Muchos cuadros dentro de un cuadro: llegó al Malba la obra de Leonora Carrington de los 28 millones
“Las distracciones de Dagoberto”, la pintura surrealista comprada por precio récord por Eduardo Costantini en mayo, ya se puede ver en una sala especial del museo: una invitación a sumergirse en un mundo con personajes fantásticos
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A través del cuadro de Leonora Carrington que acaba de llegar a la ciudad es posible sumergirse en mundos fantásticos, imaginar cuentos surrealistas, descubrir personajes de ensueño y dejar que la mente haga su viaje. Recién colgado en Malba, Las distracciones de Dagoberto (1945) estrena una sala propia dentro de la muestra de la colección permanente, Tercer ojo: son muchos cuadros adentro de uno.
La obra es una de las más significativas de la genia surrealista, que fue adquirida con precio récord en mayo pasado por Eduardo F. Costantini. Esperó treinta años desde la última vez que pujó por ella en una subasta y esta vez en Sotheby’s no pensaba irse con las manos vacías. Pagó por ella 28 millones de dólares, con lo que ubicó a la artista en el podio de las cinco mujeres más valiosas en subasta, junto a Georgia O’Keeffe, Frida Kahlo, Louise Bourgeois y Joan Mitchell. “Es una pintura icónica, una de las obras más admiradas en la historia del surrealismo y una obra maestra incomparable del arte latinoamericano”, dijo Costantini entonces.
Este óleo es una de las obras maestras de Carrington. Fue realizada en México en 1945, cuando tenía 28 años, y es una pintura fundamental del movimiento surrealista. Carrington había llegado dos años antes desde Europa y moriría ahí a los 94 años. A los 26, ya acarreaba una vida de novela, como bien ha narrado la escritora mexicana Elena Poniatowska, su amiga, en su biografía novelada Leonora (Premio Seix Barral 2011). Leonora era la menor de cuatro hermanos machistas y la hija de un magnate textil estricto. Creció en una mansión en Lancashire escuchando historias populares irlandesas de su niñera y su madre, a quien le dictó su primer cuento a los cinco años. Pasó por varios colegios, y estudió arte en Florencia. Contrario a lo que quería su padre, logró en 1936 instalarse en Londres para estudiar dibujo.
Conoció a Max Ernst cuando él rondaba los 50 años y ella apenas 22, y se enamoraron perdidamente. Él abandonó a su mujer, y se mudaron a la Provenza, a una antigua granja en el pueblo de St.-Martin-d’Ardèche a vivir su idilio. Que duró poco, porque Ernst fue detenido al comienzo de la guerra y Leonora vivió un rally de pesadillas que narra en su libro Memorias de abajo (1943, editado en la Argentina el año pasado por Alpha Decay), que incluyen violaciones y torturas en un hospital psiquiátrico.
Con todo eso a cuestas, pintó esta obra en 1945, en México, donde la rodeó una comunidad de surrealistas exiliados –entre los que se encontraban Remedios Varo, Wolfgang Paalen, Alice Rahon y otros–, y un grupo de pintores locales como Frida Kahlo y Diego Rivera (Ernst ya se había casado con la magnate Peggy Guggenheim y vivía en Nueva York). En la sala que Malba acondicionó para recibir su obra, la rodean tres obras cumbre de Varo: Armonía (1956), Simpatía (la rabia del gato) (1955), de la Colección de Eduardo F. Costantini, e Icono (1945), de la Colección Malba, pequeño retablo instalado en un nicho espejado. En las tres se combina lo humano, lo animal, lo vegetal y lo mecánico, algo propio del universo visual complejo y único de Varo.
Hay también fotografías de Kati Horna de la serie Oda a la Necrofilia (1962), quien fue su amiga y compañera en el estudio en las prácticas rituales de la magia y el ocultismo, marcas distintivas de su producción artística. “En una nueva puesta van a aparecer fotos también de Leonora Carrington”, adelanta Nancy Rojas, del equipo de curaduría de Malba. Este núcleo de mujeres surrealistas lleva el nombre de Transformar el rito. Las distracciones de Dagoberto es la culminación de este período.
Muchos cuadros en uno
Las fuentes en las que se inspira son múltiples: desde la historia europea medieval y la literatura científica contemporánea hasta los mitos irlandeses y mexicanos. “El título hace referencia a un rey merovingio del siglo VII gobernante de la Galia –se lee en la cédula extendida de la obra elaborada desde el área de curaduría del museo–. En la pintura confluyen distintas escenas fantásticas que evocan la dimensión mística de la naturaleza a través de intercambios entre lo divino y lo terrestre, la flora y la fauna. Con citas directas a la obra de El Bosco, en esta obra Carrington hace referencia a rituales herméticos que apuntan a las transformaciones alquímicas y a búsquedas ocultistas. Quizás hayan sido las leyendas celtas, contadas por su abuela irlandesa repletas de animales, hadas, dioses y druidas, las que despertaron la fascinación de la artista por los universos mágicos en sus derivas artísticas”.
“Esto que hacía El Bosco de dividir la obra en el plano de lo celestial y lo terrenal, ella lo traduce de manera más compleja, y va mezclando ambos universos. Así surgen las microescenas, que a nosotros nos falta estudiar desde lo iconográfico. Es un cuadro muy representativo de su apogeo“, señala Rojas. “La técnica es temple sobre masonite o chapadur, un soporte rígido. Es el mismo que las obras de Varo, aunque tienen diez años de diferencia. Pinceladas cortitas, superposiciones de color con pinceles muy finitos, de un pelo... se parecen bastante las obras. El nivel de detalle de Carrington y Varo es increíble. Las distracciones de Dragoberto está en excelente estado. Estaba en una colección privada de Estados Unidos, muy bien conservada. Llegó la semana pasada, y después de unos días estacionado para aclimatarse, se desembaló y se revisó en conservación. Sólo tuvimos que limpiar el marco”, cuenta Valeria Intrieri, curadora a cargo del registro y gestión de la Colección Malba.
El catálogo de Shoteby’s describe esta obra maestra como un collage de viñetas meticulosamente elaboradas, cada una con paisajes únicos e intrincados, que comprenden los cuatro elementos: Tierra, Aire, Fuego y Agua. Detalla: “Las escenas varían desde volcanes extintos fantasmales hasta un lago de fuego que envuelve a un ídolo invertido, pasando por un mundo acuático donde un gigante con doble cabeza de animal sostiene un pez globo con rostro humano. Como se convertiría en el sello distintivo de Carrington, las imágenes se basan en una red diversa de influencias, que van desde la mitología irlandesa que aprendió cuando era niña, hasta la alquimia, la Cabalá y la cosmología indígena mexicana. Cada sección está representada con exquisito detalle, desde la tonalidad radiante que logra a través de finos esmaltes hasta el excepcionalmente fino dibujo, un testimonio de la brillantez técnica de Carrington”.
Le decían “La diosa blanca” del surreralismo, la “novia del viento” o “la bruja de México”. Ella tenía entre sus libros favoritos a La diosa blanca de Robert Graves, Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, y Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift. Como autora escribió, entre otras novelas, ensayos y cuentos, La trompetilla acústica (editado en el país por FNC), que cuenta las absurdas, cómicas, paradójicas y singulares situaciones que enfrenta Marion Leatherby, una mujer de 92 años encerrada en un asilo a causa del desprecio de su hijo. Se consiguen también la compilación de sus cuentos completos.
“Es una narrativa visual compleja que se basa en el conocimiento de Carrington sobre la mitología y la ilustración de libros para niños”, dice a LA NACION la académica escocesa y especialista en la artista Catriona McAra, autora de The Medium of Leonora Carrington: A Feminist Haunting of the Contemporary Arts, entre otros títulos. “El mosaico episódico de esta pintura podría compararse con sus cuentos surrealistas. Las criaturas híbridas y los vehículos mágicos son típicos de sus obras de arte en tiempos de guerra”, explica.
Entre sus libros para chicos está Leche del sueño (FCE, 2013), que abunda en niños sin cabeza o que comen paredes, cocodrilos que aparecen en las camas, carnitas podridas y todo tipo de monstruos. En su homenaje, Cecilia Alemani tituló así la 59º edición de la Bienal de Venecia de 2022, cuando fue la primera curadora mujer e incluyó los dos Varo que hoy secundan la obra en Malba. Carrington fue una ferviente defensora de los derechos de las mujeres. En sus palabras: “La mayoría de nosotras, espero, somos ahora conscientes de que una mujer no debería tener que pedir derechos. Los derechos estaban ahí desde el principio; hay que recuperarlos, incluidos los misterios que eran nuestros y fueron violados, robados o destruidos”. Carrington es leída hoy desde el feminismo, la fluidez de género y la ecología, y en sus pinturas hay hechiceras que simbolizan el empoderamiento femenino y criaturas místicas y andróginas que cuidan el planeta. En 1970, Carrington escribió el ensayo Animal humano femenino (también conocido como Qué es una mujer), en el que desarrolla sus ideas sobre el patriarcado y cómo éste amenaza al planeta.
“Las obras no se pueden explicar”, dijo Carlos Martín en varias ocasiones, uno de los curadores de la muestra Leonora Carrington. Revelación, una antológica de 188 obras que se realizó en la Fundación Mapfre de Madrid el año pasado. Señaló entonces a la prensa que Carrington desarrolló un lenguaje determinado por temas como la mitología celta, el mundo de la magia y lo oculto, la naturaleza y el mundo animal, la psicología o el budismo tibetano. Todos estos temas de corte onírico aparecen en unas pinturas a las que Carrington no quería dar ningún significado, decía el curador. Cada quien puede ver la obra y aportar los propios sueños y pesadillas.
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