Fragmento de la entrevista publicada originalmente el 9 de julio de 2006 en LA NACION revista.
A propósito de lo que nos sucedió allá lejos, a mediados de 1935, cuando el fuego nos dejó sin Gardel, pongamos esta pregunta en remojo: no habiendo Maradona, ¿cuánto tiempo, uno, habitante de esta patria tan paradójica como entretenida, puede aguantarse sin Gardel? Mientras la pregunta nos germina, pido permiso y me disculpo. Porque esta no será una entrevista como Dios manda, ni como los preceptos académicos del periodismo aconsejan. A Mercedes Sosa la conozco desde hace 45 años; lo peor del caso es que ella también me conoce. Nos sabemos. Nos adivinamos mucho más que el parpadeo: compartimos nacimientos, muertes, miedos, largos vinos celebratorios, le hice como veinte reportajes, y hace cuatro años escribí su biografía. ¿Qué preguntarle ahora?
Últimamente, cuando me gritan '¡No te mueras nunca, Negra', yo siento que más que un elogio es una orden. Y tengo que obedecerla.
–¿Sabés una cosa, Negra? Esta nota será publicada el día de tu cumpleaños.
–Ay, ese día seguro que voy a estar felicísima. Porque me encontraré en Mendoza. En Tucumán nací, pero en Mendoza me hice mujer, conocí a seres que ya no están. Éramos tan felices: me veo delgadita, recién casada con Oscar Matus; me veo comadre de Armando Tejada Gómez, amiga de los compadres del horizonte, de Benito Marianetti, Ángel Bustelo, Carlitos Alonso, los Quesada, Nino Salonia, Tito Francia, Orlando Pardo... Yo era una muchacha sin libros, escuchaba asombrada y aprendía, y abría los ojos y me enteraba del mundo. Todos me amaban y me pedían que cantara, y yo cantaba. Era tan feliz porque, como decimos en la provincia, yo estaba poniéndome gruesa: mi cinturita crecía porque en mi vientre ya latía mi Fabián.
–Pensar que hace menos de un año estabas postrada; creímos que ya no volverías a cantar, que la depresión y la enfermedad te habían ganado.
–Fueron dos años de ausencia de los escenarios hasta que el año pasado me presenté en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno. Estaba aterrada, con mi corsé me sentaron en mi silloncito; eso podía ser mi retorno y mi despedida. Decime ahora, ¿vos qué viste allí con tus lentes de mirar?
–Cuando te pusieron en el escenario, en vos vi a tu mamá. Pero a tu mamá de los 85 años. Eras una tenue viejita. Cuando remontaste la primera canción ya tenías 80. Después de cantar "Alfonsina", 75. Con cada canción te sacabas del cuerpo y del alma de a cinco años. Qué te parió, Negra.
–Mi mamá me parió... En aquel retorno canté "Alfonsina", una canción peligrosísima, porque en la última línea no hay que detenerse a respirar. Y salí a flote.
–A lo largo de los años te la pasaste diciendo que lo tuyo no era cantar. Que cantabas porque te lo pedían. Que sufrías sobre el escenario.
–Y era cierto. Sufría mucho. Si algo yo quería era ser como mi mamá. Y mi mamá, tan inteligente y sabia.? Mi mamá, que siempre me llamaba Marta, aunque mi papá, terco, me anotó Haydeé Mercedes. Mi mamá siempre decía: "Cantando sufre. No quiero que la Marta sufra". Rodolfo, ¿te doy una primicia? Aprendí que si no canto me muero. Podré tener nervios, pero ese pánico insoportable de cada entrada no va más. Cantar me cura. Y tengo ganas de vivir. Aparte de "Corazón libre", tengo otros dos contratos con Deutsche Grammophom. Y voy al Argentino de La Plata y al Colón, y a Río Cuarto y a Morón. Eso sí, despacito, nada de aviones. Nene, ¡al corazón lo tengo que cuidar!
–Te propongo que cierres los ojos y, sin llorar, te mirés bien adentro para reencontrar esos relámpagos que te dejaron marcas que no se borran.
–Puedo cerrar los ojos, pero me pedís mucho si no voy a poder llorar. Ayudame.
–Te ayudo. Tu niñez. La pobreza. Las heridas.
–Convencete, nene: fuimos muy pobres; no teníamos juguetes, pero no crecimos resentidos. Mi hermano el Chichí suele contar que para esperar a los Reyes Magos poníamos pastitos, agua en un baldecito. Una noche de Reyes se descargó un aguacero que metía miedo, nos inundábamos. Todos estábamos angustiados por el agua; todos, menos mi papá, que nos juntó y nos dijo sonriente que los Reyes no vendrían por culpa de la tormenta. Él estaba sin trabajo. Así era nuestra casa: mi mamá, muy sabia, resucitando ropas viejas que le regalaban donde lavaba y planchaba, nos hacía relucir. Muchas veces nos daba bollitos de pan, mate cocido, y nos largaba a jugar en el parque 9 de Julio. Realmente éramos muy pobres, pero vivimos aquello sin angustia. De todo nos faltó, pero no lo sentimos, porque nos sobró amor. En el parque comíamos aire, comíamos inocencia.
–De tu debut, ¿qué recordás con nitidez?
–Yo andaba por mis 15 años. Mi papá y mi mamá, que eran muy peronistas, aprovecharon un tren gratis a Buenos Aires para celebrar el 17 de Octubre. Yo quedé cuidada por mis hermanos, más suelta. En la escuela faltó la profesora de canto y la directora me dijo que íbamos a cantar el Himno Nacional y que yo tenía que ponerme adelante y cantar bien fuerte, para que todos me siguieran. Sentí vergüenza, pero canté: ahí debuté. Ese día también faltó la profesora de labores y con mis compañeras fuimos a LV12, donde había un concurso. Mis compañeras me empujaron para que cantara. Por temor a que se enterara mi papá me llamé Gladys Osorio. Canté "Triste estoy", de Margarita Palacios. Cuando terminé, el dueño de la radio me dijo: "El concurso concluyó y lo ganaste vos". Y seguí cantando en la radio. Hasta que un día mi papá me descubre y me llama y me dice palabras que escucho ahora: "¿Le parece bonito eso de andar metiéndose en la radio? ¿Eso es lo que hace una señorita criada para ser decente? Gladys Osorio, venga, acérquese. ¿Tengo que felicitarla? Míreme a los ojos. Que me mire a los ojos le digo".
–¿Y lo miraste a los ojos?
–Nooo, ni ahora podría. Mi papá no me alzó la mano, no me gritó. Hubiera preferido que me pegara. Era un hombre muy bueno: trabajó en un aserradero que le tapó los pulmones, en el puerto, en las terribles calderas del ingenio, y eso lo consumió: murió a los 62. Una vez, con el Chichí fuimos por un túnel; trepados a una zorrita llegamos hasta el horno del ingenio. Ya a veinte metros el calor era insoportable y allí estaba mi papá trabajando solo, sin camisa, con su espalda doblada; no sabía que lo estábamos mirando. Nos volvimos con el Chichí mudos, llorando. ¿Por qué hay seres que no conocen otra cosa que la pobreza?
–Negra, contame algo que te devuelva la sonrisa.
–Ah, ya sé: a mí me gustaba el atletismo y participé en carreras, en el club Old Boys de Tucumán. Un día volví muy orgullosa: "¡Papá, salí segunda!". "¿Y cuántos corrieron?" Y tuve que decirle: "Dos, papá".
–Sigamos con la felicidad. Que no se escape.
–Entonces tengo que hablar de la otra ciudad que me dio tanto cuando comenzaba: Montevideo. Fue en el 62; llegamos con mi Fabián y las hijas de Matus sin un peso en el bolsillo. Sin guitarra. No teníamos ni para el cospel para llamar a la radio. Me veo sentadita sobre la única valija, desolada. Un changarín se acercó y nos dio la plata, hablamos y nos vinieron a buscar, y el resto todo fue hospitalidad. La calidad humana de los uruguayos no tiene nombre. Siempre me pregunto qué habrá sido de aquel changarín. Y cuando pronuncio la palabra Uruguay enseguida digo muchas gracias.
–¿Hoy te interesa la política?
–Me importa la democracia. Fui peronista un rato, porque mi papá y mi mamá y mis hermanos lo eran. Pero no era ideología: era sentimiento. A los 18 empecé a leer libros que me acercó un novio, Enrique; un hombre buenísimo con el que casi me casé. Pero llegó Matus y adiós. Por aquellos libros me hice comunista. Con los años renuncié al partido, al carné, pero no a mis ideas. Lo importante es respetar lo que la gente cree. En mi casa crecimos con el retrato de Perón y Evita.Yo respeté ese sentimiento, aunque no compartía la idea. Con El extranjero, de Camus, aprendí mucho?
–¿Qué, por ejemplo?
–Que lo peor que le puede pasar a uno es no creer en nada. Quien no cree en nada se vuelve extranjero de la vida. Nunca seré una extranjera. Soy lo que soy, y creo que es un enorme error pensar que el gran cambio tiene que venir desde los partidos políticos. No, tiene que venir desde cada uno. Los seres humanos tenemos que aprender a respetarnos a nosotros mismos y después respetar a los demás. No sé quién dijo que primero tenemos que aprender a tolerar, pero que mejor que eso es aprender a respetar al otro. Esta cosa tan sencilla nos llevará siglos comprenderla.
–Me estabas diciendo antes que tenés que cuidarte de un color.
–Ni nombrarlo me gusta. Cuando entro en depresión, el color gris atraviesa mi cabeza, la invade por completo. El gris para mí es algo grave, muy grave; es como una nube que me va ganando. Tengo que cuidarme, escaparle a ese color, porque rechazo la vida, rechazo los olores primordiales, los del ajo y la cebolla; hasta dejo de sentir la emoción que me produce el locro haciéndose a fuego lento, la empanada recién horneada.
–¿Tenés manera de defenderte del color gris?
–Una sola: cantando. Últimamente, cuando me gritan "¡No te mueras nunca, Negra!", yo siento que más que un elogio es una orden. Y tengo que obedecerla. No me tiene que ganar el color gris.
¿Por qué la elegimos?
Después de una enfermedad que la mantuvo alejada de la música y la vida pública por más de un año, la Negra volvió a los escenarios en los días que hacía esta entrevista con su biógrafo, y se sintió eterna. Faro de la música popular argentina, difusora del folclore argentino por el mundo, Mercedes Sosamurió tres años después, en 2009, a los 74. Como ella misma descubrió, su canción la mantiene viva a través de las generaciones.