Borges tenía cabeza de millennial. En 1946, el autor escribió un artículo raro, por lo menos para los textos de opinión que publicaba en esa época. Son conocidos sus ensayos sobre el escritor argentino y la tradición, o sobre Whitman, o sobre poesía gauchesca. Pero el artículo en cuestión aborda otra arista, bien distinta: qué significa ser argentino. Es curioso. A pesar del paso de las generaciones, las ideas ahí expuestas son muy similares a las que hoy comparten varios jóvenes del segmento millennial.
El texto se titula "Nuestro pobre individualismo" y, de manera deliberadamente controversial, ataca las hipótesis clásicas sobre el ser nacional. "El mundo, para el europeo, es un cosmos, para el argentino es un caos", define Borges. "Los argentinos no son ciudadanos, son individuos", dice. Ni la herencia europea, ni la tradición de la Iglesia Católica: al argentino lo define su "pasión por la amistad", por la relación personal. Para el argentino, "el Estado y las instituciones son de una abstracción inconcebible; la policía, una mafia", según Borges.
Algo parecido piensa hoy Tamara Tenenbaum. Nacida en 1989, ganó el año pasado el premio de narrativa Ficciones, que consagró a cuentistas jóvenes que nacieron después de la muerte de Borges. Escritora y periodista, descree de la definición clásica de ser argentino. "Me parece que es algo muy de otra generación", dice. Pero sí destaca dos características que reconoce como "muy argentas": la confianza en uno mismo, en la propia capacidad de improvisación, y la resiliencia.
Para entrenar la resiliencia, el argentino cuenta con la exigente escuela del trámite burocrático. "Algo muy ilustrativo es cuando tenés que hacer un trámite y fracasás. Una persona de un país del Primer Mundo se angustiaría; en cambio, nosotros sencillamente seguimos con nuestras cosas porque sabemos que la vida es así", explica con un ejemplo cotidiano. Aunque la reacción del argentino frente a la burocracia no siempre es medida, a veces se parece más a la de un panelista de TyC Sports. Es cierto que la clave pareciera estar en aceptar el caos de las instituciones autóctonas y volver a intentar. Y que esto puede alimentar la capacidad para superar obstáculos.
La otra cualidad que menciona Tenembaum, quizás relacionada con la tendencia a la individualidad que mencionaba Borges, es la de la confianza en un mismo, que se pone en evidencia –según la autora de Nadie vive tan cerca de nadie– cuando alguien "se manda a hacer algo que no domina del todo con convicción".
En la misma característica repara Gino Tubaro, el inventor argentino de 22 años que diseña, produce y distribuye prótesis hechas con impresoras 3D. Él viene de los mundos de la programación y el emprendedorismo y se mueve en círculos que no tienen mucho que ver con los de la escritora, pero –como decía el sociólogo Howard Becker–, por mal que les pese a los fanáticos de los localismos, hay lógicas y prácticas que se repiten en ámbitos que a primera vista no tienen nada que ver. A este orgullo propio, al voluntarismo e ímpetu por resolver problemas sin necesariamente saber de qué se tratan, Tubaro lo define como la vieja y famosa capacidad argentina de "lo atamos con alambre".
"Cada vez que nos encontramos con un problema, buscamos la solución, aunque sea de la manera más casera. Intentamos arreglarlo. Pero esto, a la vez, nos puede llevar a que las cosas no están bien hechas, y los parches terminan siendo peor que una solución de raíz. Buscamos soluciones a los golpes", explica.
Ese sería el lado oscuro del individualismo o del exceso de confianza en uno mismo. Pero hay otro más positivo, y valorado, que tiene que ver con la picardía y la inteligencia, la búsqueda de la solución distinta. Eso opina Julio Laurenza, ganador del Premio Jóvenes Emprendedores y del galardón IB50K, auspiciado por el Instituto Balseiro, que premia a los mejores planes de negocio con base tecnológica. Laurenza estudió biotecnología, fundó la empresa Nanótica y desarrolla "nanovehículos" para la agroindustria. Se trata de dispositivos un millón de veces más chicos que una hormiga, usados para aplicar agroquímicos y fertilizantes de forma precisa, con dosis 50% menores que las habituales. "Ser argentino es sentir pasión por todo las cosas que hacemos, mezclar talento y picardía, buscar soluciones. No sabés las veces que escucho ‘qué divertidos, inteligentes y capaces son ustedes’ cuando hablo con alguien de afuera. Nunca perdemos esa pasión. Y la veo siempre en distintas formas, en el deporte, en lo académico, en los amigos", dice Laurenza, con 35, al tope de la franja millennial.
Ambos aspectos del orgullo nativo, el más valorable y el menos deseado, quedaron expuestos durante el último mundial en Rusia. Nati Jota, periodista deportiva y conocida influencer de redes sociales, aporta su experiencia durante la cobertura de la Selección. "Estoy volviendo del Mundial muy afectada por notarnos mucho más sensibles que el resto de los países, que son mil veces más fríos. Relaciono lo argentino con la pasión, con el sentimiento, con lo intenso". Ella cree que la Argentina era en Rusia "el país que copaba todas las peatonales y tenía las canciones más lindas y sentidas, las que se escuchaban más fuertes; los más locos por sus colores, los más apasionados". Al final del partido contra Croacia, sin embargo, un grupo de estos argentinos "apasionados" se convirtió en un grupo de violentos: "Le pegaron a algunos croatas –recuerda la cronista, de 24 años– y ahí me dio vergüenza. No quiero que me representen, pensé, no quiero que el título del diario sea que los argentinos somos violentos cuando perdemos".
"Hay mecanismos de defensa para esos momentos", agrega Tenenbaum sobre este tema. "Cuando veo una situación que me avergüenza como argentina (el racismo en general, la represión policial, la indiferencia respecto de la pobreza, la falta de empatía) tiendo a pensar que ‘Argentina no es eso’. Pero sí, sé que también es todo eso. Justamente porque no creo en que haya una esencia nacional fija e inalterable es que tenemos que cuidar lo que somos y lo que queremos ser: ante la pobreza, la violencia y la desidia no hay cita de Alberdi que nos vaya a salvar".
Entonces: orgullo propio, pasión, individualismo, improvisación, resiliencia. Pero también amistad y empatía, cualidades que hacen trascender ese individualismo, que lo ensanchan para incluir al otro. "Yo soy del Once, viví ahí 20 años –resume la escritora–. Creo que nunca me siento más orgullosa de ser argentina que los días de elecciones, cuando veo que en mi barrio de nacimiento personas de todos los colores, judíos ortodoxos y de ascendencia oriental van a votar bajo la lluvia o presiden una mesa. Me encanta que mi país sea un lugar de encuentro para todas esas culturas. Viví también un par de años en Almagro, con la nueva oleada de inmigración dominicana, y también me emocioné viendo que el peluquero saludaba a Tony, el dueño del supermercado chino, con un abrazo y un ‘cómo va my friend’. Nuestra calidez y nuestro sentido de la amistad: muchos extranjeros rescatan eso y me hace sentir muy orgullosa siempre".