Mirar en los márgenes: la Bienal de Venecia amplía el radar más allá del canon
La 60a edición de la bienal, curada por el brasileño Adriano Pedrosa, incluye a muchos artistas del sur global que participan por primera vez
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Si algo faltaba para confirmar que la bienal de Adriano Pedrosa ha movido el foco... llegaron los premios. La decisión del jurado en Venecia también privilegió detenerse en los bordes, en las obras menos conocidas, en historias con raíces propias, en el arte fuera del mainstream.
Desde Archie Moore, con su obra exhibida en el pabellón de Australia hasta el colectivo Mataaho de Nueva Zelanda, que impacta con su instalación en la entrada de los Arsenales, ambos reconocidos con el prestigioso León de Oro, a nuestra Chola Poblete, distinguida con una mención especial, están fuera del radar. Es otra búsqueda.
La 60ª edición de la Biennale quedará para la historia como un acto de libertad del curador brasileño, el primer latinoamericano en ocupar ese puesto, cercano a sus deseos y fiel a su pertenencia. Si bien Pedrosa dirige el Museo de Arte de San Pablo (MASP), el más internacional y europeo de los museos de Brasil, tuvo una tenacidad poco común para apartarse del canon.
Esto resulta mucho más evidente en los Arsenales, en la secuencia que va de la instalación de Mataaho a la performance de Isaac Chong Wai, los desnudos de Albania, el iglú realizado con bidones de plástico por Romuald Hazoumè en el pabellón de Benín –país africano que participa por primera vez de la bienal–, y el Archivo de la Desobediencia, proyecto impulsado Marco Scotini desde 2005. Es un conjunto de videos presentados en espiral, lo cual no aísla al espectador, sino que le permite circular y tener a la vez un espacio de intimidad frente a las pantallas.
Otra alternativa a la “colgada” tradicional ofrece el sistema expositivo de Lina Bo Bardi, diseñado para el MASP y reproducido en el núcleo histórico de los Arsenales. Los caballetes de vidrio sostenidos por cubos de concreto, creados por la visionaria arquitecta emigrada a Brasil, permiten ver tanto el frente como el reverso de obras de artistas italianos que viajaron y vivieron en otros países. Entre ellos, Elda Cerrato, Juan Del Prete, Clorindo Testa, Lidy Prati y Libero Badíi, emigrados a la Argentina.
También de Brasil proviene Dalton Paula, nacido en 1982, cuyo realismo posmoderno vuelve a colocar en el centro la pintura del paquistaní Salman Toor. Su trabajo se centra en quienes nunca recibieron reconocimiento en su país: los brasileños de la diáspora africana. Este año fue distinguido con el Premio Chanel Next, para artistas que “están redefiniendo sus disciplinas”.
En la misma categoría podría incluirse a WangShui, estadounidense nacido en 1986, que explora “estructuras divergentes de percepción” a través de películas, instalaciones, pinturas, esculturas y trabajos con inteligencia artificial. Ocupa una enorme sala en penumbras de los Arsenales con Musa lipídica, instalación lumínica que parece respirar. “Es un recordatorio –dice en su cuenta de Instagram (@wangshui_)– de que lo que estás buscando ya está adentro tuyo y de que siempre debemos confiar en que esta vibración de amor prevalecerá”.
Un mensaje y una obra radicalmente distintos a los que se exhiben en la sala contigua, de los peruanos Santiago Yahuarcani y su hijo, Rember, que también participan de la bienal por primera vez. “Desde el 2013 al 2023 –escribe este último en una de sus pinturas de gran formato–, fueron asesinados 32 líderes y lideresas indígenas que defendían sus territorios de invasores, narcotraficantes y mafias de madereros […] La Amazonía es el lugar más peligroso para los ciudadanos indígenas”.
Un escenario apocalíptico similar evoca Wastelands (2024), instalación del neozelandés Brett Graham, que también debuta en Venecia. Es una carreta cubierta de anguilas, con brazos que parecen pedir ayuda. Hace referencia a los pantanos perdidos por los indígenas maoríes –y a los peces que les servían de alimento– cuando el gobierno los consideró un “desperdicio” y los drenó para reconvertirlos en tierras de cultivo. Resuena así con el tema elegido por Pedrosa para esta edición de la bienal: “Extranjeros en todas partes”.
Un doble clap para Adriano Pedrosa. Lo suyo ha sido una maratón imparable de compromiso con los artistas, uno por uno, país por país, siendo la cara visible de una bienal en crisis por problemas financieros... pero también por cuestiones políticas. Israel no abrió su pabellón por la guerra y los rehenes, Palestina montó su reclamo frente a la embajada de Estados Unidos y, hay que decirlo, no estuvieron los galeristas, marchands y advisors que “manejan” el mercado. Salvo Perrotin, que presentó la obra de Iván Argote, un Colón en ruinas.
También es político el lema de la Bienal, “Stranieri ovunque”, que viene como anillo al dedo para este mundo fragmentado por las migraciones (las físicas y las mentales). Pedrosa pregona un mensaje sin fronteras, todos incluidos. Como la artista australiana de una obra bella y cromática que hace suya una cultura de 65.000 años construida de manera colectiva ajena y silenciosa. Bravo por Naminapu Maymuru-White: pinta las constelaciones, la vía láctea, “todo lo que importa lo tenemos dentro”.
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