Metamorfosis y simulacros
La edición de los relatos completos de Italo Svevo, uno de los clásicos más amables y genuinos del siglo XX, aporta una ineludible mirada de conjunto a una obra que pone en escena personajes que se inventan versiones de sí mismos para desentrañar lo imposible
Todos los relatos
Por Italo Svevo
Gadir/Trad.: Carlos Manzano/584 páginas/$ 70
Acaban de aparecer en castellano todos los relatos de Italo Svevo, el escritor triestino que revolucionó la literatura italiana del siglo XX. El volumen incluye los relatos completos, los incompletos y los magníficos capítulos de Confesiones de un anciano , novela en la que Svevo trabajó hasta sus últimos días, que quedó interrumpida por su muerte en 1928 y de la que, hasta esta edición, solo se conocían en español unos pocos fragmentos.
En realidad, esta clasificación se evapora cuando se constata que -completos o incompletos- todos los relatos de Svevo contribuyen a conformar ese único libro deslumbrante que el autor italiano, admirado por James Joyce, compuso a lo largo de una vida. En todos estos textos se podría aplicar la fórmula que él mismo pergeñó en 1927 en su Perfil autobiográfico al referirse a sus tres novelas, Una vida , Senectud y La conciencia de Zeno . Todo cuanto ha escrito, nos dice Svevo, no es más que una variación sobre un mismo personaje: el inepto dispuesto a todas las metamorfosis que le depara la vida. Que se llame Alfonso, Emilio o Zeno, que sea joven o viejo, poco importa. Porque lo que la literatura de Svevo pone en escena es justamente la narración interior que cada personaje inventa para sí mismo con el objeto de desentrañar lo desentrañable. De allí que una larga serie de temas pululen en toda su obra y brillen también en algunos de estos relatos inolvidables. En "El asesinato de Via Belpoggio", un joven asesino termina autocondenándose, presa de su propia culpa. En "El específico del doctor Menghi", un médico que ha sacrificado su vida para colmar la de su madre cree descubrir un fármaco que promete alargar la vida. El efecto prodigioso consiste paradójicamente en desvitalizar al paciente a fin de que deje de percibir las sensaciones, las emociones y los tormentos del alma. El hijo sin padre termina por inyectar a la madre el presunto líquido salvífico, que, desde ya, no es más que una variante del veneno. En "La historia del buen viejo y la hermosa muchacha", la pasión senil por una joven, comprada a precio consistente, despierta en el viejo una diatriba pseudomoral que lo lleva, hasta el fin de sus fuerzas, a la composición de un tratado delirante sobre la senectud. En el incompleto "Corto viaje sentimental", un hombre también anciano se despide de su mujer en la estación de Milán con la falsa intención de llevar un recado importante a Trieste. Pero el viaje, que le permite conocer una considerable cantidad de personas y de historias, estación tras estación, se transforma en la evocación cada vez más nostálgica de la esposa, compañera de una vida. En fin, la culpa, el remordimiento, la pasión, el incesto, el delirio, la neurosis, la traición, la autocompasión son las manifestaciones de la psiquis con las que cada inepto combate en su pequeño e inconmesurable mundo interior. Hasta tal punto que Svevo no duda en celebrar el sorprendente aunque desquiciado amor de sí mismo. En el final de La conciencia de Zeno , mientras afuera estalla la guerra y la muerte es la cifra común para millones de sujetos, Zeno -a quien alcanza el fragor aterrador de la maquinaria bélica- se angustia íntimamente porque ese día el recrudecimiento del conflicto lo ha obligado a saltarse su almuerzo y, así, a modificar su tranquilizador ritmo cotidiano. Algo parecido le sucede al viejo enamorado de los relatos, que, en medio de la histórica batalla de trincheras en Caporetto, a pocos kilómetros de Trieste, se debate entre amar o no amar a una joven pobre que depende de sus dávidas. "¿Por qué no habrán inventado aún una forma de matarse sin hacer tanto estruendo?", exclama con ira.
Ahora bien, la escritura de Svevo no es una forma camuflada de condena moral de la burguesía. Todo lo contrario. Lo que ha estallado en su literatura es cualquier forma de lógica causal que conduzca a una razón primaria, y luego moral, de la existencia humana. Svevo desnuda en su obra el simulacro en el que se apoya la organización social, pero lo hace apoderándose potentemente de uno los más grandes instrumentos del discurso burgués, la ironía con todos sus recursos: superposición de significados, doble sentido, oxímoros, falsos silogismos, polisemia, lapsus, duplicaciones, paralelismos y sobreimpresiones. Así, al comentar el paso veloz del anciano que corre a su cita erótica, el narrador agrega, magistral: "Se sentía muy bien, el buen viejo". El mismo narrador que unas páginas después es capaz de confesar: "pero yo no soy quién para afirmarlo".
Comentario aparte merecen las extraordinarias Confesiones de un anciano . Zeno Cosini, ya viejo, a años de distancia de su frustada experiencia psicoanalítica, decide escribir una especie de diario con una intención puramente "higiénica": decir todas las verdades que una vida entera de matrimonio -sereno y satisfactorio desde ya- lo ha obligado a callar. Y las verdades deberían suturar las heridas que se abrieron dejando a su paso sentimientos encallados en el alma, contra su mujer, contra sus hijos, pero sobre todo contra sí mismo, y que al menos en el final de la vida, necesitan una vía de fuga. La clave morbosa del relato senil no es, como en la madurez en La conciencia de Zeno , el ansia neurótica (allí la oposición era contra el padre), sino la autoconmiseración y el victimismo. "Qué bueno soy", se dice a sí mismo Zeno, conmovido. Por eso, el matrimonio, la familia, los negocios (que son la misma cosa, ya que cada uno de ellos está regido por el cálculo) son el entorno en el que cada uno construye su propia identidad, esa frágil convención social, inconsistente, indefinible e incomprensible. Svevo eleva a una dimensión heroica al viejo que -adverso a los tiempos en que la vejez es un síntoma despreciable de declinación de los cuerpos- no ha luchado sino contra todas sus angustiantes proyecciones y sus fantasmas. En el capítulo dedicado a los paseos por Trieste de un Zeno anciano junto a su nietito Umbertino, la forma "disparatada" con que la mente del niño concibe el mundo (ni más ni menos que las paradójicas preguntas racionales que hacen los niños) termina coincidiendo con la forma mentis del abuelo, quien usa por primera vez la primera persona plural y dice "nosotros, el viejo y el joven soñador". Porque en Svevo, en conclusión, lo que no se comprende es dónde termina la verdad y dónde empieza la mentira.
Para LA NACION