Mujercitas, un clásico que no regresa porque nunca se fue del todo
A más de 150 años de su publicación, la novela de Louisa May Alcott vuelve al cine e inspira más historias
"La pobreza no me asusta: la he conocido durante el tiempo suficiente para perderle el miedo", le dice la abnegada Jo March al profesor Bhaer cuando acepta su propuesta de matrimonio en Mujercitas, el clásico de Louisa May Alcott que no ha dejado de imprimirse en el poco más de siglo y medio que ha transcurrido desde su publicación, en 1868, producto del pedido de un editor de que le entregara "un cuento para niñas" que, finalmente, sería el que sacaría a Alcott, y a toda su familia, de la pobreza ilustrada en la que había vivido toda su vida.
El aniversario redondo, y su sostenida influencia en la decisión de generaciones de mujeres decididas a vivir de su pluma y de "los frutos de la mente", proveyeron la ocasión inmejorable a Hollywood y a la industria editorial para recobrar con intenciones de homenaje este relato autobiográfico de la escritora, que inmortalizó en sus páginas a su familia, parte del movimiento trascendentalista y relacionado con buena parte de la elite ilustrada de la Costa Este, de Nathaniel Hawthorne a Margaret Fuller, pasando por Elizabeth Peabody, así como a la inusual crianza que recibió a comienzos del siglo XIX en Massachusetts.
La reedición de la novela en su versión original y completa (editada por Plaza y Janés, también disponible en Penguin Clásicos) y la publicación de En el huerto de las mujercitas, una novela "meta" de la exitosa Gloria V. Casañas que relata la vida de la familia Alcott en Concord, confluyendo su vida con la de una joven romántica de ficción, se suman al estreno (previsto en la Argentina para el próximo 23 de enero) de una nueva versión cinematográfica de la historia. Allí, la guionista y directora Greta Gerwig (Ladybird) -quien no duda en reconocer en Jo la chispa que dio inicio a sus inclinaciones artísticas- cuenta inspiradamente la vida de las jóvenes March a la vez que plantea abiertamente cómo las circunstancias económicas y sociales imperantes en el mundo real (idealizadas en la novela) hacían imposible que Jo y Louisa May, criatura y creadora, pudieran tener vidas parecidas.
La cuestión de cómo podía ganarse la vida una mujer norteamericana a mediados del siglo XIX si se decidía a prescindir del matrimonio (como hizo Alcott en la vida real, destino que le está vedado en Mujercitas a Josephine March, para horror de buena parte de su público) es central tanto en la novela como explícita en la película. Gerwig está tan alerta en su relato a los vientos de cambio de nuestra época, que permiten notar los obstáculos con claridad, como consciente de que el camino recorrido desde entonces (para los artistas, sino para cualquier mujer decidida a "remar su propia canoa", como dice memorablemente Jo) no ha sido tan largo.
Alcott sabía que, si se era una mujer "de buena familia" venida a menos, como lo eran los March, se podía ser dama de compañía, como la vanidosa hermana menor, Amy; institutriz o maestra, como la sensata Meg, o bien se podía escribir. La opción de quedarse en casa y cuidar el hogar, como lo hace la dulce Beth hasta su final, nunca parece una opción viable en la novela (salvo acaso para personajes cercanos al halo de santidad).
Como Jo, Louisa May escribía por encargo para sostener a su familia: cantidades de relatos plenos de emociones fuertes, violencia expresada y contenida, elementos sobrenaturales y deseos prohibidos que no tenían cabida en la "sociedad gentil" de la época, y por ello eran codiciados como material de lectura más o menos furtiva y canal de expresión maduro para la escritora (su seudónimo, A. M. Barnard, era, como Jo March y George Eliot, pasible de ser identificado con un hombre).
Muchos de esos relatos, desde Una larga persecución fatal del amor -publicado recién en 1995- o Un Mefistófeles moderno, lanzado anónimamente una década después del éxito de Mujercitas (Alcott no volvería a publicar obras "para adultos") podrían ser identificados con los relatos que el ficticio Profesor le pide a Jo que deje de escribir en pos de "temas más enaltecedores de la condición humana" y que su vecino y amigo Laurie consumía con fruición en los ratos libres, dejando en claro, por contraste, su pertenencia a la leisure class: con dinero para gastar y aventuras que emprender, que las March comparten gracias a su generosidad y cariño.
Reescribir la propia historia
Si la joven Jo hubiese conocido la infancia itinerante y llena de privaciones de su creadora, probablemente podría haber sido "sepultada en los abismos de la desesperación", como suele ocurrir en las páginas de Mujercitas cuando la heroína descubre no estar a la altura de los valores de su madre. En Fruitlands: una experiencia trascendental (Impedimenta), Alcott recobra el experimento trunco de la comuna utópica en el que su familia vivió en 1843, a instancias de su padre, el filósofo Amos Bronson Alcott. La convicción central del movimiento, influido por el romanticismo británico y alemán, era la bondad inherente del ser humano y la necesidad de regresar a la naturaleza para encontrar la guía de una existencia virtuosa y, sobre todo, "provechosa", un adjetivo fundamental a la luz del universo de la autora (y la probada incapacidad de su padre de ganarse el sustento).
La doctrina trascendentalista nunca abandonó a Alcott (El progreso del peregrino provee de contrapunto constante a las vicisitudes de las March). La escritora quien encontró en Mujercitas la posibilidad de ajustar cuentas y "reescribir" su pasado con las reglas del arte: Temple School, la escuela con ideas de vanguardia que su padre abrió en Boston, es la inspiración para la institución que Jo funda con la herencia de la cínica tía March. A diferencia del fracaso estrepitoso del proyecto real, la escuela de Jo (y sus Hombrecitos y sus Muchachos) da los frutos esperados puesto que -en términos alcottianos- se ha sembrado a la espera de los tiempos difíciles.
La devoción de la escritora por su madre, conocida como Abba, es evidente para cualquier lector de la novela: en la literatura como en la vida real, era el modelo con el cual medía su hija todos sus logros (y en la película, tiene la vitalidad infecciosa de Laura Dern). En Mujercitas, Alcott envía al patriarca al campo de batalla de la Guerra Civil para cuidar a los heridos, mientras sus cuatro hijas y su adorada Marmee batallan en el frente doméstico. En la realidad, fueron las experiencias de Alcott en un hospital de campaña las que dieron origen a su primer libro, Hospital Sketches (1863) y desde allí puede rastrearse el lenguaje franco de Louisa a la hora de describir la enfermedad, el hacinamiento y la miseria que rodean al hogar de los March en muchas instancias de la novela, que sigue encendiendo a sus lectores como aquellas representaciones navideñas en las que las hermanas se liberaban de las ataduras sociales al menos una noche al año para imaginar quiénes querrían ser.
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