Memorial neoyorquino: una escultura como espacio de conmemoración
Dos argentinos ganaron el concurso para un monumento único destinado a recordar a las víctimas de la epidemia de sida
En 2011, dos gestores y planificadores urbanos, Christopher Tepper y Paul Kelterborn, pidieron a la ciudad de Nueva York que construyera un monumento conmemorativo en memoria de los muertos por la epidemia del sida, que en esa ciudad alcanzó la escalofriante cifra de cien mil víctimas. Entre ellas había artistas, escritores, músicos, bailarines y coreógrafos. "Queríamos un lugar que se pudiera visitar, no sólo una escultura", declaró Tepper el día de la inauguración de la obra. "Los monumentos permiten que las personas recuerden tiempos difíciles y abren una puerta para compartir historias, emociones y experiencias", agregó.
Después de recibir la aprobación de la ciudad, se llevó a cabo un concurso de diseño. De los casi 500 estudios de arquitectura de todo el mundo que participaron con sus proyectos, resultó ganador el diseño del Estudio A+I, de Brooklyn. Los ganadores del primer premio fueron dos compatriotas: Mateo Paiva y Esteban Erlich. Al equipo del estudio A+I (studioai.com) se suma Lily Lim, arquitecta nacida en Singapur y esposa de Paiva. "Queríamos un espacio que permitiera a las personas sentarse y recordar a sus seres queridos, y al mismo tiempo mostrar la voluntad colectiva de mejorar y superar las circunstancias", explica Paiva, hijo de Teresa Anchorena y Rolando Paiva, sobre el monumento situado en el llamado "triángulo de St. Vincent".
Ese espacio está ubicado a pocos metros de Greenwich Avenue y West 12th Street, en los alrededores del antiguo hospital de St. Vincent, considerado el "Ground Zero" durante la epidemia de sida en los años 80 y 90. Allí se registró, en 1981, uno de los primeros casos de VIH. En lugar del hospital, ahora hay sofisticados edificios vidriados. "No queríamos que el monumento fuera un espacio solemne y triste, sino que fuera abierto y que los niños pudieran correr y jugar, porque en última instancia, la vida continúa", afirma Erlich, otro de los arquitectos argentinos de A+I. El monumento, que se inauguró el 1° de diciembre pasado, el Día Mundial de la Lucha contra el Sida, es una estructura triangular de acero y aluminio de seis metros de alto, similar a un origami gigantesco, que proporciona refugio sin impedir que luz ingrese al interior. En el centro, los arquitectos ubicaron una fuente circular rodeada de bancos para descansar, conversar y reflexionar.
"La estructura triangular abierta y el enrejado necesitaban ser visibles sin ser ostentosos -dice Paiva-. El pavimento de granito oscuro y la estructura blanca permitieron que el triángulo se elevara, mientras que el agua de la fuente se integra al suelo." La estructura de metal fue hecha en Ezeiza por el ingeniero Dante Martínez Tisi.
Además, el monumento en memoria de las víctimas neoyorquinas del sida cuenta con un agregado notable. La artista estadounidense Jenny Holzer, conocida por sus obras de carácter conceptual, escribió versos del célebre poema de Walt Whitman, Canto a mí mismo, en los bloques de granito del piso. "La belleza de la poesía de Whitman proviene de un hombre feliz y en plena posesión de su cuerpo", declaró Holzer.
El público argentino aún recuerda la muestra de Holzer en Fundación Proa en el año 2000, cuando proyectó sus "truismos" en el puente Nicolás Avellaneda y el Riachuelo.
En Buenos Aires no existe nada parecido a este monumento inaugurado hace pocas semanas en Nueva York, que aúna reconocimiento y esperanza, arquitectura, arte y poesía. Lo más parecido es la plazoleta seca situada en Cochabamba 1730, entre Solís y la avenida Entre Ríos, bautizada con el nombre del activista Carlos Jáuregui, primer presidente de la Comunidad Homosexual Argentina, que fue inaugurada en 2010.
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