Muere el escultor Antonio Pujía
Antonio Pujía, uno de los más grandes escultores argentinos del último siglo, falleció este sábado a sus 88 años.
Maestro de varias generaciones de artistas y continuador en la línea sucesoria del legado de emblemáticos creadores como José Fioravanti, Troiano Troiani, Alberto Lagos, Rogelio Yrurtia y Alfredo Bigatti, Pujía fue despedido este fin de semana por numerosos artistas amigos, entre ellos Ponciano Cárdenas y Leo Vinci; representantes institucionales y de la cultura; personalidades del Colón y de distintas editoriales y alumnos, que acompañaron a la familia en su partida.
En la ceremonia, una artista recitó coplas y se respiró "el legado de alegría, bienestar y amor" que caracterizaba al creador, dijo a LA NACIÓN uno de sus hijos, Sandro Pujía. El escultor dejó este mundo acompañado de sus seres queridos y sus cenizas descansarán en el jardín de su taller, junto a una higuera que "siempre dio fruto", recalcó su hijo.
Pujía se une así al panteón de una generación magistral de artistas a quienes él mismo rindió homenaje dedicándoles en su taller diversas salas, con obra, fotografías y material entrañable de proyectos compartidos en décadas pasadas con sus maestros.
El artista que de niño modelaba sus propios juguetes con la arcilla que recogía de las orillas de un arroyo en su Italia natal se convirtió con el tiempo en un referente de la escultura en la Argentina, país al que emigró con siete años junto a su familia.
Nacido en 1937 en Poliolo (Calabria) y vecino del barrio de Floresta, donde también situó su taller, Pujía fue poseedor de un talento y dedicación a su obra que pronto lo situaron al frente de cátedras en las escuelas nacionales de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, Manuel Belgrano y Ernesto de la Cárcova, así como del taller de escultura escenográfica del Teatro Colón, con obra expuesta en los principales museos, proyección internacional y la obtención de los mayores reconocimientos en el país.
En una de sus últimas conversaciones con la prensa y rodeado de sus numerosas creaciones en bronce, yeso, cera y mármol, el escultor recordaba junto a LA NACIÓN sus inicios. Las palabras de Pujía eran las siguientes: "Empecé a estudiar a los 12, muy instintivamente porque fue una cosa rabiosa. Dije en mi casa: o eso o nada. Troiano Troiani era maestro mío en la Pueyrredón y me ofreció trabajar en su taller cuando tenía encargos; yo venía trabajando desde niño para no ser un pesado en mi casa; quería autofinanciarme, y mi sueldo siempre iba en el sobre a la "mama"-decía con su sello italiano- y ella lo administraba".
En la escuela secundaria, Antonio dibujaba elementos de la escena porteña que llamaban su atención –como la figura de los diarieros-, y fue una antigua maestra la que le recomendó seguir Bellas Artes. En su casa querían que fuera contador pero logró la complicidad de su madre para ingresar en la Escuela Manuel Belgrano, donde fue destacando cada vez más por sus dotes artísticas.
Durante este período trabaja duramente para costearse los estudios, eligiendo siempre trabajos que le permiten agregar conocimientos y práctica de taller, relacionado con los materiales usados en la moldería en yeso y en la realización de taseles. Obtiene el título de Profesor Nacional de Dibujo en la Escuela Pueyrredón y de Escultura en la Escuela Superior Ernesto de la Cárcova (cuya reapertura Pujía vino reivindicando, junto a otros artistas, en los últimos años). El periodo de estudios abarca desde 1943 hasta 1954, momento en que tiene como profesores y trabaja como ayudante en los talleres de los grandes maestros.
"Me ganaba muy bien la vida y ahí el sobre que le llevaba a mi mama era más abultado. Ella abría los ojos y me decía en su dialecto: "Hijito mío, ¿vos te juntás con los ladrones que traés tanta plata a casa?" Y a mí me hacía una gracia enorme; esperaba siempre el momento a fin de mes de llegar a casa y decirle: tomá", recordaba el escultor.
El artista reconocía que tuvo la suerte "de estar con maestros con los cuales me llevé muy bien, como si fuera un hijo de ellos en el arte. Fioravanti, que no había tenido hijos, me lo dijo así con toda emoción y lloramos; me dijo que si hubiera tenido uno, le hubiera gustado que fuera como yo".
En una charla anterior con este diario, Pujía hablaba del profundo cariño que sentía por Fioravanti, a quien conoció por medio de Troiani. "Cuando me pongo a tallar, escucho su voz", decía. Fioravanti fue su maestro en la Escuela De la Cárcova y trabajó largas temporadas como ayudante en su taller. "Tuvimos una relación idílica, hermosísima". Ya egresado, Pujía trabajaba para él y para otros escultores reconocidos: "Me ganaba muy bien la vida y aprendía cantidad de cosas que no había visto en la escuela". En lo de Fioravanti, ampliaba bocetos sin modelar las figuras y las ponía a punto para que el maestro luego terminara de darles la forma". Fue él incluso quien le incitó a presentarse en 1956 al concurso para escultores que convocaba el Teatro Colón organizado por Héctor Basaldúa y gracias al cual el artista se convertiría luego en escultor escenógrafo oficial del teatro.
De este periodo provino su fascinación por la música y la danza. Asiste regularmente a las clases de los bailarines y se dedica a tomar infinidad de apuntes en carbonilla. Luego, realiza numerosas series escultóricas con figuras de bailarinas. De aquellos tiempos, surge una intensa amistad con José Neglia y Norma Fontela, primeras figuras del Ballet estable del Teatro y con tantos otros bailarines del cuerpo de baile. En 1966 realiza el retrato de Norma Fontela que hoy se exhibe en el foyer del teatro.
En charla con LA NACIÓN, Pujía recordaba esos años: "Hice miles de figuras de bailarinas; el taller de escultura escenográfica estaba a 15 metros de la sala de ensayos y me quedó una marca con la danza. Aún sigo haciendo figuritas; una es un homenaje a Olga Ferri".
En 1959, el escultor gana su primer premio de relevancia: el Gran Premio del Salón Municipal Manuel Belgrano, y ahí comienza una seguidilla de galardones crecientes en importancia y ganados a una edad poco usual. Al año siguiente, con 30 años, Pujía recibe el Gran Premio de honor del Salón Nacional de Artes Plásticas. En 1961 gana la Bienal Alberto Lagos y, en 1964, el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes Augusto Palanza.
Poco después, realiza su primera muestra individual en la histórica galería Witcomb, que marca un hito en su carrera por la cantidad de público y el éxito de ventas. Allí exhibió por primera vez varias obras fundidas en bronce. La muestra fue costeada íntegramente con sus ahorros; tónica ésta que continuara durante toda su vida como única forma de mantener independencia e integridad con respecto a lo que desea expresar.
Pujía trabajó en el Colón durante casi 15 años, hasta 1970, momento en que decidió dedicarse de lleno a su obra y en que se embarca en una producción ininterrumpida. Pronto llega su segundo gran éxito: Biafra. Conmovido por el impacto de la devastación de un nuevo país en el continente africano, produce lo que sería su primera muestra de gran compromiso social, reunida en una exposición en la Galería Esmeralda, que provoca grandes elogios. En situación análoga a ésta se encuentra su famosa serie Martín Fierro, de los años 72 y 73, en los que vuelve a reflejar la miseria de la destrucción junto a su pasión por la tierra que lo recibió y albergó, Argentina.
En 1977, en la Galería Imagen, expone esculturas que se alejan sensiblemente de la temática dominante de aquellos años y se centra en mujeres desnudas, parejas de amantes, erotismo, plantas, y en temáticas como el amor y el odio, la construcción y la destrucción, la apatía y la pasión.
En el 76 y aproximadamente durante un año, vive y trabaja en España, en el Escorial, y durante ese periodo y ya de regreso en el país, hasta el 79, elabora la temática relativa a los años de plomo con la dictadura impuesta en Argentina. Una pieza de tamaño natural, "Libertad Amordazada", y la serie de esculturas mutables integran este trabajo. En 1980, se conmemora la segunda fundación de Buenos Aires y se le encarga la creación de una medalla conmemorativa que se acuña en Italia y de la que se regalan 250.000 como insert con la Revista Siete Días. Hasta el 82 se extiende el periodo de piezas con la temática de la dictadura, y en el 83 comienza a producirse en su obra un acercamiento a la obra de Amedeo Modigliani.
A continuación, centra sus obras en su amor por Buenos Aires. Amplía su taller y se esmera por reflejar la parte más bella de la vida: las parejas que se aman. Hacia 2001, la debacle económica en que se sumerge el país lo lleva a realizar una serie a partir del cuadro de Ernesto de la Cárcova "Sin pan y sin trabajo".
Luego de dos muestras en el 2000 en el Museo Eduardo Sivori y la Galería Principium, Pujia decide homenajear a Rogelio Yrurtia. A partir de 2004 suspende cursos y su participación en muestras colectivas o ferias de arte para comenzar un homenaje a la mujer, al cual dedica todo su tiempo creativo. Realiza piezas ensamblando bronce fundido a la cera perdida, mármol de carrara y belga, y ébano con diversos baños de plata y oro.
Eterno docente,Pujía llevaba gran parte de estos últimos años volcado en la enseñanza de la técnica de la encáustica, arte ancestral que utiliza la cera de abeja. "Esta materia está atrayendo a muchos adeptos últimamente en Argentina", decía el escultor, quien enseñó la técnica a un grupo de alumnos, entre ellos Analia Romero y Nicolás Boschi, con quienes emprendió "toda una doctrina", decía el artista.
Sencillez, humildad, generosidad y entrega incondicional en la transmisión de saberes son calificativos comunes con los que cientos de personas, entre alumnos, colegas y admiradores, se han referido en las últimas horas a este hombre de abrazo apretado, sonrisa cálida y hablar pausado.
"Los materiales, ya sea un pedazo de piedra, una lámina de cera de abeja, un mármol de Carrara o un pedazo de tronco de la montaña que llegó hasta acá, tienen vida propia, muy distinta a la nuestra. ¿Cómo hacemos para conocerlos antes de darles una forma, forma que ellos esperan (por algo están acá)? Estamos celebrando un encuentro y lo primero que hay que hacer es mirarlos: con distintas luces, ver si son traslúdicos, sentir sus perfumes. Todos los materiales hablan un idioma y tienen una personalidad, una forma de vida, aunque ellos y nosotros venimos de la eternidad y una buena tarde nos encontramos con un trocito de cera que hicieron las abejas, que nacieron de otras y así hasta la prehistoria, perdiéndonos en el misterio", reflexionaba el artista hace unos meses.