Muchachos de París
Por Marcelo Pacheco
DESPUES del impacto de las vanguardias en las que militaban artistas como Xul Solar, Emilio Pettoruti y Alfredo Guttero, la década del 30 marcó un cambio sustancial en la historia del arte argentino.
Hacia 1930 una nueva generación de artistas regresaba al país, después de estudiar en París, en los talleres de Lhote y Friesz o con Bourdelle, claros representantes de una nueva "academia" de la vanguardia. Para aquellos jóvenes fueron años de constantes contactos con el arte europeo más reciente y también de visitas a museos, no sólo en Francia sino en otros países como Italia, Alemania, España e Inglaterra.
La crítica en Buenos Aires empezó hacia 1928 a identificarlos como "los muchachos de París". Entre ellos estaban Lino Spilimbergo, Antonio Berni, Pedro Domínguez Neira, Raquel Forner, Horacio Butler, Alfredo Bigatti, Héctor Basaldúa, Juan del Prete y Aquiles Badi. El grupo era heterogéneo y con disidencias artísticas e ideológicas. Los extremos los marcaban. Por un lado, Del Prete (que se acercó al arte concreto y militó dentro del grupo que integraban Piet Mondrian y Joaquín Torres-García) y, por el otro, Berni (que simpatizaba con el Partido Comunista y leía a Marx y Lefebvre).
A pesar de sus diferencias, la historia los identificó como la "Escuela de París", una manera de agrupar a los nuevos protagonistas de la escena artística de los 30. Su función histórica fue clave porque, después de los enfrentamientos de la década anterior entre los pintores tradicionales y los representantes de la vanguardia, estos jóvenes mostraron lenguajes más moderados con elementos renovadores pero no radicales, lo que les permitió establecer estrategias diferentes. Ellos tuvieron que ver con la lenta transformación de la enseñanza artística (tanto pública como privada), con el crecimiento de un coleccionismo de clase media interesado en el arte argentino moderno, con la multiplicación de salones de artes plásticas en todo el país y con cambios en los envíos oficiales argentinos a muestras internacionales.
La Escuela de París, con su modernidad atemperada, sirvió como bisagra para cambiar el campo artístico local. Simultáneamente, el eje de discusión se había desplazado de la vanguardia al arte social y, en ese terreno, Berni, Spilimbergo y Forner fueron protagonistas, cada uno con su posición, completando el tramado de una década compleja en lo político y en lo cultural.