"Me acuerdo de Georges Perec"
Cuando el autor de Las cosas murió, hace 20 años, su entrañable amigo, el norteamericano Harry Mathews, redactó una serie de apuntes a la manera del célebre Je me souviens del escritor francés, en los que recordaba desordenadamente distintos momentos de su vida. Lo que sigue es una selección de esos textos
Cuando Georges Perec murió, en marzo de 1982, había alcanzado la fama en su propio país, tenía cientos de amigos y estaba rodeado por miles de admiradores. La fama provenía sobre todo de sus libros -su primera novela, Las cosas, ganó el Premio Renaudot en 1966; su monumental La vida, instrucciones de uso , el Premio Medicis en 1978-; aunque para muchos el suyo era sólo el nombre que firmaba una vez a la semana el crucigrama de Le Point o un tipo que aparecía intermitentemente en la radio y la televisión. Ninguno, sin embargo, de los que conocieron personalmente Perec pudo olvidarse nunca más de él. Su fulminante muerte, a los 46, como remate de un cáncer pulmonar, fue un shock que apenas podíamos creer.
A comienzos de los años 70 yo le había contado a Perec sobre I Remember , una serie que dirigía Joe Brainard en la que creía haber visto una nueva y tonificante manera de abordar la autobiografía. Mis apreciaciones sobre el tema eran gruesas e inexactas: creo, sin embargo, que merecen ser perdonadas porque fueron ellas las que llevaron a Perec a escribir su propio Je me souviens (publicado en 1978), un trabajo que, en un registro menos íntimo, alcanza tanta o más intensidad de evocación que el de Brainard.
Poco después de la muerte de Perec, yo mismo adopté el formato de I Remember para escribir sobre él. No lo hice a modo de homenaje ni con el propósito de recuperar los años de amistad perdidos, lo hice simplemente porque la palabra escrita era el mejor medio disponible para enfrentar la congoja que nos tenía a varios, entre ellos a mí, indeciblemente abrumados.
Durante varios meses, todos los días, me senté a escribir uno o dos apuntes bajo la forma de "Me acuerdo de Georges Perec", sin hacer el menor intento de ser exhaustivo o particularmente agudo: aceptaba el material que iba apareciendo tal como se aceptan las conchas que un mar enlodado ha repartido en la arena, como algo que alguna vez habrá que escrutar, ponderar y ubicar en algún lugar. No puedo decir que la experiencia haya sido liberadora ni consoladora, pero al menos me permitió darle un nombre individual a cada uno de los fragmentos del patético túmulo que, lentamente, había ido ensamblando. Llegó un día en que me distraje y dejé pasar sin tomar ningún apunte. Al día siguiente interrumpí y abandoné definitivamente todo el asunto. Después que hubo pasado un tiempo considerable, me puse a revisar lo que había escrito y a darle un orden más acorde con el tema, menos arbitrario.
Con todo, eso no convierte a estas notas, atisbadas y anotadas al tun-tún, en algo más que una triste secuencia de incidentes que no va a ninguna parte.
París, septiembre, 1987
Puntos del pasado
Me acuerdo de que antes de conocerlo me habían hablado de las carcajadas de Perec. El hombre que conocí después estaba totalmente desolado; en las fiestas, sin embargo, era imposible parar su andanada de bromas, se le ocurrían de una manera nerviosa, casi compulsiva. Sus "carcajadas" eran una manera amable de mantener a los demás a distancia.
Me acuerdo del reporte de M. acerca de la vez que le había dicho a Perec que yo no me acostaría jamás con alguna de sus novias. Perec saltó y dijo: "¡Pero si ya se acostó con una". Todavía no sé a quién se refería.
Me acuerdo de Perec como alguien que no se repetía nunca.
Me acuerdo de mis discusiones con Perec acerca de las virtudes comparativas que ofrecían las distintas máquinas de afeitar disponibles en el mercado. Cuando yo me decidí por la nueva doble hoja de Gilette, él aceptó con regocijo la provisión de Wilkinsons que había ido acumulando mi botiquín durante los últimos meses.
Me acuerdo de haber llegado con Perec a la Gare d´ Austerlitz en el verano de 1975. A pesar de haberla buscado angustiosamente entre el tumulto, no lograba ver a Catherine B. esperando, solitaria y preciosa, al otro lado de la plataforma. Al final se la tuve que mostrar yo.
Me acuerdo de un encuentro con Perec en el Chope D´Orsay el año siguiente a eso. Estábamos en mesas distintas (creo que él estaba comiendo con Jacques L.). En algún momento se acordó y subiéndose la manga izquierda de la camisa nos mostró las marcas de dos cortes paralelos de Gilette en el brazo. Lo hizo como un niño que llega a mostrarles a sus padres una libreta llena de rojos.
Me acuerdo de haber pedido que abriéramos la primera sesión de OuLiPo después de su muerte con un abucheo unánime al ser de Perec por habernos abandonado de manera tan cruda e imperdonable.
Me acuerdo de Perec bufando de felicidad mientras bailaba como un furioso con Caterin B. en el departamento de Andy Warhol, que le habían prestado a Renaud C. para una fiesta. Con la ropa totalmente mojada por la transpiración preguntó si podía darse una ducha. A los cinco minutos volvió con una toalla atada en las caderas. Imposible resistirlo.
Me acuerdo de Perec llamándome a Lans para informarme, con una calma meticulosa, que Queneau había muerto (y de las lágrimas que rodaron). Habíamos perdido al hombre que permitió nuestras vidas como escritores, a un padre sólido e irreemplazable. Después me enteré de que los dos por separado habíamos pasado la tarde leyendo los poemas de Queneau sobre la muerte, los mismos que habíamos leído juntos en voz alta unas pocas semanas antes.
Me acuerdo de haberle mentido a Perec cuando nos conocimos. Le dije: "No he leído nada tuyo, excepto Las cosas ". La verdad es que no había leído nada de nada.
Me acuerdo de lo callado y taciturno que estuvo Perec mientras escribió La vida, instrucciones de uso .
Me acuerdo de habernos instalado en mi casa con Perec después de alguna comida a fumar hierba y escuchar música clásica -grandes obras como el Requiem de Brahms- y habernos quedado tumbados en la alfombra del living, revolcándonos de felicidad en los momentos climáticos. En momentos así me hubiera gustado tomarlo en brazos.
Me acuerdo de que en la primera comida después de haber terminado su análisis, Perec me dijo que ahora si caminaba por la calle para echar una carta en el Correo, sabía que estaba caminando por la calle para echar una carta en el Correo.
Me acuerdo que cuando estaba solo Perec se saltaba el almuerzo.
Me acuerdo de que en la última conversación que tuve con Perec por teléfono (él estaba en París y yo en Nueva York) me contó que tenía un tumor en el pulmón y que tenía que operarse en un lapso de seis semanas, me preguntó si podía pasar con nosotros parte de la convalecencia. Después del hospital y de pasar el primer mes con la familia de Catherine B. llegó a Lans-en-Vercors el 13 de mayo, justo el día en que la orquídea había empezado a florecer. Estaba extremadamente pálido, era difícil acostumbrarse a su barba ausente y a su cráneo rapado (estaba empeñado en volver de su aspecto el signo inequívoco de una nueva vida que comienza), pero el aire de la montaña lo fue reanimando, los colores volvieron a su cara y su tronco recuperó agilidad y firmeza. Me acuerdo de Perec parado después de una excursión en medio de uno de los pastizales del cerro, apoyado en un durazno, conversando tranquilo y contento con sus visitas, viejos amigos que habían hecho un largo viaje para verlo: Anton Voyl, el pintor Valene, Jer™me y Sylvie, una pareja que había conocido y querido particularmente durante muchísimo tiempo.
Palabra y juego
OuLiPo: Georges Perec (París, 1936; Ivry, 1982) fue miembro de OuLiPo ( Ouvroir de Littérature Potentielle, algo así como Taller de literatura potencial), grupo de escritores fundado en 1960 por Raymond Queneau y François LeLionnais, del que también formaron parte Italo Calvino y Harry Mathew. El grupo quería expandir los alcances de la literatura apropiándose de reglas de otros campos como la matemática, la lógica o el ajedrez.
Desafíos: la obra de Perec comprende novelas ( Las Cosas, La vida. Instrucciones de uso, La desaparición ), colecciones de crucigrama, ensayos, parodias, poesía, juegos de palabras. Le fascinaban los palíndromos, los anagramas, las palabras inventadas, los desafíos como escribir un texto de 466 palabras en el que la única vocal permitida fuera la A.
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