras, si salimos bien de movimientos guerrilleros y de opresiones totales, si salimos de crisis institucionales, entonces, sí, puede salir bien”. Y agregó: “No es que quiera parecer optimista. Lo que no quiero es parecer pesimista, que es fácil. Ser pesimista es lo más fácil que hay”.
Hija del siglo XX, jamás renunció al ritual de la lectura diaria de la prensa escrita. Tampoco al ejercicio disciplinado (tenis, natación; en los últimos tiempos, gimnasio) en el Club Ferrocarril Oeste, espacio del que fue socia desde los años setenta y que, como el Teatro San Martín y su sala Leopoldo Lugones, se había erigido en algo muy parecido a un segundo hogar. Seguía de cerca los movimientos de la cultura local, sobre todo en el campo de la literatura. La curiosidad inagotable por el devenir de lo social la llevaba a recorrer y hacer una suerte de etnografía personal de cuanta marcha política o de movimientos sociales se convocase en la Ciudad de Buenos Aires. Del mismo modo, observaba las innovaciones de un mundo digital de cuyas virtudes nunca terminó de convencerse. “Soy de una generación que valora el oficio en la escritura, en la pintura, en la representación –dijo a este diario-. Ese oficio, o yo no lo percibo o no está presente en las redes.”
Miembro correspondiente de la British Academy desde 2013, obtuvo la beca Guggenheim, el Premio a la Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes, el diploma al mérito Konex. En 2009, obtuvo la Orden do Merito Cultura, grado Gran Cruz, de Brasil. En 2013, la Pluma de Oro de la Academia Argentina de Periodismo, y en 2014 el Diploma al Mérito Konex.
Junto al compositor Martín Bauer, creó las óperas V.O (sobre Victoria Ocampo) y Cien años (en el centenario de la Revolución de Octubre). Entre su prolífica obra ensayística, pueden mencionarse: La intimidad pública (Seix Barral), La audacia y el cálculo: Kirchner 2003-2010 (Sudamericana), , Zona Saer (Ediciones Universidad Diego Portales), El imperio de los sentimientos: Narraciones de circulación periódica en la Argentina, 1917-1927, Una modernidad periférica: Buenos Aires, 1920 y 1930, Borges, un escritor en las orillas, Siete ensayos sobre Walter Benjamin, La pasión y la excepción: Eva, Borges y el asesinato de Aramburu, Tiempo presente, La máquina cultural, Clases de literatura argentina (Siglo XXI).
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