Misterios
Ocurre algo muy interesante con la palabra libertad. Carece de sinónimos. Si buceamos un poco más, el Diccionario de Ideas Afines de Fernando Corripio, una refinada herramienta para dar con ese término que uno sabe que existe y tiene en la punta de la lengua, pero no logra ubicar, tampoco ofrece alternativas. Libertad, como alma, amor o fe son insustituibles. La etimología es tentadora. Pero no para aliviarnos, sino en todo caso para ver la vastedad del concepto. Viene del latín libertas/libertatis, y, sin entrar en detalles, se la usaba para señalar al ciudadano que gozaba de derechos civiles. Un hombre libre, en resumen; las mujeres, cuando en este mundo la lengua de intercambio era el latín, no eran, en este sentido, libres.
Tan potente es la palabra en español, y por eso debemos ser muy cuidadosos al usarla, que se la emplea cada vez más en inglés, porque allí un mismo vocablo, free, significa a la vez libre y gratis. Vaya lapsus.
Sartre observó que estamos condenados a ser libres, lo que conduce a una paradoja tan monumental como humana. Pero hablaba de otra libertad, no la de los derechos civiles, sino la que nos diferencia del resto de los seres vivos y que constituye un hondo y delicado misterio. Como el amor. O como el alma. O la fe.
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