Memorias visuales
Silvio Fabrykant minimiza la circunstancia aduciendo su condición de consorte beneficiado con un año sabático en la Universidad de Virginia, al socaire de la labor de Ana María Shua, su cónyuge y sabrosa escritora. Pero el ocio previsto, impropio de su índole de avistador de imágenes, arquitecto y fotógrafo contumaz, cedió pronto ante los contrastes y coherencias del campus diseñado por el polisémico Thomas Jefferson, acreedor a destaques y claroscuros que la numismática celebratoria pretende ignorar. Los frutos del entrevero conforman El espacio secreto , la muestra de fotografías sobre papel baritado que acaba de exhibir en la galería Laura Haber.
El trazado neoclásico alterna órdenes dóricos, jónicos y corintios, urde recorridos silentes, pautados por la parsimonia del caminante, del oteador de este bosque de columnas prístinas. Ellas son el trasunto de la sintaxis formal de la Antigüedad transvasada a valores de quien deseaba "iluminar las mentes del pueblo", fundar una nación democrática, con aspiración imperial y soterrada inspiración masónica.
Fabrykant registra sin sobresalto la asombrosa convivencia de órdenes y volúmenes arquitectónicos. En la parábola de columnatas que abrazan un edificio, en los frontis palladianos y en los interiores áulicos de inocultable celebración académica. En este sacro bosque de impoluto sílice de Carrara, el fotógrafo rescata junto a la aúrea simetría el moroso terciopelo de medias sombras y casi trémulas texturas del silencio. El silencio ideal es acentuado por la figura fugaz o la sedente lectura de un anónimo, tal vez álter ego de otrora pupilos del campus, del Olimpo virginiano. Entre otros, los hermanos Kennedy, supliciados, o el agónico autor de "La caída de la casa Usher", Edgar Allan Poe. En 2007 estos sosiegos académicos fueron colapsados por el asesinato de más de una treintena de lugareños, avatar cruento del padre de la patria cuyas deudas al morir fueron saldadas por la venta de los seiscientos esclavos de su propiedad. Sólo uno se salvó de la subasta. Tal vez sea esa sombra atrapada por la pupila, la lente, de Silvio Fabrykant.
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