Murió ayer Juan José Güiraldes
Falleció a los 86 años un símbolo de la tradición
Solía decir que "la tradición no es un recuerdo melancólico del pasado, es un proceso permanente que no termina nunca", y agregaba que "los hombres hacen hoy la tradición de mañana".
Así, entre reflexiones de nuestros orígenes, sentencias camperas y aires de milongas se fue Juan José Güiraldes, el gaucho, el aviador, el pensador, el periodista, el escritor. Se fue el admirado comodoro, el querido "Cadete", el Tatá de sus nietos.
Insistía en que ser gaucho no es saber pialar, andar de botas y rastra, sino más bien un sentir, y, entonces, recordaba las palabras de su tío Ricardo: "Al gaucho que llevo en mí, como la custodia lleva a la hostia". Por eso hablaba de la actitud del gaucho en la vida, ese que por hospitalario dejó la palabra gauchada como la más elevada forma de un acto solidario.
Entonces, sin equivocarse, resumía que ser gaucho era antes que nada una actitud ante la vida. Volvía con las palabras del tío para definir: "Nuestra raza nació de una raza muy vieja y de una tierra muy nueva, y al salpicarse de rojo el damasquinado verde de la tierra, nació una amalgama de tierra y hombre que fue nuestro parto original". Por eso no dudaba y sentenciaba con razón: "El gaucho es el arquetipo del ser nacional".
Pero si la tradición no es un recuerdo melancólico del pasado, todos quienes lo quisieron seguirán viviendo sus fundamentos en un proceso permanente que no terminará nunca. Y aunque "El Cadete" se haya ido después de 86 años, o como decía él, 87, "porque ya estoy viviendo ese año", su mujer, Tachi, sus siete hijos y los más de 40 nietos y bisnietos, harán desde hoy la tradición del mañana.
Murió quien fuera entre tantas cosas, uno de los primeros aviadores militares, presidente de Aerolíneas Argentinas, director del Aeropuerto Internacional de Ezeiza y director de la revista Confirmado, pero, mayormente y con toda su pasión, presidente fundador de la Confederación Gaucha Argentina, cuya titularidad ejerció durante 18 años.
Por eso su estampa, más allá de la de aquellos impecables galones o la del traje con la corbata azul que incluía la marca de su estancia, será y es la de la tradición: sombrero con retranca, blusa bataraza, corralera negra, rastra, facón y poncho pampa.
Será así, aunque en vez de Don Güiraldes, con respeto lo sigan llamando Comodoro o con cariño "El Cadete". Es que éste fue y es su sobrenombre que se explica fácilmente cuando de joven y algo alejado de su querido San Antonio de Areco, todos llamaban a Güiraldes por lo que era: un cadete del Colegio Militar.
Pero, la marca de su tío, el escritor Ricardo Güiraldes, lo acompañaría de por vida, como el mismo Don Segundo Sombra, Fabio Cáceres, La Porteña, el Puente Viejo y todo ese gauchaje de la "Cuna de la tradición" que hoy lo acompaña en su despedida, allá bien cerca de la Santa María, la estancia en la que con su mujer, Ernestina "Tachi" Holmberg Lanusse, vieron durante años crecer más de 600 tipos de plantas.
Años de formación
Tras haber estudiado en el Colegio Militar de la Nación, siguió sus cursos de aviador militar y el 15 de diciembre de 1937 recibió las insignias y diplomas correspondientes junto a un reducido grupo de cadetes. Estudió Derecho Aeronáutico, Ciencias Sociales e hizo la escuela de Estado Mayor de la Royal Air Force, en Gran Bretaña. Tras haber pasado a retiro en 1951, durante el gobierno de Juan Perón, recuperó la actividad militar tras la Revolución Libertadora para alejarse definitivamente poco después luego de la caída de Lonardi. Fue esto algo que se explicaba por su consustanciación de entornos con un ideario nacionalista.
En 1949 dirigió el Aeropuerto Internacional de Ezeiza y nueve años más tarde se desempeñó como presidente de Aerolíneas Argentinas, época en la que la empresa compró los modernos Comet IV. Su dirección y la defensa de la línea de bandera siempre fueron consideradas como brillantes.
Sus críticas a las posteriores gestiones de Aerolíneas o a algunos manejos políticos le valieron días de prisión durante distintos gobiernos. Alguna vez también denunció la censura en la televisión, como cuando se refirió al secuestro y asesinato de su cuñada, la diplomática Elena Holmberg.
Tuvo algunas intervenciones políticas en la UCRI e intentó el acercamiento entre frondizistas y peronistas, en 1963. Otros campos, como el empresarial lo tuvieron en diversos puestos de asesor y jamás dejó de volcar sus acertadas inquietudes sobre la privatización de Aerolíneas Argentinas, el destino de los aeropuertos y, especialmente el futuro del Aeroparque: manifestaba la necesidad de una "pista fluvial", puesto que jamás la llamó aeroísla.
Escribió libros premiados, como "Tiro aéreo" o "El poder aéreo de los argentinos". Incursionó en el campo de la publicidad y su frase más recordada fue aquella que creó para la compañía que lo apasionaba: "Aerolíneas Argentinas, ¡su compañía!".
Tras la guerra de las Malvinas publicó en los diarios una extensa y famosa solicitada llamada "Seamos triunfalistas": "... hay que tatuar la marca del desprecio en la frente de quienes confunden un revés militar -por doloroso que sea- con una derrota...", escribía en un pasaje.
La Exposición Rural de Palermo lo tuvo varias veces como jurado de clasificación o montado a caballo al frente de sus gauchos con sus típicas aclaraciones: "Los gauchos no desfilan, los gauchos pasan". Y aunque después tomó distancia de la Sociedad Rural Argentina, por disidencias en la conducción, jamás se olvidaba de los gauchos.
Así intervino en la edición de varios libros como "Los gauchos, lujos y costumbres" o interpretó a Martín Fierro, recitando toda la obra, que quedó plasmada en cinco discos compactos.
También, vestido con traje de gaucho viajó a las Malvinas cuando se reanudaron los vuelos con el continente. Aquella anécdota es para el recuerdo. Los periodistas argentinos y todo el grupo fue celosamente requisado por las tropas inglesas hasta que le llegó el turno a "El Cadete". Con un impecable inglés, impidió que le tomaran su maletín para abrirlo él mismo y mostrar su foto con el Príncipe Carlos. Al hombre que había estudiado en la Royal Air Force casi se le cuadran para pedirle disculpas.
Galante, educado y leído, era capaz de citar cientos de versos gauchescos como de recitar Cyrano de Bergerac en francés. Las centenares de conferencias, como las recordadas "San Martín y los gauchos" o "Los gauchos, amalgama de tierra y hombre", lo llenaron de aplausos. En el Rotary concluyó la disertación con una de sus citas: "Los gauchos están vivos. Si el gaucho no es un mito ni una leyenda cualquiera, ayudemos a desterrar la idea de su fantasiosa muerte".
Juan José Güiraldes era mucho más que un lector de LA NACION. Colaboró decenas de veces con agudas notas y fue un "animador" permanente de la sección Cartas de lectores.
Hace pocos días se comunicó con un cronista del diario y con optimismo le dijo: "Me vas a tener que seguir aguantando". El cronista le comunicó estas palabras al presidente de SA LA NACION, Julio César Saguier, quien contestó: "¡Esperemos tenerlo pronto por aquí, en su diario!", definiendo así todo lo que nuestro diario era para "El Cadete" y "El Cadete"para el diario.
El sepelio
Los restos de Güiraldes son velados desde las 19 de ayer en el Museo del Parque Criollo Ricardo Güiraldes, en San Antonio de Areco, donde anoche se ofició una misa. Hoy, tras una misa que se oficiará a las 15 en la parroquia local, serán inhumados en el cementerio de esa ciudad.
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